Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

lunes, 19 de septiembre de 2022

Pintado en la Pared No. 265

 

Apuntes de historiografía (III)

Una historia del pensamiento en América latina.

En vez de una historia de la filosofía en América latina, propongo una historia del pensamiento. En vez de una limitada historia de la filosofía, una historia del pensamiento. El pensamiento como objeto demanda otros criterios de búsqueda y de selección; claro, también demanda establecer qué es pensamiento y qué puede incluir. En principio, se trata de una categoría de análisis más amplia, quizás difusa y ambigua. Intentemos precisar. “Pensamiento” es, a mi modo deber, una designación genérica para aquello que se piensa y se dice. La historia pública de América latina ha tenido una producción más o menos intensa de pensamientos que han circulado, que se han impuesto circunstancialmente como categorías centrales de la discusión cotidiana. Esos “pensamientos” han tenido contenidos particulares, sus énfasis históricos, también sus agentes creadores y reproductores. Esos pensamientos pueden incluir reflexiones filosóficas, ideas acerca del orden político, acerca del orden social, acerca de la belleza, de la verdad, de la moral. Pensamientos políticos, pensamientos filosóficos, pensamientos científicos, pensamientos estéticos. Por supuesto, esto amplia el corpus documental y también el conjunto de agentes sociales que intervienen.

De tal manera que una historia del pensamiento nos obliga a ser más elásticos y plurales en nuestras búsquedas; nos vuelve más extenso el archivo, nos exige enriquecer nuestros medios de interpretación, nos pide aceptar formatos de expresión del pensamiento muy diversos: un poema, una carta, un mapa, un manual de enseñanza de la filosofía, un curso de lógica, una memoria científica, un reclamo colectivo. En suma, el pensamiento puede ser una elaboración exclusiva y refinada de un sujeto individual; por ejemplo, un filósofo, un científico, un artista. Pero también puede ser una elaboración menos sistemática, incluso esporádica, de un sujeto cuya labor cotidiana no contiene la misión sistemática de pensar; aquí se trata de un pensador ocasional. Igualmente, puede ser una actividad excepcional, incluso no intencionada, de un grupo de individuos que de un modo momentáneo ocupan un lugar en la vida pública.

Una historia del pensamiento, vista así, es una historia de la discursividad de una sociedad, una historia de su permanente producción de signos, símbolos, ideas, con sus reflujos, sus dispersiones, sus confluencias, sus predominios. Una historia del pensamiento, según esto, parte de suponer que en América latina siempre ha habido agentes productores de pensamientos, que siempre ha habido situaciones que han obligado a pensar, que siempre ha habido agentes que enuncian sus pensamientos.

Todo esto último, entraña modificar nuestro campo de percepción, saber establecer distinciones entre momentos históricos; qué se pensaba y por qué en determinados momentos de la historia de América latina; cuándo dejó de pensarse acerca de esto y aquello e inició otra cosa, con los mismos o con otros agentes sociales. Eso nos lleva a afirmar, en consecuencia, que estaremos ante pensamientos históricamente situados, atados a circunstancias de la vida en común de nuestras sociedades, a conflictos o encrucijadas dominantes, con agentes portadores de pensamientos que también han estado históricamente situados.

El historiador o la historiadora del pensamiento tendrá, entonces, el reto de saber discernir etapas, de hallar tendencias y, por supuesto, tendrá que saber asociar lo dicho y lo pensado con las circunstancias que hicieron posible la aparición de esos pensamientos o de esas ideas o de esas creaciones intelectuales.

El ortodoxo historiador de la filosofía quedará, ante esto, muy confundido. Claro, no puede ser de otra manera. Es cierto que la filosofía, su quehacer, quedará disuelto dentro de un espectro amplio de pensamientos. Y diré que, precisamente, de eso se trata, de situar el pensamiento filosófico en la historia más general del pensamiento; se trata de poner en relación lo que pareciera recluido a una expresión aislada, exclusiva, elitista de un presunto filósofo. Poner en relación es integrar a una discursividad más amplia el hecho de pensar filosóficamente o de intentar hacerlo. Integrar el pensamiento filosófico a una cadena significativa de acciones discursivas en que los agentes que intervienen, muchas veces sin saberlo, están haciendo parte de un conjunto de pensamientos que tienen que ver con algo. A esa forma de trabajar del historiador del pensamiento lo llamó alguien arqueología y la búsqueda arqueológica nos pide hallar regularidades, establecer conexiones, vínculos de significación.

