Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 30 de agosto de 2020

Balance colombiano de una pandemia (1)


Ahora, cuando en Colombia estamos situados en el alero que nos aproxima al mes de septiembre de este año pandémico, cuando sumamos alrededor de 150 días de confinamientos generales o parciales, de uso de tapaboca, de distanciamiento físico, de toques de queda, de restricciones en el transporte terrestre y aéreo, de cuarentenas por zonas en las principales ciudades, se vuelve imperioso un balance de una experiencia colectiva inédita. Han sido cinco meses esperando “el pico” de la pandemia que parece haber llegado cuando las cifras han comenzado a dibujar una meseta estadística y unas leves disminuciones en muertes, en nuevos contagios. Cifras que merecen evaluarse con escepticismo, puesto que la reducción de contagios corre pareja con la reducción del número de pruebas en un país que nunca, en los cinco meses, logró hacer el número mínimo de pruebas en relación con el número de habitantes.

Los expertos en el tema -si puede haberlos- hacen un balance claroscuro: en algunas ciudades logramos la desaceleración de los contagios y, en otras, la aceleración de los contagios y muertes corrió pareja con el aumento de la pobreza y el desgaste general de la economía. Lo poco o nada logrado hasta ahora en disminución de contagios y en el control de las variables de la economía es la dura demostración de que hacíamos parte de los países menos preparados para afrontar los efectos de una pandemia; porque, sin duda, para esta pandemia y cualquiera otra todos los países debieron estar preparados. Los Estados, si eran instituciones organizadas con cierta capacidad de pronóstico, de cálculo y de control sobre las expectativas de los seres humanos, debieron poseer el conocimiento suficiente para preparar sus sistemas de salud, sus sistemas económicos y de alimentación para mitigar la muy probable llegada de una expansión pandémica.

Precisemos algo: la pandemia del nuevo coronavirus no ha sido hecho imprevisto, pero sí un hecho intempestivo. Desde 1997, la OMS estaba exhortando a todos los países a que tomaran medidas de prevención ante una pandemia de influenza; aún más, recomendaba que los Estados adoptaran medidas sanitarias no farmacológicas respaldadas en fundamentos legales y reformas constitucionales, de tal modo que no hubiese violaciones a los derechos humanos; muchos  informes científicos de fines del milenio pasado sugirieron, casi que imploraron, que los países adoptaran políticas de salud pública y de control a la producción agrícola que evitaran la propagación de enfermedades zoonóticas cuyo desenlace fuese la propagación mediante alguna mutación de un virus de influenza.[1] Los científicos de entonces recomendaban, además, la destinación de rubros importantes para la investigación biológica y médica de tal manera que hubiese algún grado de anticipación farmacológica -las vacunas, por ejemplo- para evitar el desgaste social de prolongados confinamientos; y a eso agregaban, con énfasis, que hubiese reservas presupuestales para garantizarles a todos los seres humanos, de cada territorio, su seguridad alimentaria, su estabilidad laboral, su expectativa de vida en caso de confinamientos masivos mientras se hallaba la vacuna contra el nuevo virus. En suma, el hecho pandémico de este nuevo mileno era previsible; por supuesto, no podía anticiparse ni fecha ni origen exactos, pero sí era posible que sucediera y había que tener reservas económicas para resistir a su llegada. Pero se impuso todo lo contrario; se impuso la lógica del lucro, el comportamiento depredador de la economía mundial aceleró lo que era inminente y ahora padecemos, en muchos sentidos, los estragos de la irresponsabilidad de las dirigencias políticas del planeta.

La gran mayoría de países y sus gobernantes no estaba preparada ni interesada en atajar una pandemia; nadie, ni chinos ni estadounidenses ni rusos tenían interés en la moderación de la industria agrícola, y menos en la disminución de la producción y el consumo masivos de animales. Eso sí, aquellos países apoyados en regímenes autoritarios o que tenían grandes reservas de dinero en la banca estatal o que mantuvieron sistemas de salud de amplia cobertura en infraestructura y en personal médico (o que reunían todas estas condiciones) han podido atender con alguna ventaja los trastornos muy diversos de la pandemia. Claro, la situación inversa iba a ser -como está sucediéndonos- para aquellos países cuya precariedad previa a la pandemia se plasmaba en sistemas de salud arruinados y corruptos, con un personal médico de baja formación y mal remunerado; con una economía en altos niveles de informalidad laboral; con alta tasa de desempleo; con baja productividad agrícola; con una débil banca estatal y, de modo asimétrico, con una banca privada mimada por el gobierno. Y a todo eso, como si no bastara, le hemos agregado la corrupción del Ejército; el asesinato sistemático de líderes y lideresas sociales; el débil, por no decir nulo, ejercicio de soberanía en las fronteras del territorio; y un joven presidente que había llegado al poder con el apoyo de quienes quieren “hacer trizas” los acuerdos de paz firmados con la guerrilla de las Farc. En fin, un país así, como el nuestro, no podía reunir las condiciones para salir bien librado de la actual pandemia; todo lo contrario, parece que la dirigencia política colombiana le apostara a un proceso de auto-aniquilación en que el contagio por coronavirus es apenas uno de los componentes de una tragedia colectiva.

