Leer Ariel de Rodó
Para
los jóvenes universitarios de hoy no es fácil leer un libro publicado en 1900,
así fuese escrito en lengua española. El ensayo solemne del uruguayo Rodó está
revestido, para esos jóvenes, de una escritura alambicada, estrafalaria. Por
eso, leer hoy Ariel exige una edición preparada con esmero por un
investigador que haga las notas y glosas oportunas que ayuden a salvar la
distancia intelectual entre los tiempos escriturarios de Rodó y los jóvenes lectores
de nuestros días. Y, a propósito, debemos advertir que la edición que Ángel Rama
preparó para la colección de la Biblioteca Ayacucho es, precisamente, una
edición descuidada, puesta ahí sin mayores criterios de selección de la mejor
versión, sin comentarios orientadores del editor y, peor, con errores de
grafía. El estudio preliminar de Carlos Real de Azúa es un lugar común en las
interpretaciones de la obra. Al contrario, la edición que circula en Ediciones
Cátedra está muy bien sustentada en la consulta de manuscritos y en el cotejo
de las primeras ediciones de la obra; la investigadora Belén de Castro respalda
cada nombre propio, cada obra, cada autor, cada palabreja, con una explicación al
pie de la página.
A
pesar de los escollos retóricos para la lectura, Ariel representa un
momento muy interesante del pensamiento y de la escritura en América latina. Es
un momento de balance de siglo, de incertidumbre por la derrota de España ante
Estados Unidos, de expectativa acerca de lo que podían ser y hacer los
intelectuales latinoamericanos. El ropaje simbólico de Ariel, otra carga
pesada para un joven intérprete contemporáneo, sugiere el mundo exclusivo de la
gente letrada; un maestro, Próspero, que ha iniciado a una nueva generación y
que le encomienda una misión. Elitismo y profetismo al que algunos le endilgan,
con razón, una visión patriarcal, por no decir que machista, de la vida
intelectual; sólo hombres cultos y decididos pueden emprender la tarea inspirada
en el espíritu regenerador de Ariel.
Detrás
de las alegorías, de los símbolos, del disfraz ficcional del ensayo hay una
cuidada elaboración de las ideas. Rodó quiso dotar de trascendencia su mensaje
y acudió, además, a un repertorio de autoridades. Su pensamiento no sale de la
nada, es el resultado de una conversación con una tradición y, sobre todo, con
aquellos autores que le ayudaban a exaltar su programa de una educación
estética y ética patrocinada por el Estado y por una intelectualidad imbuida de
una misión modeladora. Entre esos autores destaco dos aportes que juzgo
centrales en el libro de Rodó; se trata de las obras de Friedrich Schiller y Ernest Renan.
El apoyo en ellos es explícito, sobre todo en el caso del pensador francés. Sobre
el influjo del pensador alemán hay una aproximación interpretativa muy sugestiva
en Santiago Castro-Gómez, en alguna parte de su Crítica la razón
latinoamericana.
Para
muchos, Renan le ofreció a Rodó una reinterpretación del mito de
Calibán para adecuarlo a la encrucijada de cambio de siglo en América latina y
para revitalizar el papel civilizador de las élites intelectuales. Sin embargo,
quizás no sea tan importante el Renán como autor de un drama filosófico que
revive el enfrentamiento entre la civilización (Ariel) y la barbarie (Calibán).
Me inclino, más bien, por el posible influjo de su famosa conferencia de 1882
titulada Qu´est-ce qu´une Nation? Allí, Renan presenta a la nación como “un
alma, un principio espiritual”. La reflexión de Renan expresa una idea
de nación que condensa el pasado, el presente y una voluntad de construir un
porvenir común. En Ariel hay esa condensación de legados con el propósito
de construir una vida colectiva en el ámbito latinoamericano. Tal vez allí se halle una clave interpretativa de la obra de Rodó.
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