La historia del pensamiento, según estos supuestos, se vuelve algo más ambicioso, más documentado, con mayores desafíos hermenéuticos y, quizás lo más importante, con un mayor volumen de hallazgos. Esa historia será, por tanto, mucho más generosa que una raquítica historia de la filosofía.

Pintado en la Pared No. 264

 

Apuntes de historiografía (II).

¿Una historia de la filosofía en América latina?

 

¿Es posible una historia de la filosofía en América latina? Presumo que para responder esa pregunta debemos hacernos otras preliminares. ¿Qué ha sido la filosofía en América latina? ¿Quiénes han hecho filosofía en América latina? A la primera cuestión podemos agregarle lo siguiente: ¿Es que en América latina podemos hallar filosofías entendidas como sistemas de pensamiento, como sistemas de razonamiento altamente elaborados y que pretenden dar cuenta de las causas y las esencias de las cosas, que den cuenta de la naturaleza de la existencia y del ser, que den cuenta de la lógica, la ética, la moral, la religión, que den cuenta del mundo físico, de las relaciones de los seres humanos con las cosas? Dicho en otras palabras, ¿podemos hallar en América latina sistemas filosóficos que incluyan unas lógicas, unas epistemologías, unas gnoseologías, unas teologías, unas políticas, unas éticas, unas estéticas? Quizás sí hallemos algo de cada una de esas ramas del pensamiento filosófico, pero adelanto que no vamos a hallar filósofos o filósofas que hayan construido o intentado construir algo tan complejo, tan sistemático. Eso entraña afirmar que no vamos a encontrar sistemas filosóficos como aquellos de Europa elaborados por un Aristóteles, un Kant, un Hegel. Si nuestra búsqueda inicia con tamaña pretensión, nos decepcionaremos pronto.

Entonces, veamos la pregunta siguiente: ¿Quiénes han hecho filosofía en América latina? Si no hallamos filosofías que concuerden con el canon europeo, tampoco hallaremos filósofos y filósofas que hayan sido pensadores de sistemas de tal envergadura. Hasta ahora, las historias de la filosofía en América latina contienen autores que circunstancialmente leyeron y aplicaron las tesis de uno u otro filósofo. La filosofía no ha sido profesión sino hasta tiempos muy recientes, desde cuando tuvo un lugar en la estructura de las universidades. Cuando hemos buscado filósofos, en el siglo XIX latinoamericano, por ejemplo, nos tropezamos en su gran mayoría con sacerdotes católicos y abogados que han ejercido cargos públicos por elección o por designación. Algunos de ellos han sido docentes universitarios y allí han impartido cursos de filosofía y han contribuido a difundir obras y autores que tienen su auge en determinadas épocas de la historia de nuestro sub-continente. Los abogados, particularmente, han sido receptores y difusores en las universidades de corrientes filosóficas que han contribuido a la discusión y elaboración de códigos, de leyes y de unidades administrativas del Estado. Por eso, en esa pretendida historia de la filosofía latinoamericana hallaremos figuras de la vida pública, ministros y hasta presidentes de países que, en alguna circunstancia de sus trayectorias, tuvieron que acudir a algún tipo de formación y de difusión filosóficas. Sobre ellos podemos preguntarnos si fueron creadores de algún pensamiento filosófico y me temo que estaremos ante un grado muy limitado de originalidad.

Así que ahora podemos volver a la pregunta del inicio: ¿Es posible una historia de la filosofía en América latina? Por supuesto que es posible, pero los hallazgos serán muy precarios si, de nuevo, tenemos como punto de referencia el canon de las filosofías y los filósofos de Europa. El corpus será muy limitado, el grado de originalidad de ese corpus también. Entonces debo concluir, provisoriamente, que la historia de la filosofía en América latina contará, como ha contado hasta hoy, con un archivo muy modesto y lo que resultará de su examen es una historia muy superficial, muy episódica, muy fragmentada y eso nos hará creer que en América latina la filosofía ha sido una práctica muy débil, poco institucional, poco sistemática. Y dado esto, me permito sugerir que es necesario sacudirnos de esta manera de indagar que sólo nos ha llevado a lugares comunes, a un corpus muy restringido y a una definición de momentos, de etapas que juzgo superficiales. En otras palabras, una historia de la filosofía en América latina es un ejercicio insuficiente y ese ejercicio tenemos que ampliarlo. ¿Cómo? Redefiniendo el objeto de nuestras búsquedas y, en consecuencia, acudiendo a un archivo más prolijo.

