Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Pintado en la Pared No. 169-Fragmentos de vida

Jean-Pierre Velasco es nuestro joven novelista francés invitado (traducción libre de G. L. C)

Fragmento I.
¿No han notado ustedes que hay momentos de nuestras vidas que han pasado borrosos frente a nosotros, como si no hubiésemos estado ahí, pero sí estuvimos, como si hubiésemos permanecido distraídos por cosas más importantes y, luego, algo nos detiene y nos hace retornar hacia una colección de instantes que no tuvieron importancia y que, súbitamente, han ganado su rostro fijo y nítido? Eso me ha sucedido mirando fotos de mi hija. Una vez fui al colegio a recoger las fotos del álbum del final de año y en el paquete de fotos de todos los muchachos no veía a mi hija, no la encontraba. Llegué a pensar que mi hija nunca había asistido a las sesiones fotográficas; pasé y repasé los paquetes y separé un sobre de alguien que, me preguntaba, “¿será ella?”. Sin mucha convicción llevé a mi casa esas fotos de alguien que no sabía bien si era mi hija o no de doce años. En la casa pude confirmar, con la rara mezcla de mortificación y alivio, que sí era ella. Ese día aprendí algo terrible, había dejado de ver a mi hija durante varios años, ella se había escapado de mí. Había dejado de estar con ella en los instantes diarios, pequeños, de la vida cotidiana. Entre los siete y doce años mi hija se había escapado de mis ojos. Al reconocerla esforzadamente en aquel registro fotográfico descubrí que había estado en otra parte, haciendo otras cosas en que mi hija no había tenido cabida.

¿No les ha pasado algo semejante a ustedes con sus hijos o sus padres o sus amantes? La cercanía del lecho o de las habitaciones no nos asegura nada. La vida íntima está hecha con retazos de momentos vividos; no se hace con ausencias o abstracciones. Yo no me había ido de la casa en ese tiempo ni mi hija tampoco, pero cada uno se había hundido en unas malditas rutinas de separación. Ella, sumergida en la vida escolar de doce o más horas; yo, en mi empleo de oficina, viajes de trabajo, reuniones interminables, noches de escritura. Esos paréntesis son tragedias, muertes acumuladas, olvidos que luego pagamos con miradas que parecen hachazos. Todo esto empezamos a entenderlo cuando el amante duda en darnos el beso acostumbrado o cuando nuestra hija lanza el cuaderno contra la ventana y grita su odio al mundo del colegio o cuando nuestra madre ha dejado de visitarnos. Nos hemos ido muriendo mientras intentamos vivir una vida que no es la nuestra. Y habíamos creído que hacíamos muy bien las cosas, pero para quién. 

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