Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

sábado, 24 de diciembre de 2022

Pintado en la Pared No. 273

Propuesta de periodización del pensamiento latinoamericano.

Tercer momento: La política deviene ciencia.

En este momento hubo una confluencia de hechos en la historia del pensamiento latinoamericano. Se trata, de un lado, de un hecho de sociología política que fue el ascenso de un personal político que comenzaba a erigirse como el político cuasi-profesional, exponente y beneficiario principal de la democracia representativa.  Para ratificar su condición tutelar en el nuevo orden republicano, ese personal político emergente acudió a las tesis de la soberanía racional y de la “democracia ficticia” que, por supuesto, desplazaba el principio de la soberanía del pueblo; la idea de una “democracia ficticia” fue el modo publicitario de promover la primacía del representante del pueblo, de imponer al individuo educado, blanco y rico como el agente social pre-destinado para el ejercicio de esa soberanía racional. Los expositores de esta tesis meritocrática hicieron sus reflexiones apoyados en la interpretación o vulgarización que hizo Antoine Desttut de Tracy de la obra de Montesquieu.

Haber dejado de leer directamente a Montesquieu y la recepción de Destutt de Tracy nos lleva al otro hecho significativo que consideramos circunscrito a la historia del pensamiento. Se trata del establecimiento de la política como ciencia y, para ser precisos, como ciencia de Estado. Estamos, entonces, ante un momento creador de la política como ciencia mediante la enseñanza universitaria de la ciencia de la legislación vertida en la formación de profesionales del derecho constitucional, del derecho penal y del derecho administrativo. Para ese propósito sirvieron, en los claustros universitarios del sur de América, el Traité de législation de Francois-Charles Comté, los varios tomos de Éléments d`idéologie de Destutt de Tracy, los Principios de moral y legislación de Jeremy Bentham. Al lado de ellos, las obras de Charles-Jean Bonnin, Helvetius, Maine de Biran, Cabanis y Broussais. Este vínculo con el grupo de ideólogos y médicos franceses revela la relación con una comunidad de pensamiento que había entronizado una ciencia y un método aplicados enteramente al estudio de la sociedad. Ese método estaba basado en la observación escrupulosa de la sociedad para hallar las leyes de su funcionamiento, para saber diferenciar entre actos humanos basados en la voluntad o en los instintos y, claro, para determinar qué era o no un delito.

Todo esto sucede en buena parte de la América española en los decenios 1820 y 1830, cuando hay un afán por constituir un nuevo Estado, separado del legado jurídico español. Es un momento secularizador en que el Estado buscaba concentrar el conocimiento jurídico, elaborar el conjunto de códigos que eliminasen los múltiples derechos y jurisdicciones que provenían de los tiempos de la dominación española. Hacer del Estado una unidad cognitiva, simbólica, depositaria del poder de nombrar, legislar, codificar, ordenar. En consecuencia, poseedora de la suficiente fuerza unificadora, responsable de unas operaciones totalizadoras que, por consecuencia, eliminaban o erosionaban los variados derechos y potestades de corporaciones y estamentos. El Estado necesitaba producir su propia teoría sobre su necesidad de existencia y, al tiempo, determinar las operaciones básicas que lo hacían existir: los censos, las estadísticas, la cartografía, la codificación. Por eso son los años de debate entre los defensores de una moral católica y aquellos que propugnaban una ciencia moral universal.

Estamos, pues, ante un momento que cierta sociología habría llamado de concentración de todos los capitales, en que el Estado, para serlo, tenía que provocar la ilusión–la ficción, dirá Pierre Bourdieu- de “producir el Estado” y los juristas, parece, eran los mejor capacitados para esa labor (Bourdieu, 1997). Era un momento reorganizativo del Estado en varios lugares del sur de América. El Estado estaba apoyándose en un grupo de juristas y catedráticos que le ayudaban a producir una ciencia de la sociedad, una teoría legislativa, unas definiciones acerca de la acción humana y de sus efectos en el mundo social, un discurso sobre la cosa pública. Todo esto debía plasmarse en una codificación más o menos homogénea en su doctrina y unitaria en sus alcances. Estaba en discusión una ciencia moral deslindada de la preceptiva dominante del catolicismo; y estaba en discusión la selección del grupo de juristas y de sus doctrinas. En Colombia, la historiografía de modo erróneo ha hablado de la “querella benthamista”; pero lo que estaba en juego era mucho más que leer o no a Bentham. Los funcionarios de Estado, que surgían de la formación y el reclutamiento universitario de esos decenios, intentaban contribuir a la expansión de la razón gubernamental.

Si nos apoyamos en Michel Foucault, podemos suponer que se trata de un proceso cuyo objetivo más apremiante era “gobernar racionalmente porque hay un Estado y para que lo haya” (Foucault, 2006, p. 273). Era, en últimas, tratar de restablecer al Estado como “principio de inteligibilidad” (Foucault, 2006, p. 329). La riqueza discursiva de este período proviene de la pródiga eclosión de autores y obras del pensamiento europeo, especialmente empirismo y utilitarismo inglés al lado del sensualismo francés, aplicados a una etapa muy específica de la formación del Estado en el ámbito hispanoamericano.

Bibliografía.

Bourdieu, P. (1997). De la maison du roi a la raison d´Etat. Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 118, pp. 55-68.

Foucault, M. (2006). Seguridad, territorio y población. Curso en el College de France, 1977- 1978. México: Fondo de Cultura Económica.


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