Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

viernes, 18 de agosto de 2017

Pintado en la Pared No. 161-El libro en Colombia (3)

El  libro en la transición hacia la república, 1767-1839
En esta etapa varios hechos contribuyeron a la consolidación del libro como instrumento educativo del Estado bajo control de la potestad civil. El libro dejó su reclusión en el ámbito predominante religioso católico; la gran biblioteca de los jesuitas pasó a ser una biblioteca pública que incentivó “un uso intensificado del libro” y, agreguemos, permitió una paulatina apropiación laica del legado bibliográfico que había acumulado la Compañía de Jesús. Los libros de esa biblioteca pasaron a ser de dominio público y a servir de apoyo a la formación universitaria.[i] Ese cambió lo acompañó la difusión cada vez más amplia del libro científico, bajo el impulso de la política cultural de la Corona; varias veces, el rey, con ayuda de los virreyes, se encargó de recomendar las innovaciones científicas europeas traducidas al español y que debían hacer integrarse a la enseñanza universitaria en sus posesiones americanas. Algunos de esos libros fueron tutelares en la formación de por lo menos dos generaciones universitarias que entraron en contacto con las novedades de la química, la física, la botánica y medicina, principalmente. Un ejemplo se destaca al respecto, el Diccionario universal de física de Mathurin-Jacques Brisson, libro de tres volúmenes publicado originalmente en francés, en 1781 y cuya traducción al español, problemática por cierto, comenzó a ser publicada en español entre 1796 y 1802; una enjundiosa obra que llegó a los diez volúmenes y que necesitaba, sin duda, del mercado lector de las posesiones españolas en América. La recomendación real era, por supuesto, una actitud de mecenazgo en apoyo a los esfuerzos de los científicos e impresores españoles que abordaron la titánica tarea. La recomendación real llegó el 30 de agosto de 1801 y decía que “habiéndose publicado el Diccionario de Física de Brisson, obra de gran mérito en su clase, traducida al castellano con notas del traductor que la hacen más apreciable, y considerando el rey su importancia por lo que puede influir en el adelantamiento y progresos de los conocimientos útiles, se ha servido su Majestad mandar que vuestra excelencia promueva su despacho dándola a conocer y recomendándola por los medios que le dicte su celo y procedencia. Lo que de real orden participo a vuestra excelencia para su inteligencia y cumplimiento”.[ii] La recomendación debió tener impacto, porque la obra aparece en inventarios de varias bibliotecas (o librerías particulares), por ejemplo en las de Camilo Torres y Francisco de Paula Santander.
El libro científico tuvo su mejor momento, al parecer, entre 1767 y 1808. La presencia de José Celestino Mutis, el paso por el virreinato de Alexander von Humboldt y la organización de la expedición botánica alentaron en los criollos letrados la afición por la exploración científica y por la búsqueda de modelos de conocimiento de la naturaleza. Algunos, como Francisco José de Caldas, se obsesionaron (y se frustraron) con la intención de ponerse al día en el conocimiento de los avances de las ciencias naturales. Sus dificultades para adquirir ciertas obras en boga le hicieron sentir agudamente la distancia con respecto a los lugares de producción de las novedades en algunas ciencias. En su epistolario, Caldas exhibió a menudo la angustia de la incomunicación ante la dificultad para tener a la mano las obras de Linneo o Buffon; hacia 1801 dijo que “la imposibilidad de instruirnos parece invencible. A cuatro mil leguas de distancia de la metrópoli, añada fuerzas marítimas de la Gran Bretaña que cierran la comunicación de España con sus colonias, y casi desesperaremos de poder algún día saber lo que un niño europeo”.[iii]




[i] R. Silva, 2002: 72-81.
[ii] (Documentos para la Historia de la educación en Colombia, tomo VI, 1800-1806, doc. 262, pp. 40 y 41).
[iii] Carta de Francisco José de Caldas a Santiago Pérez de Valencia, Popayán, marzo 20 de 1801, Cartas de Caldas, Bogotá, Academia Colombiana de Ciencias Exactas, 1978, p. 59.

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