Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 4 de marzo de 2018

¿Qué hacemos ante Colciencias?



Una de las debacles culturales que han dejado los ocho años de la presidencia de Juan Manuel Santos es la decadencia de Colciencias. Su estatuto de institución promotora y reguladora de la investigación científica en Colombia se ha deteriorado tanto como para ser hoy un débil organismo muy poco confiable; el sistema nacional de ciencia y tecnología que intentó diseñarse a inicios de la década de 1990, desde la presidencia de Virgilio Barco Vargas,  ya no es eso, es apenas una entidad de pocos recursos económicos, incapacitada para financiar, premiar y estimular la investigación en todas las esferas del conocimiento. A eso se añade su pérdida de credibilidad por su composición y funcionamiento burocratizados y clientelizados. Puede afirmarse con certeza que una institución que busca y juzga la excelencia no está hecha, ella misma, de gente con excelencia académica, esclarecida para trazar rumbos generales a la academia colombiana.  En el último decenio, le ha añadido a su declive funcional su falta de criterios claros para evaluar y premiar la calidad investigativa. Una de las razones de su torpeza en este aspecto es que se enredó en la aplicación de modelos foráneos para clasificar la producción científica colombiana.

Pero hay que decir que las dificultades en la investigación, especialmente en el ámbito de las ciencias humanas en Colombia, no es responsabilidad completa, ni más faltaba, de una institucionalidad obsoleta y desprestigiada. La comunidad científica de las ciencias humanas y sociales no ha sabido asumir liderazgos ni promover discusiones que permitan definir posiciones tajantes ante una situación tan adversa. A algo nuevo tenemos que apostarle, desde hoy, cuando experimentamos una transición política que hace suponer el desmonte de un viejo conflicto armado y una deseable concentración de esfuerzos en la creación científica y artística. Y esa apuesta, aunque tenga su dosis de incertidumbre, como cualquier novedad, debe partir de algún examen o balance acerca de lo que podemos seguir siendo, como científicos sociales y humanistas, con o sin Colciencias.

Así que estamos ante dos alternativas de funcionamiento de la institucionalidad reguladora y promotora de la actividad científica de alto nivel en Colombia; la una, basada en una transformación muy profunda de Colciencias que implique, entre varias cosas, su autonomía presupuestal y la presencia muy activa, en la dirección y diseño de políticas, de miembros notables de las ciencias humanas y sociales en Colombia, de tal modo que una de las creaciones de un nuevo sistema de ciencia y tecnología sea un departamento o sección encargado de fijar, en exclusiva, los criterios y prioridades en la investigación en el estricto campo de las ciencias humanas y sociales, sin injerencias del modelo evaluativo de las otras ciencias y menos de los patrones extranjeros de medición. Y, la otra, fundada en la construcción de una institución enteramente nueva que aglutine, en exclusiva, a la comunidad de científicos y creadores institucionalmente reunidos en las ciencias humanas y sociales de Colombia. Cualquiera de esas dos posibilidades, que apenas vislumbro, exige, de todos modos, un ejercicio de revisión de nuestra trayectoria colectiva de por lo menos los últimos cincuenta años. Examen a fondo con discusión a profundidad que no sé si estamos dispuestos a asumir. Quizás, nuestras vidas son ya demasiado confortables para someterlas a esfuerzos de esa naturaleza.

Claro, queda la peor alternativa, seguir participando de la deriva y confusión que, en nuestros comportamientos cotidianos, aceptamos en cada convocatoria de medición de grupos y publicaciones. En ese caso, como dice el dicho: “apaguemos y vámonos”.   


Pintado en la Pared No. 174

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