(Sigue).         

domingo, 18 de septiembre de 2022

Pintado en la Pared No. 263


Apuntes de Historiografía (I). 

La Regeneración.

 

La Regeneración es uno de los periodos de la historia política colombiana más descuidados, el resultado hasta hoy es que poco sabemos acerca de ese periodo y seguimos conformes con algunas viejas caracterizaciones muy generales. Por ejemplo, todavía es válida la vieja valoración que hace Marco Palacios desde que escribió su historia sobre el café en Colombia. Algunos otros aportes son muy epidérmicos o episódicos, como el también viejo estudio de Frederic Martinez; otras incursiones son muy puntuales en su temario, como las de Mario Aguilera y la protesta urbana en Bogotá o el estudio de David Sowell sobre los artesanos bogotanos o el ensayo de Renán Silva sobre la educación en ese periodo. Algunas tesis doctorales dan cuenta de la vida asociativa regional entre 1886 y 1900, pero no dicen gran cosa que permita saber qué distinguió claramente a la Regeneración de lo que le antecedió, qué novedades instituyó en la vida pública, en las disputas partidistas, en la institucionalidad cultural, en fin.

Voy a compartir una intuición acerca de por qué la Regeneración se llamó así.  Mi hipótesis es que la Regeneración es una metáfora, como muchas de las que circularon y se impusieron en el vocablo cotidiano de la política en Colombia y en el mundo en el largo siglo XIX. Es una metáfora o analogía proveniente de la medicina que sirvió, a los políticos, como consigna de lucha, como palabra que invocaba la necesidad de transformación, de rehabilitación, de cambio ante una situación degenerativa o decadente. Dicho en breve, la Regeneración, como metáfora, implicó su término opuesto, la Degeneración.

La segunda mitad del siglo XIX conoció la expansión de las teorías de la degeneración, la decadencia, la degradación y, por supuesto, sus términos consecuentes como rehabilitación, regeneración o reforma. Nuestros políticos, entre ellos varios que vivieron temporadas en Europa, conocieron la circulación de esas palabras tanto en el mundo específico de la medicina como sus prolongaciones metafóricas en la vida pública.

El primer responsable intelectual del auge de aquellos conceptos fue el médico psiquiatra austro-francés Benedict Morel (1809-1873) con la publicación, en 1857, de su Tratado de las degeneraciones físicas, intelectuales y morales de la especie humana. Morel era un católico militante, educado según los principios del catolicismo social del abate Lamennais. Su libro era en buena medida el resultado de observaciones y experimentos en un hospital de Paris y de su interés por darle una explicación histórica a las enfermedades del cuerpo humano y del cuerpo social; su perspectiva, afirmada en la religión, le hizo creer que sólo en la génesis de las especies, en sus formas primitivas, había perfección y que la historia de cada especie era de una continua degradación. Esa teoría, en el siglo XIX, sirvió para criticar las fallas de la modernización industrial y fue acogida no solamente por católicos, sino también por socialistas y demás críticos de las ilusiones del progreso.

