La peor versión de Publindex
Lo que era una conjetura ahora parece una certeza; el
Ministerio de Ciencia y Tecnología comienza mal. Lo poco que ha hecho en lo que
va de la presidencia de Gustavo Petro es la presentación, ojalá como simple
propuesta, de un nuevo modelo de medición de las revistas especializadas
colombianas. Se supone que ese modelo está amparado en una genuina discusión
entre universitarios que hicieron parte de una mesa técnica y que tiene en
cuenta algunas de las sugerencias de una Comisión de Sabios. Leyendo
el modelo, plasmado en 40 páginas, la primera pregunta que nos hacemos es cuál
es la verdadera intención de esta propuesta de medición: ¿Reducir el número de
revistas, hacer más difícil el ascenso de las publicaciones, evitar que
colaboremos en las revistas nacionales, evitar que escribamos en nuestras propias revistas, buscar un auditorio anglosajón,
alejarnos de cualquier comunicación entre estudiosos latinoamericanos, impedir que las revistas especializadas sigan sirviendo para otorgar puntaje salarial
en las universidades públicas de Colombia? Alguien dirá con gracia que la respuesta
es todas las anteriores.
Es cierto que algunas de nuestras universidades hacen
muy mal la tarea de volver competitivas nuestras revistas académicas (como
sucede desde hace muchos años en mi universidad), pero también es cierto que Publindex
se volvió un matorral de requisitos con ecuaciones incluidas para medir citaciones,
impactos. Pero olvida cosas muy elementales que no entiendo por qué los
delegados de la tal mesa técnica no pudieron proponer; me refiero a la
necesaria distinción entre áreas científicas. Habrá que insistir que las
ciencias humanas y sociales, las artes y las humanidades investigan y escriben
muy distinto a otras ciencias y, en consecuencia, su impacto y sus citaciones
no pueden volverse equivalentes al de otras ciencias. Y habrá que insistir que
las ciencias humanas y sociales, principalmente, necesitan un diálogo fluido
primordialmente en lenguas española y portuguesa con publicaciones afines del
ámbito íbero-americano, de modo que la exigencia de un porcentaje anual de
artículos en inglés tiene un matiz muy arbitrario. En Francia y Alemania, mal
que bien, hay centros de estudios iberoamericanos que, según esta exigencia,
quedan excluidos como autores y también como auditorio de nuestras
revistas. Y, por supuesto, aún más cerca de nosotros, Brasil con su lengua
portuguesa queda rotundamente al margen de este áspero esquema de medición.
Tampoco contempla el modelo de Publindex alguna
solución, ni siquiera una perspectiva peor que la actual, a las escasas homologaciones
de revistas extranjeras de las ciencias humanas y sociales. A mis colegas les
sugiero el ejercicio de revisar cuántas revistas de nuestras áreas de interés
están clasificadas en el cortísimo abecedario de Publindex. En mi área de
interés no hallo ninguna, de modo que estoy inhibido de enviar artículos a
varias revistas latinoamericanas de extraordinaria importancia para mis
pesquisas que, claro, para Publindex no tienen ningún valor porque no se
ajustan al difícil cálculo de cuartiles. Si uno de los propósitos de esta
medición fuese contribuir a crear una comunidad científica iberoamericana que
discuta activamente sus hallazgos, sus creaciones en cualquier ámbito de las
ciencias humanas y sociales, el modelo tendría que ser consecuentemente otro.
Pero, por lo visto, esa no es una prioridad de nuestro Ministerio de Ciencia y
Tecnología.
Este modelo de medición contiene una tácita prohibición de escribir y publicar en un conjunto de revistas de tradición en el ámbito hispanoamericano; establece una especie de cordón sanitario con la comunidad científica de nuestro sub-continente. Ante semejante desastre, ese Ministerio debería hablarnos con más franqueza; si
su propósito es acabar con la vida de las revistas especializadas y
catapultarnos a algo mejor o peor debería decirlo de una vez. Si hubiese una
sólida cultura del libro universitario, nos decidiríamos por investigar y
escribir de tal manera que el resultado más inmediato fuese un grueso volumen
en la estantería de una feria del libro; pero, para mayor desgracia, nuestras
universidades (y en especial la mía) no saben editar libros, no saben distribuirlos y menos saben financiar investigaciones de envergadura que
culminen en el relativo honor de un libro de 300 o más páginas.
Ahora bien, si el modelo de medición de Publindex está
sometido genuinamente a una “consulta pública”, el formulario para responder y
opinar ha debido ser más generoso y no limitar nuestros comentarios al mezquino
límite de 300 caracteres. Incluso me atrevo a sugerir que la mesa técnica
académica tiene que ser más plural, allí veo un solo nombre femenino y, de
entrada, debe haber una neta separación en mesas técnicas según áreas
científicas. Las ciencias humanas y sociales no pueden seguir siendo sometidas
al ritmo neoliberal de nuestros colegas médicos e ingenieros. Ellos tienen
otros afanes y otros auditorios. Si el mismo Ministerio de Ciencia y Tecnología
no sabe captar las diferencias sustanciales en la producción y circulación de
conocimiento, seguiremos en este inatajable descenso de la cantidad y la
calidad de la investigación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario