Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

martes, 13 de septiembre de 2022

Pintado en la Pared No. 262

El joven que soñaba (parte 3).

Hacia las cinco de la madrugada todos estaban de pie para iniciar la marcha que los llevaría a la cumbre de la montaña. Los que ya habían hecho el ascenso eran los más entusiastas; sin embargo, esa mañana nuestro joven se levantó con dificultad. Su ánimo contrastaba con el de los días anteriores. Su alegría se había tornado en pesadumbre, su curiosidad en desasosiego. No había dormido bien, aunque hubiese pasado la noche junto a su amiga. Mientras tanto, ella estaba algo desconcertada por el cambio de ánimo del joven. Él no se atrevía a hablar, había hecho la promesa de no referirse a sus sueños. Esa noche tuvo un mal sueño, era un mal presagio para aquella jornada de la excursión, pero había prometido no decir nada al respecto. Esa era la razón de su decaimiento y no podía mencionarla, tampoco quería empañar el entusiasmo de los demás. Sus compañeros caminantes tuvieron que palmotearle la espalda y levantarle el ánimo. Su amiga le garantizó que iba a guiarlo en cada paso en las zonas más difíciles del ascenso. El joven finalmente se decidió a acompañarlos, aunque lo dijera sin mucha convicción.

La caminata empezó tranquila con la ayuda de los primeros rayos de sol. La vegetación de una altura cercana a los tres mil metros parecía languidecer a cada paso. El primer trayecto estrecho, en que debían transitar lentamente uno por uno fue sorteado con cierta facilidad. Nuestro joven siguió atentamente las indicaciones. Luego vino un área más empinada en que tuvieron que emplear sogas y arneses de seguridad; este fue el momento más delicado del ascenso, allí tardaron más de lo presupuestado a causa de los temores del joven inexperto. Cuando por fin todos superaron el obstáculo se miraron jubilosos, aunque aún faltaba un tramo quizás más riesgoso.

Sin embargo, el último escollo, una pared casi vertical de unos treinta metros fue superada con relativa facilidad. Nuestro joven había hecho un rápido aprendizaje en el ascenso anterior. Esta vez fue más ágil y seguro en sus movimientos y supo balancear su cuerpo para lograr aferrarse a una roca. A sus pies había un precipicio que provocaba vértigo; en la peripecia cayeron algunos objetos, entre ellos un casco con linterna y el chasquido del impacto sobre el suelo estremeció a nuestro joven que, por fortuna, ya había sorteado la inédita prueba. Finalmente se impuso el deseo de conquistar por fin la cúspide de la montaña y llegaron a la estrecha planicie de la cumbre un par de horas después del mediodía.

Hubo alborozo, todos saltaron de alegría y nuestro joven soñador parecía haber olvidado la melancolía de su despertar aquel día. Se sentía orgulloso de sí mismo y agradecido con sus acompañantes. Estaba en la cima de una montaña, luego de tres días de caminatas. Pero, más importante aún, tenía ante sí un paisaje esplendoroso. Veía hacia el occidente un valle majestuoso atravesado por dos ríos que brillaban como espejos y que en la lejanía se anudaban en uno solo hasta llegar al mar que alcanzaba a verse como un hilo de plata. Al sur divisaban otras montañas, incluso una que aún conservaba una tenue corona de nieve y al lado un enorme cráter vaporoso. Varias bandadas de aves pasaron cerca como si saludasen a sus nuevos vecinos de las alturas. Al oriente y al norte resplandecían los verdores de un bosque nativo con el prolongado ruido de animales. La magnificencia de toda aquella visión los llevó a una especie de ebriedad. Hubo un largo momento de silencio, cada uno quedó ensimismado con algún paraje, con algún detalle de todo lo que podían contemplar. Luego reaccionaban y se miraban entre sí. El joven cruzó su mirada con la de su amiga y la sonrisa de ambos anunciaba que vivían un precioso instante de felicidad.   

La estancia en la cúspide se prolongó, pero una fuerte ventisca los obligó a refugiarse en una roca; tomaron rápidamente algunas fotos del grupo y comenzaron a preparar el descenso. Era necesario apresurarse, el fuerte viento anunciaba la llegada del crepúsculo y había que descender antes de la oscuridad de la noche. Sin embargo, el joven volvió a asumir un aspecto sombrío, se negó a descender, advirtió resuelto que iba a quedarse allí y que podían marcharse sin él. Su rostro mostraba una firme decisión. Les agradeció que lo hubiesen guiado hasta aquel hermoso lugar. Los demás se inquietaron, no podían quedarse allí, ningún ser humano podía quedarse allí porque se corría el riesgo de morir de hipotermia; de hecho, la temperatura había bajado notablemente en aquel momento. Todos comenzaron a descender, menos la amiga del joven y él. Ella los tranquilizó diciéndoles que iba a tratar de persuadirlo para que descendiera.

Así fue, era un poco más de las cinco de la tarde y cuatro de los excursionistas habían iniciado el peligroso descenso. La chica le pidió a su amigo que le explicara su terrible y equivocada decisión. “No puedes quedarte aquí, puedes morir”, le dijo ella. Y él respondió: “De todos modos voy a morir esta noche, lo he soñado, no quise decírtelo porque no quiso romper mi promesa, pero ahora te lo digo”. Ella entonces replicó: “si estás tan seguro de que morirás ahora, ¿por qué no lo haces acompañándome en el descenso? Es una tontería que te quedes esperando aquí un suceso que está basado en un presagio”. El razonamiento de ella pareció conmover al joven y aceptó finalmente descender.

La pareja comenzó a bajar la cúspide cuando la oscuridad ya se imponía. Sólo ella llevaba un casco con linterna. Ella, mucho más hábil que él y además conocedora de ese trayecto, aprovechó las marcas y ayudas que dejaron sus compañeros en su avanzada. El joven, casi a tientas, trataba de seguir las instrucciones de su amiga.

Más adelante, el grupo de cuatro que bajó con anterioridad decidió esperar en un estrecho paraje en que apenas podían sostenerse el uno al lado del otro. Alcanzaron a escuchar que la pareja ya estaba tratando de sortear la pared casi vertical que lleva a la cúspide. Eso los tranquilizó y siguieron su marcha. Casi una hora más tarde volvieron a detenerse y no escucharon nada; siguieron resueltamente su marcha, decididos a llegar al sitio donde habían acampado la noche anterior. Cuando estaban cerca del lugar, escucharon un grito, era un grito de mujer. Dos de ellos decidieron devolverse a averiguar qué había sucedido.   

 (Sigue).

 

 

   


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