La obra de Morel tuvo repercusiones en la creación literaria; mucha de la novelística del siglo XIX estuvo impregnada de esta visión moreliana del progreso y de la historia. En Francia, algunas novelas de Balzac, Zola y Flaubert fueron propagandas explícitas de la degeneración moral, asociaron trastornos mentales con determinados hábitos de higiene o con las condiciones precarias de las ciudades industriales. En Inglaterra, la literatura de ficción también reprodujo con entusiasmo las tesis degenerativas, como sucedió con Arthur Conan Doyle y su personaje Sherlock Holmes, Robert Louis Stevenson y su clásico Doctor Jekyll and Mister Hyde, Herbert G. Wells y los monstruos de su Máquina del tiempo. La lista podríamos extenderla, pero basta decir por ahora que ficción literaria y discursos de la ciencia deliberaban cotidianamente sobre los postulados pesimistas morelianos, los hallazgos evolucionistas de Darwin y a eso se agregó, sobre todo en la década de 1870, la teoría microbiana de Louis Pasteur. Muy cerca de ellos, los políticos se inquietaban por el crecimiento incontrolado de las poblaciones urbanas; algunos explicaban las derrotas bélicas de sus países por algún síntoma de degeneración colectiva; otros inventaban estrategias para vigilar las horas de ocio de los obreros y evitar el aumento del consumo de alucinógenos o las tendencias dipsómanas, entonces recomendaban, muy apegados a la terapéutica moreliana, la creación de asociaciones de temperancia y de socorro mutuo. Algunos científicos sociales se esforzaban por construir estadísticas sobre las condiciones de vivienda en las ciudades industriales; las revistas y boletines médicos y de higiene pública se multiplicaron en la segunda mitad del siglo XIX, siempre nutridos de estudios monográficos tratando de hallar las causas de determinadas enfermedades, de rasgos degenerativos en ciertas clases sociales y, por supuesto, indicando terapéuticas.   

Rafael Núñez, el político colombiano que creemos responsable del uso deliberadamente político del término regeneración como consigna de batalla contra el desorden republicano provocado por las reformas del liberalismo radical, debió conocer muy de cerca aquella intensa discusión de las élites en Europa. Núñez vivió en varios países de Europa entre 1865 y 1874, estuvo en Le Havre, París, Bruselas y Liverpool, de modo que tuvo que conocer de primera mano lo que los científicos y políticos europeos decidían y discutían. De hecho, sus escritos de esos años, publicados como Ensayos de crítica social, indican la familiaridad del político cartagenero con algunos fenómenos sociales y políticos de Europa. En ese lapso conoció los episodios de hambruna padecidos por España, las secuelas de la guerra franco-prusiana, el aumento de la pobreza y la mendicidad en las ciudades británicas.

Se recuerda que Rafael Núñez, en 1878, en calidad de presidente del Senado, pronunció el discurso con que recibe y juramenta al presidente Julián Trujillo y allí dijo que el país estaba en el dilema de una “regeneración administrativa fundamental o catástrofe”. Desde entonces, la regeneración fue lema constante difundido en los periódicos; el propio Núñez, en sus artículos de prensa de 1881 a 1884, se dedicó a darle sustancia a la palabra. Como buen político, quiso demostrar que él no era el único ni el primero que usó públicamente el vocablo en Colombia; recordaba que el general Santos Gutiérrez, en 1868, en un acto de contrición de los liberales radicales, admitió que el país exigía una regeneración.

El influyente político cartagenero, especialmente en un artículo de 1882 (Urbi et Orbi), explica la degeneración y la regeneración de Colombia en un lenguaje médico inequívoco. La degeneración del país era un “estado patológico que se revela en la superficie” y que la sociedad es como “un cuerpo humano en convalecencia” que, si no se cuida, estará expuesto “a fáciles recaídas”. Todo esto lo decía en medio de un balance “de media centuria de trastornos” que sólo podían ser superados por un espíritu político regenerador.

Hasta aquí hemos expuesto una intuición que podría llevarnos a examinar con detalle y con otros atisbos interpretativos lo que fue el periodo político de la Regeneración en Colombia.

martes, 13 de septiembre de 2022

Pintado en la Pared No. 262

El joven que soñaba (parte 3).

Hacia las cinco de la madrugada todos estaban de pie para iniciar la marcha que los llevaría a la cumbre de la montaña. Los que ya habían hecho el ascenso eran los más entusiastas; sin embargo, esa mañana nuestro joven se levantó con dificultad. Su ánimo contrastaba con el de los días anteriores. Su alegría se había tornado en pesadumbre, su curiosidad en desasosiego. No había dormido bien, aunque hubiese pasado la noche junto a su amiga. Mientras tanto, ella estaba algo desconcertada por el cambio de ánimo del joven. Él no se atrevía a hablar, había hecho la promesa de no referirse a sus sueños. Esa noche tuvo un mal sueño, era un mal presagio para aquella jornada de la excursión, pero había prometido no decir nada al respecto. Esa era la razón de su decaimiento y no podía mencionarla, tampoco quería empañar el entusiasmo de los demás. Sus compañeros caminantes tuvieron que palmotearle la espalda y levantarle el ánimo. Su amiga le garantizó que iba a guiarlo en cada paso en las zonas más difíciles del ascenso. El joven finalmente se decidió a acompañarlos, aunque lo dijera sin mucha convicción.

