El desastre editorial de la
Universidad del Valle
En la Universidad del Valle no hemos aprendido, ni
aprenderemos, a editar libros. Nuestro Programa Editorial es un desastre desde
hace por lo menos veinticinco años. Ningún rector ha enderezado una unidad cuya
misión más trascendente es la difusión del conocimiento que producimos
estudiantes y profesores. Al contrario, ha ido más bien acumulando una condición
errática, casi espuria, como si no fuese parte de las prioridades organizativas
de una universidad tan importante.
Todo el proceso de edición está plagado de
dificultades: la presentación de la propuesta de libro, la evaluación
académica, la diagramación, la corrección, la impresión, la distribución. Todo
ese proceso es sinuoso y lento porque, entre otras cosas, nunca ha sido una
división compuesta de un equipo profesional y estable de especialistas en cada
uno de esos campos. No hay editores ni correctores por áreas de conocimiento,
como hacen desde hace rato otras universidades que nos aventajan en ese
aspecto. No hay un trámite expedito en la evaluación de los manuscritos;
esperar una evaluación durante uno, dos o más años no es nada alentador para quienes
deseamos que nuestras investigaciones sean conocidas en otras latitudes y, claro,
que sean justipreciadas por las oficinas de credenciales de nuestra universidad.
Sospecho que ha predominado un desinterés por algo que
en otras partes es una actividad medular en el reconocimiento y prestigio de una
universidad pública. Cuando una universidad es percibida de manera unilateral,
según las prioridades, perspectivas y beneficios de ciertos campos del saber,
entonces habrá unas actividades miradas de soslayo. Presumo que la preponderancia
de médicos e ingenieros en la dirección de la universidad ha provocado un
consecuente desprecio de los procesos de edición de libros. Claro, puede
suponerse que aquellos colegas tienen sus ojos puestos en la producción,
contante y sonante, de artículos en revistas especializadas. Para ellos, el
libro es algo muy banal si se compara con el rendimiento productivo de papers o artículos en revistas.
La llegada a la dirección de la Universidad del Valle
de los colegas de la Facultad de Administración nos ilusionó; pero los
resultados de esta última rectoría son quizás peores que aquellos de rectorías
anteriores. Con el actual rector hemos visto pasar tres o cuatro directores del
programa editorial; en su gestión han aumentado los tiempos de tardanza en los
procesos editoriales y me temo que ha aumentado la diáspora de aquellos
estudiantes y profesores que han preferido tocar las puertas de los programas
editoriales de otras universidades. Con la actual rectoría, la Facultad de
Humanidades ha vivido la experiencia de la casi aniquilación del taller de
impresión que teníamos, en condiciones muy precarias, en el primer piso del
Edificio Estanislao Zuleta.
A esa debacle hay que sumarle otra que es un daño
terrible para las comunidades académicas de la Facultad de Humanidades; en la medición
de Publindex para el año 2022, tan solo una revista –Lenguaje- logró acomodarse en el mediocre rango C; las demás
revistas desparecieron y tendrán que luchar para salir del ostracismo. Si
alguien quiere medir la magnitud de la deficiente política de publicaciones de
la Universidad del Valle, basta examinar el listado de Publindex de aquel año;
nuestra universidad no logró colocar en los exclusivos rangos A1 y A2 a ninguna
revista, apenas hay tres en el rango B y acaso 4 en C. Estamos por debajo de
universidades públicas como la de Antioquia, la de Caldas y la UPTC.
¿Nuestra dirección universitaria, incluida la
decanatura de Humanidades, habrá hecho un juicioso diagnóstico de esta calamidad, con mea culpa incluido? No solo eso, ¿la
comunidad docente de Univalle ha percibido la magnitud de este fiasco y ha
pensado en soluciones o estamos en una onda de insuperable molicie? Si creemos
con devoción en el sistema de medición de Publindex, pues hemos sido muy malos
competidores dentro de ese sistema. Si estamos en contra de ese sistema,
entonces deberíamos inventarnos una alternativa. Hasta ahora, lo único que veo
es una rara mezcla de devoción y pésima gestión para sobrevivir en el exigente
esquema que nos impone Publindex. Los colegas médicos, ingenieros y
administradores se sentirán conformes con el hecho de que sus revistas
sobreagüen en B; con ese dato, poco les importará incluir en su diagnóstico el adverso
horizonte de las revistas de la Facultad de Humanidades. Hemos “logrado” con esta
comedia de equivocaciones que nuestra Facultad quede editorialmente bloqueada.
Mientras esperamos los resultados de la nueva medición
de Publindex, tendremos que afirmar que la política de publicaciones de la
Universidad del Valle ha sido un desastre.
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