2019 ha sido año movedizo en el subcontinente
latinoamericano. El balance merece espíritu crítico si queremos extraer una
moraleja útil para el futuro. Nicaragua, Venezuela, Ecuador, Bolivia Chile y
Colombia han vivido días, meses, de agitación en las calles; en casi todos los
países, de México hacia abajo, hay ejemplos de altos niveles de corrupción de
la clase dirigente. En todas partes han fallado los modelos económicos; ni el
socialismo bolivariano, ni el populismo ecuatoriano, ni el recetario
neoliberal, ni el autoritarismo político mezclado con libre mercado, ni los
tintes de socialdemocracia, ni el izquierdismo sindical de Brasil, ni el
populismo argentino, ni el sandinismo en Nicaragua. Todo eso ha producido más
desigualdad económica, más distancia entre ricos y pobres, entre grupos
dirigentes y sociedad civil. Ni la dirigencia de izquierda ni la derecha ni los
aparentemente moderados; todos provocan desconfianza. Es una crisis de los liderazgos
y de los modelos que promovían.
América latina está sin brújula política y parece que
necesita reinventarse; reinventarse ella misma, sin apoyarse en muletas
importadas. Necesita crear un modelo autóctono, basado en su propia
experiencia, y para eso hay que empezar por fijarse un derrotero. Ese derrotero
no puede salir de las experiencias fallidas de los últimos dos decenios. Todo
eso ha producido demasiada política mezquina, enfrentamientos entre facciones,
disputas internas por el botín estatal, una clase política mercenaria,
dispuesta a vender los recursos de cada país al mejor postor internacional; los
socialismos terminaron siendo nepotismos, mediocres interpretaciones del papel
del Estado y ambiciones por perpetuarse en el poder.
La búsqueda de la brújula hace más incierta y precaria
la situación de nuestro presente; la salida de las gentes a las calles y, sobre
todo, la ferviente multitud juvenil son un reclamo de un diseño urgente de un
futuro esperanzador. Parece que hay que abrir la puerta de las oportunidades a
una generación que siente que el capitalismo solo ofrece inestabilidad laboral,
empleos precarios. La juventud latinoamericana reclama acceso a educación de
calidad, reclama garantías de ascenso económico y social, reclama justicia para
las víctimas de todo tipo de violencia, reclama gobernantes que sepan escuchar
las necesidades de la gente común, reclama dirigentes comprometidos con sus
deberes de representación política.
Un modo de empezar esta búsqueda es por el camino de
la reflexión y la enmienda; muchas cosas han sido mal hechas en América y han
provocado esta situación de protesta generalizada que, aunque sea pasajera, contiene
mensajes contundentes acerca de lo que ha sido la actuación de nuestros
supuestos líderes. Crisis de modelo y crisis de liderazgos que señalan otra
crisis, la crisis intelectual de América latina. No tener ahora alternativas
claras, la sorpresa que nos causa las movilizaciones callejeras hacen parte del
desconcierto por no haber tenido sintonía con las realidades concretas de cada
lugar.
Pintado en la Pared No. 204.
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