Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

miércoles, 24 de abril de 2019

Modelos historiográficos (6)



Leer para escribir

Los buenos libros de historia tienen una estructura narrativa que es, a la vez, una estructura argumentativa. La sintaxis general de la obra no es asunto baladí entre las obras clásicas. El modo de iniciar un capítulo, la organización de las partes, el modo de concluir, todo eso está laboriosamente concebido y expuesto. Las citas son elegidas y puestas en los lugares adecuados para saber decir algo con cierto énfasis que puede perderse si la cita va en otro lugar.

En el caso de El Mediterráneo de Braudel, las elecciones narrativas son derivación de haber pensado y manipulado el tiempo. Tanto que podemos decir que la estructura de la narración buscó corresponder, y así lo explica el autor, con estructuras temporales. Braudel, en la introducción y en otros ensayos, nos ilustró sobre las cesuras temporales y sus efectos en los procedimientos narrativos. La larga duración era una estructura temporal que corresponde a cambios lentos, casi imperceptibles, y que están relacionados con la narración de las mutaciones del espacio y de su relación con el hombre. Esa es la primera parte determinante de su gran obra. Luego vienen la mediana y la corta duración. Cada una de esas estructuras temporales piden unos énfasis narrativos que el historiador francés supo construir en una trama que sirve hoy de guía para quien quiera escribir en todas o en alguna de esas escalas temporales.

Algo semejante puede decirse de otro clásico, La formación de la clase obrera en Inglaterra, de Edward P. Thompson; el historiador inglés nos ha dado en ese otro gran modelo historiográfico el muy buen ejemplo de cómo se narra el proceso de cambio en una transición, de cómo se describe la transformación dentro de una coyuntura que, en este caso, va de 1750 a 1830 y que corresponde con el paso del mundo artesanal al mundo de la fábrica durante la revolución industrial.

Cada objeto de estudio historiográfico pide un modo de narrar, un orden en la exposición, la disposición de ciertos recursos de persuasión, el uso de determinados tiempos verbales y de determinadas formas pronominales; eso tiene que captarlo cada investigador. Y, luego, un lector acucioso, en formación dentro de los vericuetos del oficio, sabrá detenerse en el aprecio de esos detalles y podrá conversar con el autor e, incluso, sabrá reclamarle acerca de incoherencias. Una buena lectura podrá sugerir otro orden narrativo y ese ejercicio es el inicio de una escritura, eso hace que el lector o la lectora sienta la posibilidad de escribir un buen libro de historia. Algo que hace mucha falta entre nuevas generaciones de historiadores e historiadoras.

Pintado en la Pared No. 193


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