Don Tiberio Bedoya está cumpliendo, hoy, 22 de marzo
de 2020, setenta y dos años. Nació aquí, en Montenegro, un municipio de unos
30.000 habitantes, uno de los tantos pueblos que surgieron de la colonización
antioqueña y que se convirtió en uno de los centros de la producción cafetera
de Colombia; hoy sigue siendo una despensa agrícola importante, a pesar de la
mixtura con el agroturismo. Ha vivido en muchas partes; ha trabajado en los
arrozales de los llanos orientales, en los algodonales del Huila, en las
bananeras de Apartadó. Tuvo un puestico en la plaza minorista de Medellín,
vendiendo panela. Vivió en Manizales con un puesto de dulces en la Galería y
regresó hace treinta años a Montenegro, con su Tila, una morocha que conoció en
Medellín.
Son las cinco de la tarde y no hubo celebración,
porque “no me gusta celebrar que estoy viejo”. De todos modos, doña Domitila Hurtado,
su compañera de hace cuarenta y tantos años –ambos perdieron la fecha precisa
de cuando se conocieron- le trajo una torta pequeña, para unas cuatro o seis
personas, compró un refresco en la tienda de la esquina y llamó a un par de
vecinos. No hubo cantos ni abrazos, porque, otra vez, don Tiberio les dijo que
no había nada qué celebrar y porque, además, “estamos en pandemia y lo mejor es
que empecemos a usar tapabocas y saludarnos de lejitos”.
La reunión duró poco porque don Tiberio tiene que
arreglar “la pinta pa’mañana”. Mañana, lunes festivo, madruga a trabajar en una
hacienda que queda en la vereda Callelarga. En el campo colombiano no se
distingue día ordinario de día festivo, ni para trabajar ni para pagar. Don
Tigurio, así lo conocen en el barrio y en el trabajo, así le dicen porque en
Montenegro a nadie le ahorran un apodo. Don Tiberio suele contar que siempre ha
vivido “en tigurios”, por decir tugurios. Cada vez que le preguntan por su vida
errante, antes de volver al Quindío, llega a la misma conclusión, que siempre
ha vivido “en tigurios”.
-Es que siempre
he vivido en tigurios llenos de pobreza, en casuchas llenas de huecos en los
techos, en barrios con ratas de cuatro y dos patas. Siempre he vivido en
voladeros, en casas que se caen en invierno o que que incendian porque alguien
dejó encendida una veladora. Así me
tocó vivir en Manizales, en Medellín, en Apartado, en Neiva, en el Meta. Yo he
sabido lo que es la pobreza, lo que es dormir con niños llorando de hambre.
El presidente Duque está a punto de anunciar algo
importante ese domingo; en Montenegro estamos en inicio de pico y cédula para
salir a comprar alimentos. Don Tiberio dice que eso no le importa, porque de
todos modos va a salir muy temprano, cuatro y media de la madrugada, como
siempre, en su bicicleta. Si hay cuarentena, “no me voy a esconder, es cuando
más voy a trabajar para traer alguna cosita a la casa”.
Don Tiberio Bedoya recoge del patio la ropa de
trabajo, teñida de manchas de plátano; él mismo plancha y dobla con cuidado,
pone la ropa sobre una silla de madera que está en una de las cabeceras de la
cama. revisa las ruedas de la bicicleta, limpia el manubrio y el sillín. Mientras tanto, doña Domitila le organiza el fiambre, porque la comida de
la hacienda es “veneno”.
-Yo conozco bien
lo que les dan a los trabajadores en las fincas de por aquí, un aguacaldo con
un hueso y dos papas, si acaso. Eso es una porquería, eso no es comida pa’la
gente que trabaja. Por eso siempre le preparo una comidita pa´que coma él solo,
aparte. Así le toque comerla fría pero bien preparada, buena sopa y buen seco
con arroz, carne, frijoles y unas tajadas de plátano.
Mañana lunes sale don Tiberio a ganarse el jornal de
la semana; trabajará todos los días desde las seis de la mañana hasta casi las cinco de la tarde, y el sábado hasta mediodía y se recibe, descontando la
alimentación –el “veneno”- 150.000 pesos (unos 40 dólares). Antes de acostarse,
a las 8 de la noche, una vecina, doña Hortensia, le trae un regalo de cumpleaños: un par de
tapabocas que acabó de hacer, la vecina piensa poner “un negocito, si la
pandemia es pa´largo”. Don Tiberio agradece y se acuesta.
-Hasta mañana.
Pintado en la Pared No. 217.
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