Apuntes de historiografía
(II).
¿Una historia de la
filosofía en América latina?
¿Es posible una historia de la filosofía en América
latina? Presumo que para responder esa pregunta debemos hacernos otras
preliminares. ¿Qué ha sido la filosofía en América latina? ¿Quiénes han hecho
filosofía en América latina? A la primera cuestión podemos agregarle lo
siguiente: ¿Es que en América latina podemos hallar filosofías entendidas como
sistemas de pensamiento, como sistemas de razonamiento altamente elaborados y
que pretenden dar cuenta de las causas y las esencias de las cosas, que den
cuenta de la naturaleza de la existencia y del ser, que den cuenta de la lógica,
la ética, la moral, la religión, que den cuenta del mundo físico, de las
relaciones de los seres humanos con las cosas? Dicho en otras palabras,
¿podemos hallar en América latina sistemas filosóficos que incluyan unas lógicas,
unas epistemologías, unas gnoseologías, unas teologías, unas políticas, unas
éticas, unas estéticas? Quizás sí hallemos algo de cada una de esas ramas del
pensamiento filosófico, pero adelanto que no vamos a hallar filósofos o
filósofas que hayan construido o intentado construir algo tan complejo, tan
sistemático. Eso entraña afirmar que no vamos a encontrar sistemas filosóficos como
aquellos de Europa elaborados por un Aristóteles, un Kant, un Hegel. Si nuestra
búsqueda inicia con tamaña pretensión, nos decepcionaremos pronto.
Entonces, veamos la pregunta siguiente: ¿Quiénes han
hecho filosofía en América latina? Si no hallamos filosofías que concuerden con
el canon europeo, tampoco hallaremos filósofos y filósofas que hayan sido pensadores
de sistemas de tal envergadura. Hasta ahora, las historias de la filosofía en América latina contienen autores que circunstancialmente leyeron y aplicaron las tesis de uno
u otro filósofo. La filosofía no ha sido profesión sino hasta tiempos muy
recientes, desde cuando tuvo un lugar en la estructura de las universidades.
Cuando hemos buscado filósofos, en el siglo XIX latinoamericano, por ejemplo,
nos tropezamos en su gran mayoría con sacerdotes católicos y abogados que han
ejercido cargos públicos por elección o por designación. Algunos de ellos han
sido docentes universitarios y allí han impartido cursos de filosofía y han
contribuido a difundir obras y autores que tienen su auge en determinadas
épocas de la historia de nuestro sub-continente. Los abogados, particularmente, han
sido receptores y difusores en las universidades de corrientes filosóficas que
han contribuido a la discusión y elaboración de códigos, de leyes y de unidades
administrativas del Estado. Por eso, en esa pretendida historia de la filosofía
latinoamericana hallaremos figuras de la vida pública, ministros y hasta
presidentes de países que, en alguna circunstancia de sus trayectorias, tuvieron que
acudir a algún tipo de formación y de difusión filosóficas. Sobre ellos podemos
preguntarnos si fueron creadores de algún pensamiento filosófico y me temo que estaremos
ante un grado muy limitado de originalidad.
Así que ahora podemos volver a la pregunta del inicio:
¿Es posible una historia de la filosofía en América latina? Por supuesto que es
posible, pero los hallazgos serán muy precarios si, de nuevo, tenemos como
punto de referencia el canon de las filosofías y los filósofos de Europa. El
corpus será muy limitado, el grado de originalidad de ese corpus también.
Entonces debo concluir, provisoriamente, que la historia de la filosofía en
América latina contará, como ha contado hasta hoy, con un archivo muy modesto y
lo que resultará de su examen es una historia muy superficial, muy episódica,
muy fragmentada y eso nos hará creer que en América latina la filosofía ha sido
una práctica muy débil, poco institucional, poco sistemática. Y dado esto, me
permito sugerir que es necesario sacudirnos de esta manera de indagar que sólo
nos ha llevado a lugares comunes, a un corpus muy restringido y a una
definición de momentos, de etapas que juzgo superficiales. En otras palabras, una
historia de la filosofía en América latina es un ejercicio insuficiente y ese
ejercicio tenemos que ampliarlo. ¿Cómo? Redefiniendo el objeto de nuestras
búsquedas y, en consecuencia, acudiendo a un archivo más prolijo.
(Sigue).
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