Pintado en la Pared
No. 252
Elecciones presidenciales en un país mediocre
Hoy es la segunda vuelta de las elecciones
presidenciales en Colombia. Según mis recuerdos, esta es una de las elecciones
presidenciales más turbias y mediocres por la procacidad de los contendientes,
por el exceso de competidores, por la relajación de los criterios de selección
de quienes deberían ser los mejores candidatos para un país que necesita
enderezar su economía, resolver el enorme hueco fiscal, solucionar el dilema
pensional, eliminar las barreras que lo hacen uno de los países más
inequitativos del mundo, responder por los compromisos del acuerdo de paz
firmado en 2016. Ante un país saturado de conflictos, estas elecciones
presidenciales no parecen ofrecer soluciones esperanzadoras.
Si las encuestas aciertan, habrá un triunfador
por un muy reducido margen de votos. El que gane, ganará muy poco y por muy
poco; el que pierda, podrá sentirse autorizado para hacer oposición tenaz. De
modo que tendremos un débil gobierno de cuatro años, cuestionado y cuestionable.
Cualquier triunfo, en esas condiciones, es una pérdida para Colombia. Tendremos
un país escindido en dos mitades que no logran ponerse de acuerdo. Perderemos
todos, más de lo que hemos perdido hasta ahora.
Los candidatos enfrentados representan, el uno,
un tímido (pero temido) cambio; y el otro, un retroceso en muchos sentidos. El
uno es Gustavo Petro que intenta ser presidente por tercera vez y el otro es
una cosa inventada por los publicistas que ha servido de comodín para aquellos
que creen o hacen creer que Petro es un guerrillero que todavía lo secunda una
agrupación armada, que es un comunista que va a cerrar los templos religiosos, que
nos va a empobrecer al estilo de la Venezuela de Maduro, que va a cerrar el
puerto de Buenaventura, que nos va a dejar sin pensiones, que va a cerrar
empresas y banco. Este bajo nivel de discusión ha exhibido la pobreza de la
cultura política colombiana. Un país que lee y escribe poco es un país que
piensa poco. Hasta ahora ha ido ganando el odio, el miedo y la rabia.
Si gana la cosa inventada por los publicistas,
tendremos en el poder una mezcla de Cantinflas, Bolsonaro y Trump. Para el
empresariado, para los gringos y para la derecha colombiana sería el presidente
perfecto para ser manipulado, para impedir cualquier cambio sustancial en el
modelo económico neoliberal, para frenar cualquier reforma radical de
instituciones corruptas y cuestionadas como la policía y el ejército. El
candidato Rodolfo Hernández llegó a la segunda vuelta sin conocer el país, sin
recorrerlo, sin redactar un programa de gobierno y sin ponerlo en debate
público.
Entre las derrotas anticipadas de esta campaña
electoral colombiana está la de los intelectuales. Su situación precaria ha
quedado expuesta en la tragicomedia de la discusión pública. Nuestras
universidades están produciendo o, mejor, reproduciendo unos dudosos oficiantes
de las ciencias sociales y humanas. Transformados en “analistas”, “politólogos”,
“polemistas” de radio y televisión, muchos de ellos opinaron con sus vísceras y
no con los rigores de la academia. Muchos de ellos cayeron en la ramplonería y
no se diferenciaron de lo que cualquier ciudadano iletrado podría decir
mientras bebe una cerveza en la tienda de la esquina.
Quien gane ahora por un estrecho margen,
recibirá un país en alta tensión. Estas elecciones dejan un país crispado, con
familias, vecinos y amigos enfrentados porque seguimos sin aprender a compartir
y entender nuestros desacuerdos. Seguimos siendo un país incapacitado para
ejercer el criterio, incapacitado para formarse un juicio acerca de algo o
alguien. Seguimos siendo un país mediocre que toma decisiones mediocremente.
Ninguno de los dos candidatos parece tener la lucidez para superar esta
situación de Colombia.
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