Si creyéramos un
poco más en nosotros mismos, si supiéramos un poco de lo que hemos hecho y,
sobre todo, de lo que hemos venido siendo, nos detendríamos con mayor
trascendencia a conmemorar ciertos hechos. Tenemos tan pocos mitos sólidos,
hemos estado tan acostumbrados a lo superficial que tenemos una escala de
valores muy ramplona para medir lo que ha sido el devenir de nuestro país en su
proceso republicano. Son 150 años de la Universidad Nacional de Colombia. El
solo hecho de esa suma de años ya debería decirnos algo; por ejemplo, que, en
medio de una vida pública tan cruenta, esa institución ha persistido, que la
apuesta fundacional de los liberales radicales de 1867 no ha sido ni equivocada
ni fallida. Hace 150 años nació una universidad pública con la voluntad de
reunir saberes, transmitir y producir conocimiento, formar funcionarios para el
Estado y para la sociedad. Esos propósitos iniciales se han fortalecido y el
vínculo entre la universidad y la sociedad colombiana se ha vuelto profundo,
entrañable; s{i, también ha sido un vínculo conflictivo, con ondulaciones a
favor o en contra del Estado o de la sociedad o de la misma universidad.
Hoy, 150 años
después, siento que a la Universidad Nacional se le debe un homenaje porque, al
hacerlo, estamos recordándonos que, en medio de todo y a pesar de todo, una
institución hecha para forjar la sapiencia de una nación aún está ahí. Que en
ella han nacido y crecido las ciencias en todos sus aspectos, han surgido
dirigentes políticos y empresariales, han sido formados ciudadanos para todas
las variantes partidistas, han crecido otras instituciones que la acompañan en
sus funciones fundamentales. Y digo que se le debe un homenaje porque hasta
ahora no siento nada que se parezca a eso; el cincuentenario ha ido pasando
inadvertido porque el gobierno de Juan Manuel Santos no le ha interesado el
asunto y porque, peor, para ese gobierno no ha sido importante la educación
pública a pesar de los mentirosos lemas que proclamó, sobre todo, durante su
segundo mandato.
Esta
conmemoración toma a la Universidad Nacional en un estado deplorable; su campus
está deteriorado y sus finanzas son cada vez más exiguas. Las políticas
gubernamentales de los últimos veinte años la han sometido a una competencia
desigual con los emporios de las universidades privadas. Eso incide de modo
notorio en la calidad de sus programas académicos; sin embargo, esa institución
cuenta con un enorme acumulado y sigue siendo la universidad que mejor
representa el triunfo del mérito sobre la fortuna, el triunfo de la capacidad y
el talento sobre la mezquindad de las lógicas del lucro y el libre mercado.
Todas las
universidades públicas, por lo menos, deberíamos recordar y recordarnos la
magnitud de esta evocación, porque es una manera de decirnos, entre todos, que
la universidad pública ha sido, es y seguirá siendo la mejor apuesta en una
sociedad en que muchas veces ha prevalecido la fuerza sobre la razón, el dinero
fácil sobre el trabajo riguroso, el despilfarro en cosas excedentes sobre las
prioridades de la cultura. La Universidad Nacional es obra de la persistencia
colectiva de los mejores seres de nuestra nación.
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