Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 29 de marzo de 2020

El virus conspirativo



Las teorías conspirativas son fecundas en fantasía; contienen, en su base, algunas certezas que indican que nuestras vidas, nuestras simples vidas, están gobernadas o, mejor, controladas, por grupos selectos de individuos que acaparan los resortes del poder. Nuestro libre albedrío es una gota en un mar proceloso cuyo oleaje es movido por un dedo omnisciente y caprichoso. Entonces, creemos que el mundo está bajo el control de las logias masónicas desde los tiempos de la revolución francesa; o que el mundo lo controlan los judíos repartidos por diferentes rincones del planeta, sincronizados en sus ambiciones por los códigos secretos de una extensiva hermandad; otros desconfían de los adeptos del Opus Dei, otra secta que cabalga entre la religión y la política. Otros verán comunistas o neonazis que se ocultan en altos cargos de la burocracia internacional y que guían las tendencias de la economía y, peor, de los desastres que agobian al planeta.

Hoy, el contagio por el coronavirus, que inició en la ciudad china de Wuhan, tiene su propia versión conspirativa. Para los sesudos teóricos del asunto, aparentemente mejor informados que el resto de los mortales (un atributo paradójico de esos teóricos), días antes de que se detectaran los primeros contagios en aquel lugar, hubo allí un grupo de microbiólogos estadounidenses acompañados por agentes de la CIA. Sospechosamente, cuando el virus comenzó su propagación, ellos fueron los primeros en salir de la ciudad en un vuelo exclusivo preparado por la embajada norteamericana. Para decirlo breve, según esta teoría conspirativa, unos microbiólogos norteamericanos soltaron el virus en alguna plaza de mercado, inyectaron a algún bicho apetitoso y así empezó la cadena de contagios y defunciones que obligó a una cuarentena general que se extendió a la provincia de Hubei. Claro, el propósito debió ser, según esta teoría, arruinar la economía del gigante país oriental en su competencia con el imperio del norte de América.

Supongamos que esta teoría es la que mejor explica lo acaecido en China y luego en el resto del mundo desde diciembre hasta marzo del 2020; de ser así, entonces, la conspiración dejó de cumplir su misión original de socavar a la potencia china y postrarla con los estragos de una pandemia. En vez de lograr eso, los chinos han salido a flote gracias a la eficacia autoritaria de sus decisiones que permitieron el control relativo del virus en expansión. Mientras tanto, la propagación llegó a Europa, cuyos gobiernos displicentes y sus líderes, entre indecisos y arrogantes, no reaccionaron a tiempo y dejaron que la infestación alcanzara cifras superiores a las de China. Tanto así que el primer ministro británico y mitad de su gabinete ya están contagiados y aislados por cuenta del virus made in USA; de modo que un aliado estratégico del despiadado Donald Trump ya está postrado por la fiebre y las dificultades respiratorias.

Peor todavía, la acción conspirativa de los microbiólogos norteamericanos se devolvió como un bumerán contra Estados Unidos; es decir, parece que hubiesen actuado guiados por un libreto ingenioso del torpe Super Agente 86. El virus se pasea a sus anchas por la capital del mundo; Nueva York se acerca a los noventa mil infectados y en todo el país suman casi ciento cuarenta mil. Los teóricos conspirativos dirán ahora que el monstruoso Trump se había propuesto no solamente lanzar un ataque viral a su rival comunista, sino que también deseaba hacer una depuración darwinista en su propio país.

El virus Covid-19 tiene esta versión que puede inspirar una novela negra o un filme de ciencia ficción.

Pintado en la Pared No. 208

  
      

Seguidores