Peter
Kriegel, zoólogo especialista en etología animal. Artículo tomado de Die
Zeitung, abril 11 de 2012. El artículo fue solicitado por el periódico luego de
un terrible caso de muerte de una joven pareja en las afueras de Bonn. Peter
Kriegel es autor de Animales y vida
cotidiana. Paradojas del mundo animal en el mundo de los humanos (2008). Traducción
libre para Pintado en Pared.
“Perro que no muerda no es
perro”, decimos desde hace mucho tiempo en Alemania. A eso añado que los perros
son animales y hay que entenderlos como tales. Los perros muerden porque son
animales, porque, como todos los animales, pueden sentirse amenazados; porque
necesitan proteger sus crías o determinar el dominio sobre un territorio o
porque quieren ganar entre los machos los favores de una hembra o porque están
hechos para perseguir y atrapar o para vigilar. Claro, según la raza o la
disposición ancestral serán más determinados en sus actos y estarán más o menos
dotados para lanzar sus dentelladas. Como todos los animales, los perros tienen
su memoria biológica y a ella son naturalmente fieles. También solemos decir
que el perro es nuestro amigo más fiel; pero precisemos que esa fidelidad ha
sido un laborioso aprendizaje histórico, largos años de cercanía entre ser
humano y perro. Por encima de esa fidelidad hay otra, muy superior, es la
información biológica de la especie, con los diversos empaques que son las
razas. Según el olfato, la visión y el oído, esa información biológica se
expande, se materializa en lo que llamamos el carácter o los atributos de cada
raza. Cada perro es fiel representante de una información biológica que lo
define.
Y hay otro elemento que solemos
olvidar y es sustancial a cualquier perro de cualquier raza, de cualquier
lugar, de cualquier cruce de ancestros, es la mordida. El embeleco
contemporáneo del amor a las mascotas, y a los perros en particular, nos ha
hecho olvidar esa parte vital y diferenciadora de los caninos: sus mordiscos,
su mandíbula, su composición dental. El buen veterinario debería decirnos desde
el inicio muchas cosas básicas al respecto, antes de que tomemos decisiones
acerca de cuál perro nos va a acompañar durante un poco más de una decena de
años. Resulta que hay perros que han sido determinados biológicamente para
apretar y no soltar a su presa, otros están dotados para apretar y desgarrar
fatalmente al soltar. Los humanos, conocedores del material disponible (o
armamento), han aprovechado ciertas razas para usos mortíferos, canes que
sirven para labores de protección casi militar, otros que sirven para perseguir,
capturar y arrastrar a la presa hasta desangrarla, otros más que capturan,
aprietan y luego comienzan a desgarrar. En las guerras han sido muy útiles por
letales (los romanos en sus invasiones sabían mucho al respecto).
La democratización del consumo de
las mascotas ha ido poniendo en manos inexpertas (mezcla de ingenuidad e
irresponsabilidad) a canes que deberían estar en regimientos militares, bajo
estrictos controles de reproducción, en férreas disciplinas, en espacios amplios
para correr, combatir y fatigarse, bajo la autoridad de soldados vigorosos.
Ahora los mastines, dogos, buldogs adornan los pequeños apartamentos de la
clase media, corretean en los parques infantiles y caminan sueltos por las
mismas veredas que transitamos los peatones. Resulta que esos perros pueden
pesar unos 40 kilos y cuando amenazan y agreden su fuerza puede equivaler a una
triplicación de su peso, así que se vuelve casi imposible bloquear una tracción
de casi 120 kilos. Ante esto de nada sirve la buena voluntad del amo que
terminará, por lo menos, arrastrado y olvidado por su “tierna mascota”.
La mandíbula y la dentadura
corresponden plenamente con la memoria biológica de estas categorías caninas.
Varias razas de estos perros tienen doble juego de colmillos arriba y abajo;
algunos de esos colmillos tienen la forma de un garfio, de modo que no se sabe
si es peor que penetren en la piel o que se retiren. Agreguemos la capacidad de
presión en que los mastines y sus derivados son campeones sempiternos; y, por
si fuera poco, su olfato les permite detectar los torrentes sanguíneos y las
zonas blandas de sus víctimas, allí apretarán sin piedad y sin dificultad.
No se trata de condenar a unas
razas, se trata más bien de entender que hay una relación entre la dotación
corporal y la información genética que estos animales nunca podrán traicionar.
Los mastines y demás perros de presa están hechos para ciertos lugares y
ciertas situaciones que hacen honor a su denominación legendaria, no podemos
pedirles que se comporten como un bullicioso pekinés o como un tembloroso
chihuahua. Quizás sea más importante tratar de entender qué le está sucediendo
a una sociedad cuando quiere mostrar que tiene a su lado a razas caninas que han
hecho parte de equipos de guerra. ¿Es una advertencia sobre sus temores en un
mundo cotidiano inseguro? ¿Es una declaración de hostilidad ante un vecindario
que no le es confiable? ¿Una simple exhibición de superioridad y fuerza? ¿Demasiados
filmes bélicos o de venganzas entre bandas mafiosas en que estos perros hacen
parte del reparto estelar? ¿Otro de los tantos excesos del libre mercado?
Cualquier cosa que sea, la única
recomendación que se me ocurre, y válida para cualquier perro, desde el más
inocuo hasta el más intimidante, es que no olvidemos que todos los perros son
animales, que están hechos para morder y que lo harán no porque hayan planeado
hacerlo, sino porque han recibido del medio o del momento la estimulación
necesaria que los llevará a actuar de ese modo, con la poca o gran dotación
dental que los caracterice. Unos perros nos morderán y serán motivo para algún
chiste, otros no nos permitirán reír. Todo lo contrario.
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