Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 23 de febrero de 2014

Pintado en la pared No. 100



Venezuela: 
¿cuál revolución?, ¿cuál futuro?

Venezuela no es asunto indiferente para nosotros los colombianos. Nuestros orígenes republicanos son compartidos y nuestras historias se entrelazan en muchos puntos. En los últimos veinte años, la vida pública venezolana ha sido particularmente agitada; han sucedido muchas cosas y no ha pasado nada, podría ser buen resumen de dos décadas de intensa movilización interna. Partidos políticos tradicionales en declive y desaparición, emergencia de nuevos agentes políticos, ascenso de un proyecto político de apariencia revolucionaria con algunas simpatías izquierdistas, consolidación de un caudillo en medio de refriegas constantes con la oposición política, sociedad dividida y continuamente enfrentada, golpes de estado de diverso cuño, economía volátil, discusión pública permanente preñada de un lenguaje político providencialista. Una situación conspirativa permanente que volvió costumbre la crispación colectiva. Oficialismo y oposición se enredaron en un enfrentamiento cotidiano muy hirsuto que sólo ha provocado resentimientos y dolores difíciles de restablecer.

Desde antes de la muerte del coronel Hugo Chávez, la mentada revolución bolivariana no podía ocultar sus erosiones y ahora puede decirse que es una experiencia fallida. Los elementos que componen su fracaso pueden resumirse así:
La revolución bolivariana no logró zafar a Venezuela de la dependencia exclusiva de la producción y venta de petróleo.

La revolución bolivariana no construyó una institucionalidad que trascienda sobre el culto a la personalidad. Todo lo contrario, la revolución bolivariana acentuó un lenguaje político basado en el carisma de un individuo. A eso le agregó una retahíla providencialista y católica alrededor de la muerte del líder.

Chávez y su revolución no lograron establecer las bases de una democracia social y política que evitara los enfrentamientos violentos y constantes con una oposición política cada vez más recalcitrante. En vez de apelar a un lenguaje de conciliación, prefirió exacerbar la división clasista de la sociedad venezolana.

Chávez y su revolución no fueron consecuentes con un proyecto político nacionalista; sus mensajes anti-norteamericanos y en contra de la injerencia de los gobiernos vecinos, contrastaron con la permisividad para dejar que el gobierno cubano influyera en asuntos neurálgicos del Estado, tales como el control de los sistemas de salud y de notariado.

Chávez y su revolución no pudieron modernizar ni la policía ni el ejército; la creación de grupos particulares armados, afines al gobierno, contribuyó a desbocar la criminalidad y a perder el control sobre el monopolio legítimo de las armas. Caracas es hoy una de las ciudades del mundo con la más alta tasa de homicidios, y eso demuestra que el chavismo no pudo garantizarle al ciudadano común y corriente la protección de su vida y de sus bienes.

La revolución bolivariana no ha sido garantía de libertades civiles; el desborde autoritario borra sus triunfos, ya cuestionados, por la vía electoral.

Esto es lo más visible e inmediato que puede asomar en un balance. La revolución bolivariana es hoy algo muy desteñido y sólo puede servir, en el continente, de ejemplo de lo que pudo ser y no fue.

¿Qué ha ganado Venezuela en las dos últimas décadas? Lo que se ve en las calles y lo que se escucha en los discursos señalan un profundo retroceso en la vida pública. Todos, ahora, en Venezuela, están perdiendo. Y están perdiendo, principalmente, la posibilidad de construir un futuro menos hostil para todos. Su futuro depende, hoy, no solamente de quienes todavía detentan el poder a nombre de una revolución cuestionada desde diversos flancos. Depende también de la capacidad de conversación de muy diversos sectores políticos, de la capacidad para buscar acuerdos. El oficialismo debió admitir, hace rato, que su legitimidad es muy precaria y que sus triunfos han sido pírricos y la oposición debió, hace rato, percatarse de que podía sugerir un momento de transición sin que eso significara claudicación. De unos y otros depende que el futuro cercano, con cualquier desenlace, no se torne más sangriento.  

Seguidores