Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 12 de julio de 2020

Ciencia y política en tiempos de pandemia (3)


 ¿La pandemia de la Covid 19 tiene responsables? Digamos que sí hay responsabilidades compartidas por políticos, por científicos, por países. Algunos políticos son responsables porque tomaron malas decisiones o ninguna cuando era necesario escuchar las advertencias científicas de fines del siglo pasado. Algunos científicos son responsables porque menospreciaron la importancia de ciertas áreas de estudio, sobre todo en asuntos relacionados con salud pública y con seguimiento a la evolución de las enfermedades zoonóticas. Algunos países tienen el mayor peso de la responsabilidad por las prácticas de depredación de los recursos naturales, por la hiper-industrialización en la producción de alimentos basados en la reproducción masiva de determinadas especies de animales. Esa repartición de responsabilidades debería ser premisa para replantear modelos económicos y proponer una nueva relación entre hombre y naturaleza.

Pero luego de provocada la pandemia se vuelve apremiante tratar de mitigar su impacto en muertes, en empobrecimiento, en desempleo y en exacerbación de las desigualdades económicas y sociales. Muchos gobernantes y científicos podrán decir que no fueron responsables de la actual pandemia, pero no podrán negar ahora que sí son responsables de las estrategias que adopten para evitar el máximo de daños en la salud pública y en el bienestar común de cada sociedad. En este punto también se vuelven importantes las buenas intenciones, las previsiones y decisiones acertadas de políticos y científicos. 

En Colombia no hubo decisiones acertadas en el control de la pandemia ni en la prevención de las consecuencias sociales y económicas del confinamiento. No hubo diagnósticos ni pronósticos que permitieran determinar con precisión cuándo debía iniciarse y cuándo debía terminar una cuarentena general rigurosa; en este aspecto fallaron los epidemiólogos y la ciencia médica que no tuvo ni la información ni los criterios para definir una estrategia de desaceleración de los contagios. Hoy estamos ante la incertidumbre de no saber cuándo, en definitiva, será el pico de la pandemia en nuestro país. Sólo está claro que nos esperan dos o más meses muy sombríos en cifras de contagios y muertes. Y a eso se añade que el gobierno de Iván Duque no tomó las medidas sociales y económicas apropiadas para evitar la pérdida abrumadora del empleo. Sus decisiones acrecentaron la crisis de una economía que, según expertos, venía mal desde antes de la pandemia. El presidente prefirió entregarles dinero a los bancos y no a la gente que iba a quedar expuesta al bajonazo de salarios y al cierre de empresas.

Parece imponerse una apremiante rectificación del modelo económico que contemple evitar el ahondamiento de las desigualdades y que obligue a que los grandes capitales hagan el mayor esfuerzo en la repartición de recursos mediante unas nuevas reglas de tributación. Pero eso podrán decirlo algunos expertos en macroeconomía y otros científicos sociales, pero quienes están obligados a salir de sus dogmas neoliberales son aquellos que acompañan y asesoran a un presidente inexperto y timorato que obedece las consignas de los sectores políticos más autoritarios y retardatarios del país. Tal vez sea de nuevo la movilización social, como sucedió a fines del 2019, la que desafíe no solamente los riesgos mortales de la pandemia, sino además la mezquindad de un gobierno que parece dispuesto a arrastrarnos a un desastre económico y social mucho peor de lo que ya es para millones de colombianos.

Pintado en la Pared No. 214.

viernes, 3 de julio de 2020

Ciencia y política en tiempos de pandemia (2)


La pandemia volvió a la ciencia indispensable para tomar decisiones de gobierno. Incluso aquellos jefes de Estado más escépticos e irresponsables han tenido que aceptar, aunque sea a regañadientes, la asesoría de epidemiólogos. La pandemia les devolvió protagonismo a las ciencias de la salud y puso en debate las políticas de salud pública; los jefes de la función ejecutiva, a todo nivel, han recurrido a los diagnósticos y pronósticos de profesionales de diversas áreas de las ciencias de la salud. Y no sólo han recurrido a médicos y especialistas en infecciones y virus, también ha sido necesario acudir a psicólogos, sociólogos, antropólogos, historiadores. ¿Por qué? Porque la pandemia del coronavirus ha impactado a la salud pública, a la economía, a la vida cotidiana, a las relaciones entre gobernantes y la sociedad, a los vínculos entre la población y las instituciones. En fin, el mazazo de la pandemia ha movilizado, según los casos, la precaria o sofisticada maquinaria estatal de cada país.    

