En
Colombia nos quejamos de la casi inexistencia de los críticos literarios; la
queja puede extenderse a la casi nula crítica histórica. Al austero paisaje de
novedades librescas en la historiografía colombiana le sigue la pobre actividad
crítica que ejercemos nosotros mismos. Eso puede indicar varias cosas; una,
inmediata, es que nos leemos muy poco, por no decir que nos ignoramos con
holgura. Hay cierto desinterés informativo y formativo, poco deseo de ser
curiosos y, luego, exhaustivos. La otra, también posible o complementaria de la
anterior, es que somos una pequeña comunidad científica muy condescendiente, tememos
herir susceptibilidades, perder la amistad de los colegas. Por esto último, la
comunidad de historiadores ejerce una muy débil autoridad a la hora de examinar
aquello que puede ser considerado aporte original, contribución a una
tradición. Aún más, somos pobres en ejercicio del criterio y entonces aceptamos
que cualquier cosa de calidad dudosa tenga un brillo innecesario. O, al revés, que
una obra valiosa se pierda, como decía una novia añeja, en la bruma de la nada.
Esa
pobre crítica tiene repercusiones. Se destaca en las muy débiles y esforzadas
secciones de reseñas de nuestras revistas especializadas. Pero también se
destaca en la impunidad consentida con que algunos colegas pueden recurrir a
formas fraudulentas de escritura sin ninguna sanción de la comunidad a la que
pertenece. En algo más se hace notoria esta deficiencia nuestra: hace rato no
tenemos debates historiográficos; ¿entre quiénes podemos tener una didáctica
discusión sobre alguna obra en particular, sobre una tendencia interpretativa,
sobre un método de dudosa eficacia? Sobre nada discutimos hace rato. Del mismo
modo que no debatimos tampoco exaltamos a alguien en particular ni rendimos
homenaje. Nos está faltando, quizás, llegar a una etapa profesional e
institucional mayor; es probable que todavía estemos a mitad de camino en la
adquisición de una mayoría de edad colectiva.
¿Cuántas
reseñas de libros anuales escribimos los historiadores colombianos? ¿Cuántas
reseñas les exigimos semestralmente a nuestros estudiantes? Ese género breve,
argumentativo, sintético y punzante ha perdido encanto. Las conversaciones
alrededor de un libro o de un autor han quedado reducidas a la simpleza y
obviedad. A nuestros estudiantes, si acaso logran leer libros completos, les
queda difícil luego escribir más allá de resúmenes o parafraseos anodinos. Allí
hay otro gran desafío formativo.
Totalmente de acuerdo profesor. En ocasiones cuando se proponen temas como congregarse a leer un libro en particular o discutir sobre un autor, no resultan actividades llamativas.
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