De la ciencia a la
política
La
conversación entre científicos y aficionados a las ciencias que querían hacer
parte de una exclusiva comunidad ilustrada fue lo predominante hasta los años
de la ruptura política, así lo ha demostrado la obra de Silva Olarte y ayuda a
reafirmarlo Nieto Olarte en su estudio sobre el Semanario del Nuevo Reyno de Granada, bajo dirección del “sabio”
Caldas; pero al lado del libro científico que entretuvo las ilusiones de una
élite criolla hubo otro género de obras que pudieron haber llegado a sectores
en apariencia muy alejados de la capacidad lectora. No es fácil hacer hallazgos
de lectores y lecturas entre grupos sociales que podemos calificar como plebeyos o populares en los últimos años del siglo XVIII. Sin embargo, en una
reciente tesis de maestría, cuyo asunto central son los casos de maltrato a la
mujer en los últimos decenios de la vida colonial, aparece de modo casi distraído
el hecho de que, en 1782, el cultivador de una pequeña parcela cerca de
Almaguer (gobernación de Popayán), para justificar el asesinato de su esposa,
haya reconocido que leyó el Prontuario de
la teología moral del padre Francisco Lárraga, un libro que servía de
manual de los confesores católicos desde su primera edición de 1706 y que ocupó
lugar primordial en muchas bibliotecas personales sobre todo en la primera
mitad del siglo XIX. En su comparecencia, el labrador había leído a su manera
el famoso manual de Lárraga: “No peca el marido que mata a la mujer cogida en
adulterio”.[i]
Los
libros e instrumentos científicos distinguieron fácilmente las “librerías” de
los hombres ilustrados; mientras la antigua biblioteca de los jesuitas y la del
convento de los franciscanos en Santafé de Bogotá mostraron el predominio de lo
que podemos llamar las formas del libro sagrado, los listados testamentarios de
sacerdotes católicos, hacendados y hombres de letras demuestran que hubo una
tendencia a reunir libros que se ocupaban de asuntos profanos. Por ejemplo, el
remate de los bienes que habían pertenecido al presbítero Juan Mariano
Grijalba, rector del Real Colegio y Seminario de Popayán entre 1784 y 1808, demuestra
un equilibrio entre obras profanas (171) y libros sagrados (143); a eso se
añade que el mismo remate de sus bienes propició que su biblioteca y objetos
tales como microscopios, prismas, termómetros, brújulas y globos terráqueos
terminaran en manos de individuos laicos.[ii]
Pero
esta situación del libro todavía replegado en exclusivas librerías de gente ilustrada interesada en la difusión de las
ciencias naturales de la época va a cambiar fuertemente a partir de la
coyuntura revolucionaria que surge con la crisis monárquica de 1808 a 1810. Muy
evidente, aquellos que parecían consagrados a las minucias de la botánica, la
química y la física, como Caldas, pasarán a interesarse en otras ciencias, las
de gobierno. Los proto-científicos reunidos alrededor de la expedición botánica
y del Semanario del Nuevo Reyno de Granada,
pasarán a discutir ardorosamente sobre la interinidad política del virreinato;
Caldas, por ejemplo, de redactor responsable del Semanario será, enseguida,
redactor del Diario político de Santafé
de Bogotá. Los periódicos o “papeles públicos” adquirieron importancia por
su eficacia comunicativa, un formato breve de circulación regular que
proporcionaba noticias frecuentes sobre una situación política inédita. “Con la
Revolución asistimos, en primer lugar, a un cambio en lo que se lee”, advierte
el historiador Isidro Vanegas y algunos epistolarios de la gente de la época lo
confirman; entre 1810 y 1815, por lo menos, era apremiante para los hombres
notables suscribirse a varios títulos de periódicos y, además, era primordial
afianzar buenas relaciones con los administradores de correos.[iii]
La
política absorbió las preocupaciones del notablato criollo; sus bibliotecas
personales comenzaron a revelar los intereses propios de hombres públicos
consagrados a las tareas de gobierno. Es el caso de los libros que
pertenecieron a Francisco de Paula Santander, presidente encargado entre 1821 y
1827 y por elección entre 1832 y 1837; su viaje de exilio y su presencia
sistemática en el proceso de construcción estatal, luego del triunfo definitivo
sobre el ejército español ayudaron a moldear los géneros de libros contenidos
en su biblioteca. Destacamos, por ejemplo, la sección dedicada a lo que podemos
llamar asuntos militares, resultado
obvio de su actividad al lado del ejército: reglamentos de infantería, libros
de estrategia e ingeniería militares, manual de procedimientos para las tropas,
diccionarios de sitios y batallas. Más relevante quizás, el grupo de autores
relacionados con la administración del Estado: codificaciones, códigos,
constituciones de varios países, revistas de estadística, tratados sobre
sistemas marítimos, manuales de contribución e impuestos, planes de secretarías
de hacienda. Por supuesto, el alto porcentaje de autores y obras de ciencia
política encabezados por la obra de Jeremy Bentham; los diez volúmenes de la
obra de Maquiavelo y luego Jean-Jacques Rousseau. Entre los asuntos militares
de política y administración del Estado, su biblioteca personal reunía casi el
32%. Luego, entre la literatura y la filosofía se sumaba un 24.6%. Sin duda, el
viaje de exilio le permitió interesarse por las bellas artes, por el teatro italiano, por la poesía y la
novela alemanas en cabeza de Goethe; sin embargo, se impusieron las prioridades
del político profesional, del hombre de Estado.[iv]
[i] Mirando el Prontuario
del padre Lárraga, la afirmación es contraria a la que expresó el esposo
asesino de 1782: “Y la razón porque no puede el marido matar a su mujer
adúltera cogida en el mismo adulterio, ni tampoco al adúltero, es porque no se
guardaría el moderamen inculpate tutelae”,
Francisco Lárraga, Prontuario de la
teología moral, Barcelona, Imprenta de Sierra y Martí, 1814, p. 427. Sobre
este caso, Lida Elena Tascón, Sin temor
de Dios ni de la real justicia. Amancebamiento y adulterio en la Gobernación de
Popayán, 1760-1810, Universidad del Valle, 2014, p. 162.
[ii] Remate de bienes del padre Grijalba, Archivo Central del Cauca,
Sección Colonia, J-II-10 su (sig. 10057), fols. 11 v.-26 v. (1808-1809). Entre
los beneficiarios del remate se cuentan notables criollos como José Félix de
Restrepo, José Antonio Arroyo, Gerónimo de Torres.
[iii] I. Vanegas,
La Revolución neogranadina, Bogotá, Ediciones Plural, 2013, p. 119; el mismo
Vanegas es compilador de un precioso epistolario lleno de testimonios sobre el
interés lector de un grupo de comerciantes: Dos
vidas, una revolución. Epistolario de José Gregorio y Agustín Gutiérrez Moreno
(1808-1816), Bogotá, Universidad del Rosario, 2011.
[iv] Nos hemos
basado en el estudio preliminar y el inventario reunidos en el tomo Santander y
los libros, Biblioteca de la Presidencia de la República, Bogotá, 1993
Muy interesante ! Grancias Gilberto
ResponderEliminarRoland