Mientras que nuestra poca ciencia local ha podido hacer y decir muy poco -y cuando ha logrado decir algo provoca ridículo, como las intervenciones debutantes (y dubitantes) de la ministra del recién creado Ministerio de Ciencia- los políticos de toda laya han cobrado importancia a pesar de o gracias al confinamiento masivo. El principal triunfador de estos cinco meses pandémicos ha sido el presidente Iván Duque; y no porque haya hecho lo correcto en materia de medidas económicas para paliar los golpes sociales del confinamiento, sino porque ha podido hacer lo que él ha querido sin mayores obstáculos. Ha contado con las ventajas de una sociedad desmovilizada y con un parlamento inane que no ha ejercido ningún tipo de control ni ha tenido voluntad legislativa.

Pintado en la Pared No. 216.



[1] La inminencia de una pandemia de un virus de influenza logró sacudir un poco a la comunidad de países, tanto que en 2007 el Ministerio de Salud de Colombia contrató un Plan de Prevención y Mitigación del Impacto de la Pandemia en Colombia. Puede ser interesante contrastar las orientaciones de aquel plan con las medidas adoptadas en la situación pandémica actual.

viernes, 21 de agosto de 2020

VIVOS Y TONTOS DE LA INVESTIGACIÓN UNIVERSITARIA

El camino hacia el infierno, dicen, está empedrado de muy buenas intenciones o, en palabras de mi querido Oscar Wilde, las peores cosas las hacemos con las mejores intenciones. Todo esto es enteramente aplicable a la estrategia de financiación de la investigación a nivel doctoral que se inventó mi Universidad; quizás por haberle dejado la letra menuda de la estrategia a una oficina jurídica o a leguleyos cuya sensibilidad universitaria la deben tener más debajo de los tobillos, hoy varios profesores que fungíamos como directores de tesis quedamos comprometidos en un acta como “ejecutores del gasto”. Es decir, pasamos de un plumazo a ser objetos de eventuales juicios fiscales cuando éramos – y debimos seguir siéndolo- unos simples directores de tesis de doctorado. Pues bien, en aquellos casos en que nuestros estudiantes de doctorado -todos ellos ciudadanas y ciudadanos capacitados para asumir deberes y derechos- no cumplieron por alguna razón con el compromiso de escribir, sustentar y aprobar sus tesis, deberemos asumir las consecuencias disciplinarias, fiscales y laborales de esos incumplimientos.

La credulidad excesiva en el tino de nuestros directivos universitarios y en la honestidad o capacidad intelectual de nuestros estudiantes nos ha colocado, a los directores de tesis, en una situación deplorable. Por un lado, fuimos demasiado ingenuos al creer que cualquier papel que nos haga firmar una vicerrectoría es un documento surgido de la lucidez más venerable; y, por otro, aceptamos volvernos fiadores de estudiantes cuyas peripecias personales, cuyos dramas de salud física y mental ignoramos. De ese modo, algunos/as estudiantes recibieron dichosamente en sus cuentas bancarias alrededor de 20 millones de pesos que no sabemos cómo ni en qué gastaron porque, en ciertos casos, las/los estudiantes se esfumaron; en otros, las/los estudiantes comenzaron a fingir o demostrar urgencias hospitalarias, tragedias familiares, accidentes caseros, daños irreparables en el “disco duro”, tratamientos psiquiátricos y hasta ilusionados contagios por esta pandemia.

Con ese panorama, ni el dinero, ni la tesis doctoral, ni futuras tesis, ni futuras mediciones de Colciencias, ni futuras investigaciones, ni futuros grupos de investigación, ni futuros programas de doctorado. Todo eso quedó bloqueado. Tanto daño colateral no lo tuvimos en cuenta ni los abogados que se inventaron la fécula del acta de compromiso, ni quienes diseñaron la resolución de “estímulos” a la investigación a nivel de doctorado, ni los profesores que aceptamos ponernos la soga de la ejecución del gasto, ni los estudiantes que terminaron hundidos en la enfermedad de la procrastinación. De este asunto nadie salió satisfecho, todo lo contrario.

Pero por lo menos debería estar sucediendo una cosa que no vemos que suceda; a ningún funcionario de mi Universidad se le ha ocurrido -parece- tocar la puerta (virtualmente, claro, por ahora) de las y los estudiantes que recibieron los dineros que ellos gastaron y que les sirvieron para hacer creer que investigaban y escribían sus tesis doctorales. Al menos, creo, hay que hacerles recordar a esos estudiantes que ellos también firmaron el mismo papelucho comprometedor, que utilizaron recursos de la nación, que le deben alguna lealtad a la Universidad que quiso ayudarles en su formación profesional y que, incluso, tienen alguna deuda de honestidad intelectual con los profesores que metieron las manos en el fuego por quienes quizás no lo merecían.

Y puede hacerse algo más: evitar el uso de esa misma estrategia de “estímulo a la investigación” porque, de seguir haciéndolo, sólo lograremos acelerar la imbecilidad colectiva y la muerte de la investigación universitaria; porque unos vivos seguirán disfrutando del candor de los tontos. Y de eso ya estamos saturados.

Pintado en la Pared, No. 215.

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