La caminata empezó tranquila con la ayuda de los primeros rayos de sol. La vegetación de una altura cercana a los tres mil metros parecía languidecer a cada paso. El primer trayecto estrecho, en que debían transitar lentamente uno por uno fue sorteado con cierta facilidad. Nuestro joven siguió atentamente las indicaciones. Luego vino un área más empinada en que tuvieron que emplear sogas y arneses de seguridad; este fue el momento más delicado del ascenso, allí tardaron más de lo presupuestado a causa de los temores del joven inexperto. Cuando por fin todos superaron el obstáculo se miraron jubilosos, aunque aún faltaba un tramo quizás más riesgoso.

Sin embargo, el último escollo, una pared casi vertical de unos treinta metros fue superada con relativa facilidad. Nuestro joven había hecho un rápido aprendizaje en el ascenso anterior. Esta vez fue más ágil y seguro en sus movimientos y supo balancear su cuerpo para lograr aferrarse a una roca. A sus pies había un precipicio que provocaba vértigo; en la peripecia cayeron algunos objetos, entre ellos un casco con linterna y el chasquido del impacto sobre el suelo estremeció a nuestro joven que, por fortuna, ya había sorteado la inédita prueba. Finalmente se impuso el deseo de conquistar por fin la cúspide de la montaña y llegaron a la estrecha planicie de la cumbre un par de horas después del mediodía.

Hubo alborozo, todos saltaron de alegría y nuestro joven soñador parecía haber olvidado la melancolía de su despertar aquel día. Se sentía orgulloso de sí mismo y agradecido con sus acompañantes. Estaba en la cima de una montaña, luego de tres días de caminatas. Pero, más importante aún, tenía ante sí un paisaje esplendoroso. Veía hacia el occidente un valle majestuoso atravesado por dos ríos que brillaban como espejos y que en la lejanía se anudaban en uno solo hasta llegar al mar que alcanzaba a verse como un hilo de plata. Al sur divisaban otras montañas, incluso una que aún conservaba una tenue corona de nieve y al lado un enorme cráter vaporoso. Varias bandadas de aves pasaron cerca como si saludasen a sus nuevos vecinos de las alturas. Al oriente y al norte resplandecían los verdores de un bosque nativo con el prolongado ruido de animales. La magnificencia de toda aquella visión los llevó a una especie de ebriedad. Hubo un largo momento de silencio, cada uno quedó ensimismado con algún paraje, con algún detalle de todo lo que podían contemplar. Luego reaccionaban y se miraban entre sí. El joven cruzó su mirada con la de su amiga y la sonrisa de ambos anunciaba que vivían un precioso instante de felicidad.   

La estancia en la cúspide se prolongó, pero una fuerte ventisca los obligó a refugiarse en una roca; tomaron rápidamente algunas fotos del grupo y comenzaron a preparar el descenso. Era necesario apresurarse, el fuerte viento anunciaba la llegada del crepúsculo y había que descender antes de la oscuridad de la noche. Sin embargo, el joven volvió a asumir un aspecto sombrío, se negó a descender, advirtió resuelto que iba a quedarse allí y que podían marcharse sin él. Su rostro mostraba una firme decisión. Les agradeció que lo hubiesen guiado hasta aquel hermoso lugar. Los demás se inquietaron, no podían quedarse allí, ningún ser humano podía quedarse allí porque se corría el riesgo de morir de hipotermia; de hecho, la temperatura había bajado notablemente en aquel momento. Todos comenzaron a descender, menos la amiga del joven y él. Ella los tranquilizó diciéndoles que iba a tratar de persuadirlo para que descendiera.

