El concepto de revolución en la generación de Los Nuevos (I)
Buscando
qué dijeron los intelectuales de la generación de Los Nuevos, en Colombia,
acerca de la revolución rusa, me tropecé con la Balada de octubre aciago, poema de León de Greiff escrito en 1919 y
que hace parte de su poemario Libro de signos,
publicado en Medellín en 1930. El largo poema tiene alusiones inequívocas al
hecho revolucionario. El “mes agorero” está presidido por un astro rojo, por
“una enemiga estrella roja” que, muy posible, refiere el emblema que ha
identificado por siglos el palacio del Kremlin. La travesura poética puede ser
marginal y pasar como una simple anécdota juguetona en medio de lo que dijeron,
de modo prolijo, otros intelectuales de aquella generación que tuvieron una
trayectoria política que incluyó algún grado de simpatía con la revolución
bolchevique, me refiero a, por ejemplo, Luis Tejada, Luis Vidales, Jorge
Eliécer Gaitán, José Mar.
Para
aumentar la anécdota, “octubre aciago”, dicen los entendidos, es una
recurrencia en la obra de García Márquez. El mes de octubre tiene un sello
penumbroso en sus relatos y suele merecer el adjetivo de “aciago”. ¿Simple
coincidencia? ¿Una meditada afinidad entre poeta y novelista?
Apartados
de esta travesura del ocio creador, la revolución bolchevique o “maximalista”,
adjetivo común entre los periodistas de la década de 1920, tuvo varios sentidos
entre los jóvenes intelectuales de la generación nueva. Rescatemos por ahora el
sentido que le otorgó el estudiante de Derecho, Jorge Eliécer Gaitán; para él,
la revolución socialista de 1917 debía verse como una evolución, de tal modo
que el socialismo era el resultado de cumplir varias etapas y era, principalmente,
la encarnación de un método científico de comprensión de la realidad social,
esta interpretación le permitía alejar esta experiencia socialista de los
antecedentes utópicos del siglo XIX y de las prácticas caritativas difundidas,
en su momento, por la Acción Católica. El deslinde con el socialismo de los
artesanos y con la perspectiva social de la Iglesia católica era, para el
político en ciernes, apremiante.
Lo
que decía en esbozo en su tesis de grado de 1924, aparecerá de modo más
definido en la década siguiente, cuando era un político consolidado que buscaba
afianzar su propio movimiento político plasmado en la propuesta de la UNIR
(1933). Por ser la revolución un fenómeno evolutivo, gradual y acompasado por
las ciencias de la sociedad, era indispensable la existencia de un partido
político encargado de guiar esa táctica, que fuera artífice de ese método de
acción: “La realización de todo un plan político no puede ser obra de la
improvisación ni puede ejecutarse sino gradualmente”. Y aún más tarde en 1942,
seguirá diciendo que “el proceso de las revoluciones es eminentemente evolutivo”.
Gaitán supo acomodar su idea
de revolución y, sobre todo, su percepción de la revolución rusa a su proyecto
político. Desde muy joven, el dirigente liberal asumió su práctica política
como un proceso de reformas orientado por una organización política, no le
concedió en su reflexión ni en su praxis la más mínima posibilidad a la lucha
armada. Eso lo diferenció rápidamente de las veleidades románticas de otros
miembros de su generación.
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