Cincuenta años después del Mayo del 68 y de la matanza
de Tlatelolco, la juventud ha dejado de ser el sujeto político y el objeto de
la política que tuvo protagonismo en las transformaciones de las sociedades
latinoamericanas. Su peso demográfico y su presencia en la vida urbana dejó de
ser decisiva y, poco a poco, ha ido transformándose en un agente social sobre
el cual ya no están concentradas las miradas de las dirigencias políticas. Los
modelos económicos neoliberales han puesto en segundo plano la condición de ciudadanía
y le ha dado mayor realce a la condición de agentes productivos y consumidores
según las lógicas del lucro y el mercado. Ni política ni económicamente la juventud
es, ahora, un agente social de importancia.
En el caso colombiano, las cifras de por lo menos la
última década son desalentadoras en los asuntos relacionados con la gente
joven. Aumento del desempleo juvenil, disminución en el acceso al sistema
universitario público, aumento de los embarazos en mujeres adolescentes,
aumento en el consumo de alucinógenos; a eso agregamos que, en las tasas de
homicidio, la franja de edad entre 15 y 30 años es la más afectada; y en cuanto
al suicidio juvenil también hay cifras preocupantes. Todos esos datos informan
de una situación alarmante o, al menos, de una profunda anomalía social. La
percepción más inmediata es que la juventud es una categoría social en desahucio,
despreciada por los economistas y los partidos políticos. Para los jóvenes hay
múltiples encrucijadas y pocas esperanzas. No es un grupo poblacional
estratégico en los cálculos de los economistas, a no ser que sea visto como un
agente relevante para cierto tipo de consumos.
En la actual campaña presidencial colombiana, no hay
un discurso específico dirigido a la gente joven. Los temas relacionados con la
educación pública no son prioridad en la agenda proselitista de estos días y no
se escuchan fórmulas siquiera llamativas acerca de qué hacer con la educación
universitaria, cómo volverla accesible a sectores sociales tradicionalmente
excluidos o cómo evitar el masivo éxodo de jóvenes estudiantes que buscan becas
para realizar estudios de posgrado en el exterior ante la mercantilización de
la enseñanza universitaria en Colombia. Las instituciones formadoras de
artistas están sometidas a presupuestos precarios y la vida cotidiana en las
ciudades ha ido arrinconando las expresiones creativas de los jóvenes; el
deporte y la recreación también han padecido escasa financiación y han estado
sometidos a una burocracia intermediaria que ha dilapidado los escasos recursos
en escenarios deportivos insuficientes y deficientes.
Hacen falta políticas para la juventud. La esperanza
de una mutación en la vida pública colombiana, luego del acuerdo de paz con las
FARC, debería contemplar un temario en favor de la población juvenil colombiana.
Mucha gente joven ha sido asesinada en los más de cincuenta años de nuestro
conflicto armado. Muchos jóvenes encontraron algún tipo de refugio en alguna
forma de actividad armada y, hoy, para ellos deberíamos comenzar a esbozar formas
de inclusión en los proyectos políticos más inmediatos.
Pintado en la Pared No. 176.
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