El joven que soñaba (parte
3).
Hacia las cinco de la madrugada todos estaban de pie
para iniciar la marcha que los llevaría a la cumbre de la montaña. Los que ya
habían hecho el ascenso eran los más entusiastas; sin embargo, esa mañana
nuestro joven se levantó con dificultad. Su ánimo contrastaba con el de los días
anteriores. Su alegría se había tornado en pesadumbre, su curiosidad en
desasosiego. No había dormido bien, aunque hubiese pasado la noche junto a su
amiga. Mientras tanto, ella estaba algo desconcertada por el cambio de ánimo
del joven. Él no se atrevía a hablar, había hecho la promesa de no referirse a
sus sueños. Esa noche tuvo un mal sueño, era un mal presagio para aquella
jornada de la excursión, pero había prometido no decir nada al respecto. Esa
era la razón de su decaimiento y no podía mencionarla, tampoco quería empañar el entusiasmo de los demás. Sus compañeros caminantes tuvieron que palmotearle la espalda y levantarle el ánimo. Su amiga
le garantizó que iba a guiarlo en cada paso en las zonas más difíciles del
ascenso. El joven finalmente se decidió a acompañarlos, aunque lo dijera sin
mucha convicción.
La caminata empezó tranquila con la ayuda de los
primeros rayos de sol. La vegetación de una altura cercana a los tres mil
metros parecía languidecer a cada paso. El primer trayecto estrecho, en que
debían transitar lentamente uno por uno fue sorteado con cierta facilidad.
Nuestro joven siguió atentamente las indicaciones. Luego vino un área más
empinada en que tuvieron que emplear sogas y arneses de seguridad; este fue el
momento más delicado del ascenso, allí tardaron más de lo presupuestado a causa
de los temores del joven inexperto. Cuando por fin todos superaron el obstáculo
se miraron jubilosos, aunque aún faltaba un tramo quizás más riesgoso.
Sin embargo, el último escollo, una pared casi vertical de unos treinta metros fue superada con relativa facilidad. Nuestro joven había hecho
un rápido aprendizaje en el ascenso anterior. Esta vez fue más ágil y seguro en
sus movimientos y supo balancear su cuerpo para lograr aferrarse a una roca. A
sus pies había un precipicio que provocaba vértigo; en la peripecia cayeron
algunos objetos, entre ellos un casco con linterna y el chasquido del impacto
sobre el suelo estremeció a nuestro joven que, por fortuna, ya había sorteado
la inédita prueba. Finalmente se impuso el deseo de conquistar por fin la cúspide
de la montaña y llegaron a la estrecha planicie de la cumbre un par de
horas después del mediodía.
Hubo alborozo, todos saltaron de alegría y nuestro
joven soñador parecía haber olvidado la melancolía de su despertar aquel día.
Se sentía orgulloso de sí mismo y agradecido con sus acompañantes. Estaba en la
cima de una montaña, luego de tres días de caminatas. Pero, más importante aún,
tenía ante sí un paisaje esplendoroso. Veía hacia el occidente un valle
majestuoso atravesado por dos ríos que brillaban como espejos y que en la
lejanía se anudaban en uno solo hasta llegar al mar que alcanzaba a verse como
un hilo de plata. Al sur divisaban otras montañas, incluso una que aún
conservaba una tenue corona de nieve y al lado un enorme cráter vaporoso. Varias
bandadas de aves pasaron cerca como si saludasen a sus nuevos vecinos de las
alturas. Al oriente y al norte resplandecían los verdores de un bosque nativo
con el prolongado ruido de animales. La magnificencia de toda aquella visión
los llevó a una especie de ebriedad. Hubo un largo momento de silencio, cada
uno quedó ensimismado con algún paraje, con algún detalle de todo lo que podían
contemplar. Luego reaccionaban y se miraban entre sí. El joven cruzó su mirada
con la de su amiga y la sonrisa de ambos anunciaba que vivían un precioso
instante de felicidad.
La estancia en la cúspide se prolongó, pero una fuerte
ventisca los obligó a refugiarse en una roca; tomaron rápidamente algunas fotos
del grupo y comenzaron a preparar el descenso. Era necesario apresurarse, el
fuerte viento anunciaba la llegada del crepúsculo y había que descender antes
de la oscuridad de la noche. Sin embargo, el joven volvió a asumir un aspecto sombrío, se negó a descender,
advirtió resuelto que iba a quedarse allí y que podían marcharse sin él. Su
rostro mostraba una firme decisión. Les agradeció que lo hubiesen guiado hasta aquel hermoso lugar.
Los demás se inquietaron, no podían quedarse allí, ningún ser humano podía
quedarse allí porque se corría el riesgo de morir de hipotermia; de hecho, la
temperatura había bajado notablemente en aquel momento. Todos comenzaron a
descender, menos la amiga del joven y él. Ella los tranquilizó diciéndoles que
iba a tratar de persuadirlo para que descendiera.
Así fue, era un poco más de las cinco de la tarde y
cuatro de los excursionistas habían iniciado el peligroso descenso. La chica le
pidió a su amigo que le explicara su terrible y equivocada decisión. “No puedes
quedarte aquí, puedes morir”, le dijo ella. Y él respondió: “De todos modos voy
a morir esta noche, lo he soñado, no quise decírtelo porque no quiso romper mi
promesa, pero ahora te lo digo”. Ella entonces replicó: “si estás tan seguro de
que morirás ahora, ¿por qué no lo haces acompañándome en el descenso? Es una
tontería que te quedes esperando aquí un suceso que está basado en un presagio”.
El razonamiento de ella pareció conmover al joven y aceptó finalmente descender.
La pareja comenzó a bajar la cúspide cuando la
oscuridad ya se imponía. Sólo ella llevaba un casco con linterna. Ella, mucho
más hábil que él y además conocedora de ese trayecto, aprovechó las marcas y
ayudas que dejaron sus compañeros en su avanzada. El joven, casi a tientas,
trataba de seguir las instrucciones de su amiga.
Más adelante, el grupo de cuatro que bajó con anterioridad
decidió esperar en un estrecho paraje en que apenas podían sostenerse el uno al
lado del otro. Alcanzaron a escuchar que la pareja ya estaba tratando de
sortear la pared casi vertical que lleva a la cúspide. Eso los tranquilizó y
siguieron su marcha. Casi una hora más tarde volvieron a detenerse y no
escucharon nada; siguieron resueltamente su marcha, decididos a llegar al sitio
donde habían acampado la noche anterior. Cuando estaban cerca del lugar,
escucharon un grito, era un grito de mujer. Dos de ellos decidieron devolverse
a averiguar qué había sucedido.
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