Hay algo que la “nueva” historia intelectual ha puesto
en lugar privilegiado de la reflexión, es una especie de hermenéutica historiográfica.
La historia intelectual exige que el historiador ponga en discusión su relación
con los documentos, con los hallazgos en esos documentos, con la interpretación
de esos hallazgos. Koselleck, por ejemplo, insistirá en recordarnos que al leer
documentos estamos leyendo actos lingüísticos que refieren hechos, pero no
estamos viendo los hechos mismo. El tamiz de la lengua y sus usos es lo que
tenemos al frente cuando desempolvamos los archivos. Y cuando escribimos acerca
de esos hechos agregamos más materia lingüística que vuelve más indirecta aun
la relación de cada presente con los hechos del pasado. Leemos y escribimos
acerca de hechos que son relatados y explicados mediante términos que son
aproximaciones a la realidad de lo vivido. La historia conceptual también
advierte que no podemos buscar en el pasado momentos históricos de un concepto
que se parezcan al momento actual (presente) de ese concepto. El riesgo del
anacronismo parece, así, bien advertido.
Y la historia intelectual también nos ha puesto a
pensar acerca de los enunciados provenientes del pasado y que tuvieron su
vigencia y vigor en esa vida pasada. Todo enunciado está inserto en un contexto
enunciativo. Lo que alguien dijo o escribió no fue dicho ni escrito en el aire,
para nadie o contra nadie; todo enunciado está inserto en un circuito
comunicativo y, por tanto, ocupa un lugar que lo determina; fue una respuesta a
algo o una propuesta para comenzar a hablar acerca de algo; pudo ser algo dicho
por alguien que estaba en la cúspide, que ocupaba un cargo prestigioso o que
estaba siendo cuestionado o perseguido. Eso que solemos llamar el lugar de
enunciación del hablante se vuelve, en la historia intelectual, muy importante
y obliga al investigador a establecer nexos entre el texto central de su
análisis y otros textos que hicieron parte de un diálogo pretérito.
A eso se añade la aconsejada postura de despojarse de
las creencias y nociones propias a la hora de ir a averiguar por las creencias
y nociones de otros en el pasado. Según Quentin Skinner, se vuelve muy
importante entender por qué ciertas ideas eran, en ciertas épocas, tan trascendentales,
tan presuntamente razonables y arrolladoras, por extrañas que nos parezcan hoy.
También Skinner nos expuso en un ensayo clásico todas aquellas “mitologías” o
errores en que podemos incurrir al estudiar lo que otros pensaron y dijeron.
Creer que estudiamos pensadores coherentes y sistemáticos, atados a una correa
de influencias y tradiciones hace parte de los equívocos que desorientan
cualquier análisis en la historia del pensamiento o de las ideas.
En fin, la historia intelectual ha ido creando un
repertorio de consignas que intentan prevenir el examen de lo que fue pensado y
dicho alguna vez. Busca una comprensión cabal que va más allá de una obra, de
un pensador supuestamente central y canónico. Una de las consecuencias
inmediatas es la necesidad de ampliar el archivo de los enunciados a autores
poco conocidos, a pensadores juzgados menores e, incluso, a simples hablantes
casi anónimos. Ese es un reto que las ciencias humanas necesitan asumir, no
solamente los historiadores.
Pintado en la Pared No. 198.
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