Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

martes, 11 de octubre de 2022

Pintado en la Pared No. 267

 Annie Ernaux

 

El premio Nobel de Literatura otorgado a la escritora francesa Annie Ernaux (1940) provoca varias reflexiones sobre lo que puede significar, esta vez, semejante distinción. Annie Ernaux es una veterana escritora que lleva medio siglo o más escribiendo novelas; es una escritora prolija, sistemática y, sobre todo, fácil de reconocer por su estilo y por los asuntos predominantes en sus obras. Imposible dudar acerca del merecimiento del galardón para una novelista que ha sido consecuente con una concepción del oficio literario. Lo que vale la pena examinar ahora es el significado de ese reconocimiento, tratar de descifrar a quién o, mejor, qué práctica literaria ha sido premiada.

Primero, me parece que ha sido premiado el poder de la escritura. Annie Ernaux nunca ocultó que era una mujer que venía de un mundo popular, de padres y abuelos muy pobres e, incluso, iletrados. Ella ha admitido en varias ocasiones que halló en la educación y, sobre todo, en la escritura una forma de superar las condiciones adversas de ese origen social. Ella halló en la escritura el poder para salir de aquella situación y el poder para hablar de esa marginalidad social como marca indeleble.

Segundo, no solamente se ha impuesto el poder meritocrático de la escritura. Es el poder, en este caso, de la escritura de la mujer. Ernaux acudió a la escritura para decir su vida de mujer; para decir que aquello que las mujeres viven vale mucho y merece decirse. Lo que cualquier mujer vive como experiencia individual es digno de saberse, de discutirse, de reconocerse. Ernaux puso a pensar acerca de lo que una mujer vive en su vida cotidiana, en su intimidad, sin grandilocuencia, sin pretensiones.

Tercero, esta vez el premio Nobel reivindica fuertemente el ejercicio de la memoria. El recuerdo representado por la escritura. Escribir es traer los sucesos de mi experiencia, es obligar a recordar. Estos son tiempos de múltiples exaltaciones de las formas de escrituras del yo; de reivindicación del sujeto que busca su propia autenticidad o, mejor, su autenticación. Por tanto, es una especie de derrota infligida a la ficción, a la fantasía, a la trama. La escritura de Ernaux no tiene disfraces, no inventa nombres propios. Ella narra y ella es personaje, y sus personajes son seres de su vida como ciudadana francesa. Este es el triunfo de la aparente simplicidad de la memoria.

Por tanto, es el triunfo de la escritura auto-biográfica. Aquí podemos decir que el yo se vuelve auto-suficiente como materia, como pretexto, como agente. Es una especie de escritura de la auto-estima, una especie de terapia y, por qué no, una especie de acción de salvamento. Salvarse uno mismo, protegerse uno mismo del mundo despiadado, del infierno de los otros. No es que Yo sea un héroe o una heroína, mucho menos que Yo sea una vida ejemplar. En vez de eso, cualquier Yo que escriba acerca de sí mismo es una persona, un ser que vive, padece, goza. Para quienes leen y no escriben o no pueden escribir, esta escritura auto-biográfica es una forma oblicua de auto-realización porque alguien dijo, por mí, lo que yo no he podido decir. O ese alguien ha vivido algo que yo también viví, y veamos entonces cómo lo afrontó.

Finalmente, se me ocurre que ha sido premiada la escritura simple, aparentemente sin pretensiones. Subrayo ese aparentemente, porque esa simplicidad casi del diario, de la crónica, de la memoria, es una elaboración. La sobriedad en la escritura no es espontánea jamás, es el resultado del ejercicio cotidiano, de la práctica, de escribir y borrar hasta hallar la frase más limpia posible. Precisamente, esa limpieza de la prosa de Ernaux, que es casi asepsia, ha sido uno de los atributos más mencionados en la valoración de su galardón.

