Un país dividido.
La elección presidencial del domingo 30 de mayo de 2010 le brindó un triunfo contundente al candidato favorito del régimen del actual presidente Álvaro Uribe Vélez. Pero, a pesar de haber obtenido el 45% de la votación y haber aventajado a su rival más cercano en más de un 20%, habrá una segunda vuelta. Los resultados electorales pueden leerse fácilmente del modo siguiente: hay cerca de 7 millones de colombianos (podrían ser más) que creen que la gestión de Uribe Vélez ha sido exitosa y que debe prolongarse en quien fuera su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos. Hay cerca de 4 millones de colombianos (la votación de los candidatos del Partido Verde y del Polo Democrático) que cuestionan los éxitos del régimen uribista. Eso quiere decir que vivimos en un país dividido, con una ostensible fractura entre quienes aprueban los métodos y prioridades de gobierno del uribismo y quienes cuestionan sus métodos y prioridades. No puede negarse el mayoritario apoyo al candidato Santos y tampoco puede negarse la importante votación de quienes han representado una oposición política en esta elección presidencial. El mismo candidato triunfador ha reconocido la situación y en sus últimos discursos ha propuesto un gobierno de unidad nacional.
Una oposición política.
Aunque la segunda vuelta parece definida a favor de Juan Manuel Santos, el Partido Verde y el Polo Democrático podrían constituirse en una oposición política. Eso depende, de una parte, del examen auto-crítico del partido de Antanas Mockus y, de otra, de la lucidez y responsabilidad de la izquierda que se reunió alrededor de Gustavo Petro. En vez de paralizarse ante los obstáculos de las diferencias programáticas, ambos partidos deberían concentrarse en perfeccionar las afinidades en una alianza que podría ir más allá de la próxima jornada electoral. El discurso errático y vacilante de Mockus podría hallar buen complemento en la firmeza conceptual de Petro; la dirigencia del Polo Democrático debería ponderar la validez de los principales lemas agitados por la campaña de los verdes: el respeto a la legalidad y el rechazo al “todo vale” en la actuación política. Si la izquierda colombiana se encierra en la intransigencia y se dedica más a hurgar en los defectos –que serán muchos- del profesor Mockus, cometerá los mismos errores que, en la historia política del siglo XX, la arrastró a despreciar a quienes podían ser sus mejores aliados ( el caso de Jorge Eliécer Gaitan fue ejemplarizante). La izquierda reunida en el Polo Democrático debería pensar que se presenta ahora la gran oportunidad de construir una fuerte y abigarrada oposición política civilista a un fuerte, compacto y triunfante uribismo. Es la oportunidad y la necesidad vital de demostrar que nuestra sociedad no es unánime.
Los variados errores en las intervenciones del candidato Mockus demuestran que aún no está preparado para ser presidente de Colombia; pero también demuestra que es muy difícil construir una oposición política y que la manera más eficaz de construirla es sumando y no restando; aprendiendo y corrigiendo. Y demuestra algo más importante: que a pesar del discurso errático y decepcionante del candidato verde, hay y puede seguir existiendo una amplia franja de la sociedad colombiana que busca otra expresión política, por fuera de los códigos autoritarios e inescrupulosos que han prevalecido. Otra vez cabe la frase: “el pueblo es superior a sus dirigentes”.
La abstención es cómplice del régimen.
Por tanto, el comportamiento más nocivo en el porvenir inmediato es el abstencionismo o el voto en blanco. El 51% de la población apta para votar se abstuvo; eso quiere decir que cerca de 14 millones de votantes podrían inquietar el panorama político inmediato y harían impredecible, si participaran, los resultados electorales. En ese 51% puede estar parte de ese pueblo profundo, rural y tradicional que no cabe en nuestros ojos urbanos e internautas. La parálisis abstencionista sólo lograría darle tranquilidad a quien tenga prevista una holgada victoria según los resultados de la primera vuelta. La abstención electoral no constituye una fuerza política innovadora; al contrario, le brinda firmeza al statu quo. Votar también es luchar.