Apuntes de Historiografía (I).
La Regeneración.
La Regeneración es uno de los periodos de la historia
política colombiana más descuidados, el resultado hasta hoy es que poco sabemos
acerca de ese periodo y seguimos conformes con algunas viejas caracterizaciones
muy generales. Por ejemplo, todavía es válida la vieja valoración que hace
Marco Palacios desde que escribió su historia sobre el café en Colombia.
Algunos otros aportes son muy epidérmicos o episódicos, como el también viejo
estudio de Frederic Martinez; otras incursiones son muy puntuales en su temario,
como las de Mario Aguilera y la protesta urbana en Bogotá o el estudio de David
Sowell sobre los artesanos bogotanos o el ensayo de Renán Silva sobre la
educación en ese periodo. Algunas tesis doctorales dan cuenta de la vida
asociativa regional entre 1886 y 1900, pero no dicen gran cosa que permita
saber qué distinguió claramente a la Regeneración de lo que le antecedió, qué
novedades instituyó en la vida pública, en las disputas partidistas, en la
institucionalidad cultural, en fin.
Voy a compartir una intuición acerca de por qué la
Regeneración se llamó así. Mi hipótesis
es que la Regeneración es una metáfora, como muchas de las que circularon y se
impusieron en el vocablo cotidiano de la política en Colombia y en el mundo en
el largo siglo XIX. Es una metáfora o analogía proveniente de la medicina que
sirvió, a los políticos, como consigna de lucha, como palabra que invocaba la
necesidad de transformación, de rehabilitación, de cambio ante una situación
degenerativa o decadente. Dicho en breve, la Regeneración, como metáfora,
implicó su término opuesto, la Degeneración.
La segunda mitad del siglo XIX conoció la expansión de
las teorías de la degeneración, la decadencia, la degradación y, por supuesto,
sus términos consecuentes como rehabilitación, regeneración o reforma. Nuestros
políticos, entre ellos varios que vivieron temporadas en Europa, conocieron la
circulación de esas palabras tanto en el mundo específico de la medicina como
sus prolongaciones metafóricas en la vida pública.
El primer responsable intelectual del auge de aquellos
conceptos fue el médico psiquiatra austro-francés Benedict Morel (1809-1873)
con la publicación, en 1857, de su Tratado
de las degeneraciones físicas, intelectuales y morales de la especie humana.
Morel era un católico militante, educado según los principios del catolicismo
social del abate Lamennais. Su libro era en buena medida el resultado de
observaciones y experimentos en un hospital de Paris y de su interés por darle
una explicación histórica a las enfermedades del cuerpo humano y del cuerpo social;
su perspectiva, afirmada en la religión, le hizo creer que sólo en la génesis de
las especies, en sus formas primitivas, había perfección y que la historia de
cada especie era de una continua degradación. Esa teoría, en el siglo XIX,
sirvió para criticar las fallas de la modernización industrial y fue acogida no
solamente por católicos, sino también por socialistas y demás críticos de las
ilusiones del progreso.
La obra de Morel tuvo repercusiones en la creación
literaria; mucha de la novelística del siglo XIX estuvo impregnada de esta
visión moreliana del progreso y de la historia. En Francia, algunas novelas de
Balzac, Zola y Flaubert fueron propagandas explícitas de la degeneración moral,
asociaron trastornos mentales con determinados hábitos de higiene o con las
condiciones precarias de las ciudades industriales. En Inglaterra, la literatura
de ficción también reprodujo con entusiasmo las tesis degenerativas, como sucedió
con Arthur Conan Doyle y su personaje Sherlock Holmes, Robert Louis Stevenson y
su clásico Doctor Jekyll and Mister Hyde,
Herbert G. Wells y los monstruos de su Máquina
del tiempo. La lista podríamos extenderla, pero basta decir por ahora que
ficción literaria y discursos de la ciencia deliberaban cotidianamente sobre
los postulados pesimistas morelianos, los hallazgos evolucionistas de Darwin y
a eso se agregó, sobre todo en la década de 1870, la teoría microbiana de Louis
Pasteur. Muy cerca de ellos, los políticos se inquietaban por el crecimiento
incontrolado de las poblaciones urbanas; algunos explicaban las derrotas
bélicas de sus países por algún síntoma de degeneración colectiva; otros inventaban
estrategias para vigilar las horas de ocio de los obreros y evitar el aumento
del consumo de alucinógenos o las tendencias dipsómanas, entonces recomendaban,
muy apegados a la terapéutica moreliana, la creación de asociaciones de
temperancia y de socorro mutuo. Algunos científicos sociales se esforzaban por
construir estadísticas sobre las condiciones de vivienda en las ciudades
industriales; las revistas y boletines médicos y de higiene pública se
multiplicaron en la segunda mitad del siglo XIX, siempre nutridos de estudios
monográficos tratando de hallar las causas de determinadas enfermedades, de
rasgos degenerativos en ciertas clases sociales y, por supuesto, indicando terapéuticas.
Rafael Núñez, el político colombiano que creemos
responsable del uso deliberadamente político del término regeneración como
consigna de batalla contra el desorden republicano provocado por las reformas
del liberalismo radical, debió conocer muy de cerca aquella intensa discusión
de las élites en Europa. Núñez vivió en varios países de Europa entre 1865 y
1874, estuvo en Le Havre, París, Bruselas y Liverpool, de modo que tuvo que
conocer de primera mano lo que los científicos y políticos europeos decidían y
discutían. De hecho, sus escritos de esos años, publicados como Ensayos de
crítica social, indican la familiaridad del político cartagenero con algunos fenómenos
sociales y políticos de Europa. En ese lapso conoció los episodios de hambruna
padecidos por España, las secuelas de la guerra franco-prusiana, el aumento de la pobreza y la mendicidad en
las ciudades británicas.
Se recuerda que Rafael Núñez, en 1878, en calidad de
presidente del Senado, pronunció el discurso con que recibe y juramenta al presidente
Julián Trujillo y allí dijo que el país estaba en el dilema de una “regeneración
administrativa fundamental o catástrofe”. Desde entonces, la regeneración fue
lema constante difundido en los periódicos; el propio Núñez, en sus artículos
de prensa de 1881 a 1884, se dedicó a darle sustancia a la palabra. Como buen
político, quiso demostrar que él no era el único ni el primero que usó
públicamente el vocablo en Colombia; recordaba que el general Santos Gutiérrez,
en 1868, en un acto de contrición de los liberales radicales, admitió que el
país exigía una regeneración.
El influyente político cartagenero, especialmente en
un artículo de 1882 (Urbi et Orbi), explica la degeneración y la regeneración de
Colombia en un lenguaje médico inequívoco. La degeneración del país era un “estado
patológico que se revela en la superficie” y que la sociedad es como “un cuerpo
humano en convalecencia” que, si no se cuida, estará expuesto “a fáciles recaídas”.
Todo esto lo decía en medio de un balance “de media centuria de trastornos” que
sólo podían ser superados por un espíritu político regenerador.
Hasta aquí hemos expuesto una intuición
que podría llevarnos a examinar con detalle y con otros atisbos interpretativos
lo que fue el periodo político de la Regeneración en Colombia.
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