Así fue, era un poco más de las cinco de la tarde y cuatro de los excursionistas habían iniciado el peligroso descenso. La chica le pidió a su amigo que le explicara su terrible y equivocada decisión. “No puedes quedarte aquí, puedes morir”, le dijo ella. Y él respondió: “De todos modos voy a morir esta noche, lo he soñado, no quise decírtelo porque no quiso romper mi promesa, pero ahora te lo digo”. Ella entonces replicó: “si estás tan seguro de que morirás ahora, ¿por qué no lo haces acompañándome en el descenso? Es una tontería que te quedes esperando aquí un suceso que está basado en un presagio”. El razonamiento de ella pareció conmover al joven y aceptó finalmente descender.

La pareja comenzó a bajar la cúspide cuando la oscuridad ya se imponía. Sólo ella llevaba un casco con linterna. Ella, mucho más hábil que él y además conocedora de ese trayecto, aprovechó las marcas y ayudas que dejaron sus compañeros en su avanzada. El joven, casi a tientas, trataba de seguir las instrucciones de su amiga.

Más adelante, el grupo de cuatro que bajó con anterioridad decidió esperar en un estrecho paraje en que apenas podían sostenerse el uno al lado del otro. Alcanzaron a escuchar que la pareja ya estaba tratando de sortear la pared casi vertical que lleva a la cúspide. Eso los tranquilizó y siguieron su marcha. Casi una hora más tarde volvieron a detenerse y no escucharon nada; siguieron resueltamente su marcha, decididos a llegar al sitio donde habían acampado la noche anterior. Cuando estaban cerca del lugar, escucharon un grito, era un grito de mujer. Dos de ellos decidieron devolverse a averiguar qué había sucedido.   

 (Sigue).

 

 

   


sábado, 3 de septiembre de 2022

El joven que soñaba (parte 2)

Según la experiencia de sus amigos, la excursión podía tardar unas seis jornadas de caminatas diurnas. Cuatro jornadas para el ascenso y dos para descender y retornar al punto de inicio. La primera jornada fue exultante para el joven soñador. Estaba descubriendo las maravillas de un mundo hasta entonces desconocido. La caminata fue lenta porque él se detenía con frecuencia a admirar pequeñeces que para otros eran un suceso corriente y conocido. Aun así, lograron cumplir el objetivo de llegar al punto deseado, descansaron, tuvieron una cena ligera y durmieron plácidamente. Al otro día, nuestro joven fue el primero en despertar, su ánimo era casi festivo, ansiaba iniciar la jornada con las primeras luces del amanecer.

La segunda jornada fue más serena, el joven comprendía que estaba iniciando un aprendizaje de la vida. Aunque seguía deteniéndose con frecuencia a contemplar cualquier detalle que lo atraía, guardaba silencio y seguía la marcha con mucha decisión. Además, su compañera de excursión se volvió su confidente. Ambos comentaban cada hallazgo con entusiasmo; ella le explicaba o le señalaba algo, él observaba y le preguntaba. Esa noche, luego del descanso, ella y él buscaron un sitio que los separase discretamente de los otros caminantes, durmieron juntos.

Al día siguiente, el joven y su amigo marcharon adelante, guiando al grupo. Los demás habían comprendido que la noche anterior se había sellado una relación estrecha entre aquella pareja. Ella y él caminaban plácidos. Él se sentía seguro y protegido por ella que, con su experiencia, le mostraba el camino. La tercera jornada fue la más rápida, acompañada por un día luminoso que les permitió contemplar el valle que se prolongaba inmenso a sus pies. Estaban muy cerca de la cima que estaba sobre los tres mil metros del nivel del mar. Se aprestaron a descansar y a preparar la última jornada.

Esa noche, los más expertos decidieron dar algunas instrucciones. Esa jornada era la decisiva y la que exigía más cuidado en la marcha. Era necesario partir muy temprano, con las primeras luces del amanecer y escalar cuidadosamente a la pequeña planicie de la cima y estar allí máximo un par de horas porque era muy importante descender con la luz del día. El descenso debía hacerse despacio, sabiendo medir cada movimiento, prácticamente eran casi treinta metros verticales tanto para subir como para descender. Esa noche prepararon sogas, poleas, cascos, guantes. El joven, intranquilo por el preparativo, sugirió esperarlos abajo para evitarles demoras, pero los más aventajados lo calmaron diciéndole que no se trataba de una escalada de gran dificultad y que iba a tener la colaboración no solamente de su amiga. Luego de las explicaciones finales, todos fueron a dormir. 

Pintado en la Pared No. 261.

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