Es penumbra, es noche de ciudad, puede ser Bogotá,
Cali o Medellín, ciudades colombianas grandes, sucias, horribles. Esa penumbra
es silenciosa, quizás algunos goteos, quizás llovizna. Poco o poco se oyen
pasos que se acercan; al inicio son pasos tranquilos de una sola persona. Es un
hombre, sin duda. Luego se oyen otros pasos a lo lejos. El primer caminante se
inquieta, su sombra se proyecta en alguna parte, se ha detenido a mirar hacia
atrás y comienza a correr; la carrera inicia muy lentamente y va creciendo. Pasa otra sombra que lo sigue,
es otro hombre y lleva un arma de fuego y de inmediato asoma otra sombra
masculina, también con arma en la mano. Ya no se escucha solamente el golpeteo
de los pies en el suelo, se escucha una respiración jadeante, titubeos en la
carrera. El hombre perseguido se detiene, respira con dificultad, se alcanza a
ver que se dobla un poco por el cansancio, pone sus manos sobre sus piernas, vuelve a mirar hacia atrás y emprende la carrera, pero tropieza
con algo. No, tropieza con alguien, con uno de sus perseguidores; ha quedado en
medio de los dos hombres armados. Gime algo, grita algo poco inteligible; tal
vez una súplica. Se pone de rodillas y ambos hombres le disparan varias
veces, emprenden la huida. Mientras huyen y los pasos se alejan, poco a poco la
calle se enciende. Luces en algunas ventanas, algunas cabezas asoman al correr
las cortinas. Murmullos, exclamaciones. Varios ojos miran un bulto en el suelo
rodeado de un charco de sangre.
- - “Parece
un muerto”.
- - “Oí
unos disparos”.
- - “Allá
van corriendo unos hombres”.
- - “¿Quién
será?”
- - “Hijo,
no abra la ventana”.
- - “Volvamos
a la cama”.
- - “Bajemos
a mirar”.
- - “Parece
que mataron a alguien”.
Se oye que una puerta se abre, luego alguien grita. Es
un grito femenino:
- “¡Ay, no, es un muerto!”.
- “¿A quién mataron?”
La puerta se cierra fuerte. La luz crece e ilumina el
cadáver, alcanzan a verse las extremidades y una cabeza sangrante, no se ve rostro debido a la sangre. Se ilumina la calle y su profundidad, las casas, edificios de apartamentos, al fondo un paisaje de rascacielos y montañas que hace reconocible la ciudad. Hay sombras en las
ventanas, algunas gentes en balcones, no han de faltar perfiles y ruidos de perros y gatos. Un tumulto se va formando alrededor del
cadáver, a lo lejos el ulular de una sirena y el ruido de un helicóptero. Aparece un carro de la policía,
llega después una ambulancia, el cadáver es cubierto con una sábana.
La escena se desvanece y se regresa a la penumbra
hasta llegar a una oscuridad completa. Vuelve una luz tenue, esta vez es una habitación.
Un niño de unos ocho años está entrando en la habitación de sus padres; allí
sólo duerme la madre. La madre se sienta soñolienta en la cama y pregunta:
- - “¿Qué
pasa, hijo?”.
- - “Mamá,
dicen que hay un muerto en la calle”.
Del rostro de la madre va emergiendo un gesto de
comprensión de aquellas palabras y luego, muy lento, de horror, sus manos buscan cubrir el rostro. El gesto queda paralizado en una fotografía de
gran dimensión. La fotografía deriva en póster o afiche o cartel con el título Dicen que hay un muerto en la calle.
"La tragedia va a comenzar", anuncia una voz solemne y suave a la vez.
"La tragedia va a comenzar", anuncia una voz solemne y suave a la vez.
(Se cierra el telón; alguien, al frente de la sala, ordena aplaudir).
Pintado en la Pared No. 194.