Pintado en la Pared No. 246
Pandemia,
pandemónium
Los últimos días del
2021 y los primeros de 2022, en París, han sido cálidos y soleados, con temperaturas
superiores a los 12o C ; los guantes, los gorros y las bufandas no
han sido necesarios. La gente está en los parques jugando tenis, leyendo un
libro o paseando sus mascotas con ropa ligera, como si fuese tiempo de
primavera, como si fuese abril o mayo; es la falsa alegría provocada por el
recalentamiento global. Mientras tanto, Francia y Europa registran cada día
cifras históricas de nuevos contagios con la nueva variante Omicron; y al
tiempo, los gobiernos intentan convencer a sus habitantes, especialmente en
Francia y Alemania, de acelerar el proceso de vacunación masiva. En estos
países, el porcentaje de vacunación es aún muy bajo y es el resultado de una
resistencia civil a las consignas sanitarias de sus gobiernos.
La humanidad terminó el
2021 enumerando catástrofes y sospechamos que así seguiremos en este 2022;
seguiremos hablando de inundaciones, sequías, incendios forestales, de cambios
extremos e imprevisibles del clima; y también seguiremos hablando de variantes
del coronavirus, de nuevos ciclos de vacunación y, claro, de los enemigos de las
restricciones sanitarias y de las vacunas. El inicio de un tercer año de
pandemia con este paisaje de un planeta averiado, con enfrentamientos sociales
y políticos que pueden tornarse violentos, sobre todo en aquellos países que
tienen, en el horizonte próximo, la competición electoral por la presidencia, hacen
temer un año muy conflictivo.
Quienes hemos aceptado las
restricciones sanitarias, convencidos de las bondades del distanciamiento
físico, de las cuarentenas, de las campañas de vacunación, comenzamos a
cansarnos de algo que se está volviendo costumbre, como si pasáramos de vivir
la experiencia de una pandemia a vivir en la pandemia. Comenzamos a
inquietarnos por la entrada en una zona de incertidumbre, porque sentimos que
esto no termina aún y porque no sabemos cómo puede terminar. Y quienes no han aceptado los dictados y
recomendaciones de los gobiernos y de la ciencia parecen acumular más razones
para fundar su escepticismo. Es cierto que los mercaderes de la medicina y de
la religión hallaron terreno propicio para alimentar la desconfianza sobre el
Estado y los avances de la medicina, pero es igualmente cierto que los científicos y las transnacionales
farmacéuticas no han logrado informar y persuadir acerca de las posibilidades y
las limitaciones de esta inédita circunstancia global. No es la primera vez que los seres humanos vivimos una confusión entre las verdades de la ciencia y las verdades de la seudo-ciencia; no es la primera vez que le tememos a la ciencia por invadir con sus verdades el ámbito de la vida íntima, de la familia, del individuo y sus relaciones.
La ciencia, la
solidaridad y la responsabilidad parecen ser las primeras categorías de la
acción humana que salen damnificadas de esta pandemia. Pensar y actuar en el
bien común se volvió más difícil en estos tiempos y eso hace que la misión de
los políticos tenga el imperativo de cambiar radicalmente de sentido. Los
políticos profesionales y sus partidos tendrán que renovar sus programas y
adecuarlos a un mundo a la deriva; los líderes actuales no parecen situarse a
la altura de los enigmas de un planeta agotado y cuyo deterioro asoma como inevitable.
Las teorías del
desahucio, de lo irreversible y, en definitiva, todas las variedades del
conformismo, ocupan lugar privilegiado en las reflexiones de líderes políticos
y religiosos y en gentes del común; dejar que todo esto pase hasta sus últimas
consecuencias es una actitud que ha tenido su apoteosis en los paseos turísticos
espaciales promovidos por los multimillonarios. Esos viajes delatan el ánimo de
derrota en las posibilidades de vida confortable en la Tierra. Si a ese ánimo
se agrega la inercia política, estamos en las puertas de un derrumbe moral muy
grande.
Es hora de pensar y
proponer alternativas y, por supuesto, de movilizarse por volverlas políticas
públicas, acciones de gobierno. Si no hay cooperación, si no hay acciones sincronizadas
de los países, no tendremos cambios que permitan pensar que aún tenemos una segunda
oportunidad en este mundo o, mejor, que este mundo tiene una segunda
oportunidad. Por ahora estamos caminando por un túnel de incertidumbre, sin ver
luz que anuncie una salida.
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