En fin, ha ganado la escritura cotidiana femenina en estos tiempos de reivindicación de la mujer como sujeto activo de nuestras sociedades; aún más, como sujeto con poder, con mucho poder, cada día con más poder. Para bien y para mal.

domingo, 2 de octubre de 2022

Pintado en la Pared No. 266

 

¿Qué puede ser el pensamiento en América latina?

 

Habrá que admitir que hablar de una historia del pensamiento sugiere un objeto de estudio mucho más elástico y hasta difuso en contraste con la supuesta pureza restrictiva de una historia de la filosofía. Pero intentemos precisar ahora qué puede ser lo constitutivo de una historia del pensamiento. Entenderemos por pensamiento aquellas manifestaciones conscientes, coherentes y elaboradas por el intelecto, manifestaciones motivadas, dotadas de intenciones que pueden plasmarse en conceptos, representaciones, símbolos, lenguajes. Por tanto, el pensamiento es una revelación de la relación de los seres humanos con la realidad circundante, da cuenta de sus maneras de concebir el mundo, de producir y resolver problemas. Según esta apurada definición, la filosofía es uno de los tantos elementos constitutivos de la acción de pensar, puede ser incluso el principal punto de referencia de esa acción, pero no el absoluto. Pensar es una creación intelectual en que pueden intervenir formas de conocimiento más o menos sistemáticas, como las ciencias humanas, pero también elementos propios de las creencias religiosas, de las prácticas políticas y artísticas.

No comparto del todo la connotación que Horacio Cerutti le concede a la actividad del pensamiento en América latina; según él, “la voluntad de pensar desde nuestra América es voluntad de pensar desde la tensión ideal/realidad, es voluntad de pensar utópico”(Cerutti, 1999, p. 70). A mi modo de ver, el filósofo argentino-mexicano anticipa una restricción a lo que haya podido ser la actividad de pensar en la historia de América latina. Juzgo que allí hay un determinismo que hace creer que el pensamiento latinoamericano y, en particular, el pensamiento filosófico, ha estado y estará siempre vinculado a la praxis y, en consecuencia, siempre ha sido y será un pensamiento político. Aún más, su reflexión sugiere que esa “voluntad de pensar utópico” hace posible no solamente la conexión sino la confusión de lo político y las formas de pensamiento. Según eso, ningún artista, ningún científico social, ningún filósofo puede pensar sin quedar atrapado en las redes de la acción política. Por supuesto, no negaremos que esa ha sido una tendencia fuerte en el pensamiento latinoamericano, pero no podemos anticipar que sea la única forma posible o admisible de pensar. También es cierto que la realidad socio-política latinoamericana es fuente de muchas insatisfacciones; sin embargo, las manifestaciones del pensamiento no se han circunscrito a la enunciación de ideales y soluciones a la vida en común en América latina.

Me inclino, en definitiva, por orientarnos mediante una hipótesis menos restringida que admita que pensar en América latina ha sido una actividad mucho más plural, basada en tensiones de muy diverso tipo, en enfrentamientos de pensamientos hegemónicos y contra-hegemónicos, en disputas simbólicas más plurales que hablen de una sociedad mucho más heterogénea que revela las discusiones entre el Estado y la sociedad, entre grupos humanos muy activos en la vida pública, entre agentes de epistemologías dominantes y agentes de epistemologías emergentes, entre intelectuales consolidados e intelectuales en ascenso, entre saberes afiliados al poder y saberes disidentes. En fin, sugiero una historicidad del pensamiento latinoamericano con mayores matices y que obliga al investigador a ser más atento a la percepción de las regularidades y de las dispersiones, de lo institucional y de lo marginal.

Ahora bien, luego de esta tentativa de delimitación de lo que puede contener el pensamiento en América latina, se vuelve indispensable establecer qué alcances puede tener el adjetivo “latinoamericano” como caracterización de ese pensamiento; qué singularidades pueden dotarlo de una personalidad histórica más o menos definida.

  

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