Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

lunes, 9 de octubre de 2023

Pintado en la Pared No. 299

 

La raza cósmica

En 1925, José Vasconcelos publicó La raza cósmica. Para entonces, el abogado nacido en Oaxaca había vivido algún tiempo en Estados Unidos, conocía varios países sudamericanos y europeos. Precisamente, estaba en Barcelona cuando publicó su ensayo. Antes de La raza cósmica, Vasconcelos había incursionado en temas filosóficos, por ejemplo con el ensayo titulado Pitágoras, una teoría del ritmo (1916). Además de eso, en 1909 había participado de la fundación del Ateneo de la Juventud junto con Alfonso Reyes, Antonio Caso y Pedro Henríquez Ureña, entre otros. Dos años después estará inmiscuido en actividades conspirativas para derrocar al presidente Porfirio Díaz. El fracaso de la conspiración lo obliga a refugiarse en Estados Unidos. En 1914 fue director de la Escuela Nacional Preparatoria; seis años más tarde, en 1920, es nombrado rector de la Universidad de México. Al año siguiente organiza en Ciudad de México el Primer Congreso Internacional de Estudiantes. En 1922 viaja por el sur de América y en 1923 es proclamado Maestro de la Juventud del sur del continente. Luego de varios fracasos en sus intenciones de escalar en la vida política decide irse a Europa, donde, en 1925, publica La raza cósmica.

Aquel ensayo de unas cincuenta páginas precede su relato de viajes por Brasil y Argentina. Su escrito es una utopía sustentada en un balance del devenir de la América española que expresa su desencanto por el rumbo que tomaron nuestros países a partir de la separación del imperio español. En vez de abrazar el proyecto panamericano de Simón Bolívar, Hispanoamérica se inclinó por un provincialismo que nos debilitó para contrarrestar el empuje de la América anglosajona. Vasconcelos escribe como un blanco español educado imbuido de una misión que cabalga entre la política y la ciencia ficción. Sugiere – más bien vaticina- para el continente hispanoamericano un porvenir anclado en un mestizaje que dará como resultado una quinta raza, “la raza final, la raza cósmica”.

Según el pensador mexicano, tal utopía racial tiene un fundamento filosófico, “una ciencia propia” en sus propias palabras. Esa ciencia tiene una composición cuyos elementos desafían cualquier esfuerzo de interpretación. La potencia imaginativa de Vasconcelos señala una mezcla (¿barroca?) de teoría de estados de la sociedad, de amor cristiano y de teorías biológicas que incluyen la ley mendeliana de la herencia y las pioneras tesis de Jakob von Uexkull. Todas esas ideas provenientes de diversos horizontes las conjuga el autor en busca de esa síntesis racial suprema.

Su teoría de los estados de la sociedad le deja decir que habrá un momento próximo de la historia de las relaciones humanas -un estado espiritual o estético- que hará prevalecer las “leyes de la emoción, la belleza y la alegría”; eso, con ayuda de una especie de igualitarismo cristiano de destellos universales, será la clave de una “eugenesia estética” que supere la “eugenesia científica” atrapada en el esquema discriminador del darwinismo social. Esa “eugenesia estética” estará guiada por la “procreación por amor” en que el gusto estético y las leyes mendelianas de la herencia permitirán la lenta elaboración de la nueva raza. Una nueva raza que sólo será posible en el continente que, desde los tiempos de la colonización española, ha estado habituado a las infinitas mezclas raciales. América latina tiene, según él, la disposición moral, el clima, los recursos naturales como los factores primordiales para cumplir esa misión transformadora de viejos elementos raciales que para entonces parecen estancados.    

Nadie tiene aún una explicación plausible de esa curiosa mezcla de mitos, como el del continente perdido de la Atlántida, su adhesión a una teoría de las razas que sugiere el conocimiento de los postulados antropológicos de Franz Boas, su creencia en un amor cristiano que parece inclinarse hacia las prácticas del amor libre. Y a eso se añade su inquietante mención, con citas literales, de la obra de Jakob von Uexkull; algo que insinúa la cercanía con las teorías vitalistas que en esos años José Ortega y Gasset difundía en España. Para 1922, el mismo filósofo español se había ocupado de preparar en español una edición de Ideas para una concepción biológica del mundo del biólogo y filósofo alemán de origen estonio. El vínculo con la obra de Uexkull es indicio de su tentativa de superación del darwinismo y una apuesta subjetiva en la percepción del mundo natural.

La raza cósmica puede verse como un intento de superación, en Latinoamérica, de la tradición positivista –la comtiana y spenceriana-, darwinista y liberal que predominó en el siglo XIX. Su ensayo parece consolidar el advenimiento, en el siglo XX, de un nuevo tipo de intelectual imbuido de profetismo, mezcla de espíritu iluminado y capacitado para las grandes obras de modelación cultural en nombre de un Estado impulsor de la ciencia, la educación y la igualdad de los individuos. Por la voz de Vasconcelos hablaba un Estado con pretensión omnisciente que hablaba de ciencia, amor y fe al mismo tiempo. La búsqueda de un lugar digno para América latina en el nuevo orden económico mundial era la tarea trascendental auto-conferida por estos intelectuales. La raza cósmica podría leerse, al menos, como vestigio, como testimonio de un momento de la vida intelectual de nuestro continente. Momento “perdido en la bruma de la nada”, como dicen las viejas cartas de amores idos.

 

 

    

 

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores