El Tercer Congreso de Historia Intelectual de
América latina
América latina
Entre
el 8 y 11 de noviembre tuvo lugar el Tercer Congreso de Historia Intelectual de América latina;
su sede fue el Colegio de México. Luego del primer congreso en Medellín (2012)
y el siguiente en Buenos Aires (2014), podemos hablar de una comunidad relativamente acostumbrada a reunirse para compartir experiencias, tradiciones y novedades en
la investigación. Y, si usamos cierto vocabulario en boga, hay redes de
investigadores que comparten sus preocupaciones específicas con alguna frecuencia. Aunque me adelanto a pensar que aún faltan mecanismos institucionales y buen carácter (al menos humildad) para poder conversar entre colegas de diferentes países.
La
Historia Intelectual es una relativa novedad en el campo historiográfico latinoamericano,
es una vieja preocupación por las élites intelectuales y sus ideas que ha
intentado remozarse en conversación con los aportes de la historia conceptual,
de la historia política en la versión de los historiadores de la llamada
escuela de Cambridge y del análisis del discurso según las sugerencias de
método de Michel Foucault. A eso se agrega alguna mirada sociologizante al
incluir el estudio de grupos, generaciones, sociabilidades y redes de intelectuales.
Además, el vínculo entre intelectuales, vida intelectual y poder político
parecen cobrar fuerza en los análisis de los jóvenes investigadores que han nutrido
con su vigor, y a veces con su ingenuidad, todas las tentativas de remozamiento que
confluyen en esta denominada nueva historia intelectual.
Es
cierto que esta tercera reunión fue quizás la menos vital de todas, la más
desigual en la selección de las mesas temáticas. En este tercero hubo ausencias
notorias, poco o nada de Ecuador, Perú, Chile, Uruguay, Paraguay; una muy débil
presencia, en número, de Brasil y quizás demasiado por parte de Argentina,
México y Colombia. Esas asimetrías merecerán, tal vez, las necesarias
rectificaciones para un futuro congreso, si lo hay.
Será
muy difícil superar el generoso primer congreso de Medellín, cuya hospitalidad
con los invitados será, además, imposible repetir. Para nosotros, en Colombia,
sigue el desafío de lograr círculos de investigadores más sistemáticos y de mejorar
la calidad editorial a la hora de publicar los resultados de nuestras
investigaciones. Buscar acuerdos de colaboración más asidua con los
colegas mexicanos, argentinos o brasileros parece tarea infructuosa; quizás vale más el empecinamiento individual o las excepcionales amistades entre algunos. Mejor leernos que tratar de encontrarnos en algún lugar. Cada comunidad de historiadores tiene sus ritmos de trabajo bien
establecidos, sus tradiciones más o menos bien definidas; a nosotros, en Colombia, nos
corresponde perseverar en nuestro propio camino; luego, si es posible,
conversar con aquel u otro colega de otros países, aunque después caigamos
fácilmente en mutuos olvidos o desprecios.
Cuando
los intelectuales estudiamos a los intelectuales, nos volvemos fácilmente
sujetos y objetos a la vez. Algún día se estudiará por qué los pretendidos historiadores
intelectuales latinoamericanos contemporáneos teníamos ciertas dificultades de
comunicación y comunión, sobre todo cuando hacíamos congresos de Historia Intelectual.
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