El
asedio externo
Hay
un frecuente y a veces muy molesto asedio externo a la investigación en las
ciencias humanas. En apariencia, es la sociedad, desde muy diversos flancos y
con muy diversos intereses, que le pide a la institucionalidad científica que se
ponga al día con las discusiones o dilemas de esa sociedad; esa es la
apariencia, porque creo que, más bien, es una sociedad que quiere contar con la
ciencia para dotar de sentido sus luchas cotidianas. Es decir, desea que la
ciencia cumpla una función ancilar para determinados grupos organizados de la
sociedad cuyos intereses van a un ritmo muy diferente de lo que las ciencias
humanas hacen. La agenda del científico no puede ser la misma de la sociedad;
puede coincidir parcial o generalmente, pero las ciencias humanas tienen su
propia tradición, su propia discusión de objetos y problemas que no tienen por
qué coincidir con la volubilidad de las coyunturas de discusión de una
sociedad. Eso no es fácil de entender ni para los grupos sociales que invocan a
cada rato una ciencia comprometida ni para los científicos que nos sentimos en
muchas ocasiones arrastrados por el oleaje de las circunstancias.
Esa
sincronía entre dilemas de la sociedad y dilemas de la ciencia no tiene por qué
existir, no puede volverse una exigencia. Sin embargo, esa sincronía es cada
vez una petición de varias partes que agobia la vida de las disciplinas
científicas. ¿Las ciencias humanas tienen que estar prestas a resolver las
encrucijadas del ahora? Digamos que no, de entrada. Digamos, más bien, que
unas, más que otras, pueden tener esa disposición, pero en general la prioridad
de las ciencias humanas no está en atender los llamados circunstanciales de la
vida pública, del ahora. Para muchos, es cierto, esos llamados son cantos de
sirena, momentos oportunos para hacer brillar un saber, para demostrar que
aquello que sabemos es útil para la sociedad, entonces nos volvemos acuciosos
consultores o asesores.
Sin
embargo, el presente y sus dilemas no son la brújula de la investigación en las ciencias
humanas, es una simple derivación, una
afortunada coincidencia que puede diluirse en la velocidad del instante. Luego
hay que regresar y recluirse en el ritmo casi silencioso de nuestros sub-mundos
disciplinares. Esto no es una oda a la hiper-especialización, pero es una
advertencia para no distraernos y confundir lo urgente con lo prioritario. Las
ciencias humanas no están hechas para resolver asuntos inmediatos que no están
en la agenda de las experiencias y trayectorias disciplinares; están hechas
para examinar y proponer soluciones a problemas estructurales de cualquier
sociedad. Eso las hace más consistentes de lo que sus detractores creen. Las
ciencias humanas y sociales son formas de conocimiento que han nacido y
caminado con los procesos de formación de los Estados burocráticos modernos,
han acompañado los complejos procesos de formación nacionales y en tal medida
tienen un acumulado simbólico, unas tradiciones y unos legados que les permiten
tener un horizonte de expectativa mucho más lejano que las meras coyunturas de
debate público.
Hoy,
por ejemplo, en la Colombia que pretende cerrar un ciclo de violencia política
y comenzar una etapa nueva, las ciencias humanas y sociales emergen como una
genuina alternativa en la preparación de agentes y acciones estatales para esa
fase casi inédita de la historia pública colombiana. Eso obliga a acudir a los
legados de cada ciencia, a lo que ellas han podido averiguar acerca de nuestra
sociedad.
Es posible que las modulaciones
del presente hagan exigencias dramáticas, pero no pueden llegar a sacudir lo
que cada ciencia ha ido acumulando silenciosa y tranquilamente, porque ese
legado es su consistencia, su fundamento, y eso no puede abandonarse
fácilmente.
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