El libro en la transición hacia la república,
1767-1839
En
esta etapa varios hechos contribuyeron a la consolidación del libro como
instrumento educativo del Estado bajo control de la potestad civil. El libro dejó
su reclusión en el ámbito predominante religioso católico; la gran biblioteca
de los jesuitas pasó a ser una biblioteca pública que incentivó “un uso
intensificado del libro” y, agreguemos, permitió una paulatina apropiación
laica del legado bibliográfico que había acumulado la Compañía de Jesús. Los
libros de esa biblioteca pasaron a ser de dominio público y a servir de apoyo a
la formación universitaria.[i] Ese
cambió lo acompañó la difusión cada vez más amplia del libro científico, bajo
el impulso de la política cultural de la Corona; varias veces, el rey, con
ayuda de los virreyes, se encargó de recomendar las innovaciones científicas
europeas traducidas al español y que debían hacer integrarse a la enseñanza
universitaria en sus posesiones americanas. Algunos de esos libros fueron
tutelares en la formación de por lo menos dos generaciones universitarias que
entraron en contacto con las novedades de la química, la física, la botánica y
medicina, principalmente. Un ejemplo se destaca al respecto, el Diccionario universal de física de
Mathurin-Jacques Brisson, libro de tres volúmenes publicado originalmente en
francés, en 1781 y cuya traducción al español, problemática por cierto, comenzó
a ser publicada en español entre 1796 y 1802; una enjundiosa obra que llegó a
los diez volúmenes y que necesitaba, sin duda, del mercado lector de las
posesiones españolas en América. La recomendación real era, por supuesto, una
actitud de mecenazgo en apoyo a los esfuerzos de los científicos e impresores
españoles que abordaron la titánica tarea. La recomendación real llegó el 30 de
agosto de 1801 y decía que
“habiéndose publicado el Diccionario de Física de Brisson, obra de gran mérito
en su clase, traducida al castellano con notas del traductor que la hacen más apreciable,
y considerando el rey su importancia por lo que puede influir en el
adelantamiento y progresos de los conocimientos útiles, se ha servido su
Majestad mandar que vuestra excelencia promueva su despacho dándola a conocer y
recomendándola por los medios que le dicte su celo y procedencia. Lo que de
real orden participo a vuestra excelencia para su inteligencia y cumplimiento”.[ii] La
recomendación debió tener impacto, porque la obra aparece en inventarios de
varias bibliotecas (o librerías particulares), por ejemplo en las de Camilo
Torres y Francisco de Paula Santander.
El
libro científico tuvo su mejor momento, al parecer, entre 1767 y 1808. La
presencia de José Celestino Mutis, el paso por el virreinato de Alexander von
Humboldt y la organización de la expedición botánica alentaron en los criollos
letrados la afición por la exploración científica y por la búsqueda de modelos
de conocimiento de la naturaleza. Algunos, como Francisco José de Caldas, se
obsesionaron (y se frustraron) con la intención de ponerse al día en el
conocimiento de los avances de las ciencias naturales. Sus dificultades para
adquirir ciertas obras en boga le hicieron sentir agudamente la distancia con
respecto a los lugares de producción de las novedades en algunas ciencias. En
su epistolario, Caldas exhibió a menudo la angustia de la incomunicación ante
la dificultad para tener a la mano las obras de Linneo o Buffon; hacia 1801
dijo que “la imposibilidad de instruirnos parece invencible. A cuatro mil
leguas de distancia de la metrópoli, añada fuerzas marítimas de la Gran Bretaña
que cierran la comunicación de España con sus colonias, y casi desesperaremos
de poder algún día saber lo que un niño europeo”.[iii]
No hay comentarios:
Publicar un comentario