Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

lunes, 28 de septiembre de 2020

Montenegriada No. 1 - Cumpleaños de don Tiberio

Don Tiberio Bedoya está cumpliendo, hoy, 22 de marzo de 2020, setenta y dos años. Nació aquí, en Montenegro, un municipio de unos 30.000 habitantes, uno de los tantos pueblos que surgieron de la colonización antioqueña y que se convirtió en uno de los centros de la producción cafetera de Colombia; hoy sigue siendo una despensa agrícola importante, a pesar de la mixtura con el agroturismo. Ha vivido en muchas partes; ha trabajado en los arrozales de los llanos orientales, en los algodonales del Huila, en las bananeras de Apartadó. Tuvo un puestico en la plaza minorista de Medellín, vendiendo panela. Vivió en Manizales con un puesto de dulces en la Galería y regresó hace treinta años a Montenegro, con su Tila, una morocha que conoció en Medellín.

Son las cinco de la tarde y no hubo celebración, porque “no me gusta celebrar que estoy viejo”. De todos modos, doña Domitila Hurtado, su compañera de hace cuarenta y tantos años –ambos perdieron la fecha precisa de cuando se conocieron- le trajo una torta pequeña, para unas cuatro o seis personas, compró un refresco en la tienda de la esquina y llamó a un par de vecinos. No hubo cantos ni abrazos, porque, otra vez, don Tiberio les dijo que no había nada qué celebrar y porque, además, “estamos en pandemia y lo mejor es que empecemos a usar tapabocas y saludarnos de lejitos”.

La reunión duró poco porque don Tiberio tiene que arreglar “la pinta pa’mañana”. Mañana, lunes festivo, madruga a trabajar en una hacienda que queda en la vereda Callelarga. En el campo colombiano no se distingue día ordinario de día festivo, ni para trabajar ni para pagar. Don Tigurio, así lo conocen en el barrio y en el trabajo, así le dicen porque en Montenegro a nadie le ahorran un apodo. Don Tiberio suele contar que siempre ha vivido “en tigurios”, por decir tugurios. Cada vez que le preguntan por su vida errante, antes de volver al Quindío, llega a la misma conclusión, que siempre ha vivido “en tigurios”.  

-Es que siempre he vivido en tigurios llenos de pobreza, en casuchas llenas de huecos en los techos, en barrios con ratas de cuatro y dos patas. Siempre he vivido en voladeros, en casas que se caen en invierno o que que incendian porque alguien dejó encendida una veladora. Así me tocó vivir en Manizales, en Medellín, en Apartado, en Neiva, en el Meta. Yo he sabido lo que es la pobreza, lo que es dormir con niños llorando de hambre.  

El presidente Duque está a punto de anunciar algo importante ese domingo; en Montenegro estamos en inicio de pico y cédula para salir a comprar alimentos. Don Tiberio dice que eso no le importa, porque de todos modos va a salir muy temprano, cuatro y media de la madrugada, como siempre, en su bicicleta. Si hay cuarentena, “no me voy a esconder, es cuando más voy a trabajar para traer alguna cosita a la casa”.

Don Tiberio Bedoya recoge del patio la ropa de trabajo, teñida de manchas de plátano; él mismo plancha y dobla con cuidado, pone la ropa sobre una silla de madera que está en una de las cabeceras de la cama. revisa las ruedas de la bicicleta, limpia el manubrio y el sillín. Mientras tanto, doña Domitila le organiza el fiambre, porque la comida de la hacienda es “veneno”.

-Yo conozco bien lo que les dan a los trabajadores en las fincas de por aquí, un aguacaldo con un hueso y dos papas, si acaso. Eso es una porquería, eso no es comida pa’la gente que trabaja. Por eso siempre le preparo una comidita pa´que coma él solo, aparte. Así le toque comerla fría pero bien preparada, buena sopa y buen seco con arroz, carne, frijoles y unas tajadas de plátano.

Mañana lunes sale don Tiberio a ganarse el jornal de la semana; trabajará todos los días desde las seis de la mañana hasta casi las cinco de la tarde, y el sábado hasta mediodía y se recibe, descontando la alimentación –el “veneno”- 150.000 pesos (unos 40 dólares). Antes de acostarse, a las 8 de la noche, una vecina, doña Hortensia, le trae un regalo de cumpleaños: un par de tapabocas que acabó de hacer, la vecina piensa poner “un negocito, si la pandemia es pa´largo”. Don Tiberio agradece y se acuesta.

-Hasta mañana.


Pintado en la Pared No. 217.

 

 


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