Es muy posible que muchas buenas o malas decisiones de los gobiernos hayan sido tomadas con base en los cálculos acertados o fallidos de los epidemiólogos, porque, entre otras cosas, la ciencia misma ha tenido que reconocer que nos enfrentamos ante un enemigo diminuto pero desconocido. Así como hay reparos sobre la lentitud o la displicencia o la hostilidad con que algunos presidentes de países asumieron la expansión de la Covid-19, también hay críticas por cuarentenas mal sincronizadas, tomadas con apuro, sin medir correctamente qué etapa de crecimiento de los contagios se estaba viviendo.

Los economistas, acostumbrados a imponer sus modelos y reformas, a reinar en el control de los procesos de intercambio del mercado global, han sido relativizados en sus funciones por las advertencias provenientes de la medicina. Eso ha implicado una relación improvisada, obligada por las circunstancias que ha provocado tensiones y enfrentamientos. La decisión de estrictas cuarentenas que redujeron la movilidad ciudadana ha sido motivo de discusión en torno a la restricción de libertades, a la vulneración de derechos, al detenimiento abrupto de las actividades económicas, a la pérdida masiva del empleo.

Ahora, en muchos países, no sólo preocupa el virus, a eso se agregan las consecuencias de toda índole de la cuarentena. Los Estados mejor dotados con sistemas de salud pública supieron afrontar los desastres económicos de sus cuarentenas, repartieron recursos a los hospitales, otorgaron remuneración adicional al personal de la salud, subsidiaron a las pequeñas y medianas empresas, mitigaron con un salario básico la incertidumbre de los trabajadores. En otros países, como el nuestro, el Estado no estuvo dotado de un sistema de salud pública y no pudo satisfacer demandas elementales de los hospitales y sus trabajadores siguen laborando en condiciones precarias de bioseguridad; tampoco contó con bases de datos confiables que permitiese establecer con certeza y rapidez quiénes eran y dónde estaban los sectores sociales más pobres. Por eso, en el balance de estos días quedó en evidencia que un 80 % de la población económicamente “vulnerable” no recibió ningún tipo de ayuda; en este punto falló la ciencia estadística y sus técnicas de medición y localización de la pobreza. Allí hay una discusión inaplazable que permita recomponer los criterios de definición socio-económica de los grupos poblacionales en aras de la equidad y la justicia; en esa recomposición de criterios tendrán que intervenir profesionales del trabajo social, de la sociología y de la antropología, por lo menos.

La cuarentena fue un esfuerzo colectivo basado en la confianza; pero hubo una población que hizo un sacrificio mayor que otros sectores de la sociedad, se trata de aquellos que afrontaron la cuarentena en condiciones de penuria económica. El Estado colombiano debió actuar con reciprocidad en ese gesto de apoyo colectivo a una medida tan drástica en términos de bienestar económico. La pobreza y la informalidad tuvieron que salir a la calle a desafiar las restricciones policivas y al mismo virus, porque tenían que resolver de modo apremiante lo que el Estado no les ayudó a resolver en los días de confinamiento. Eso lo resumió la gente del pueblo en una frase contundente: “Preferimos morir por el virus que morir por hambre”.

Ahora viene un desafío enorme para un Estado insuficiente como el nuestro; si el señor presidente Duque toma unas cuantas buenas decisiones, sabrá asesorarse para que aquellos que más han perdido en estos tiempos de pandemia recuperen sus empleos, sus empresas, su dignidad social y económica. Las soluciones no saldrán ni exclusiva ni principalmente del ministerio de Hacienda o de la ciencia farmacéutica, sino más bien de una visión multidisciplinaria de las dificultades por venir. 

Pintado en la Pared No. 213.

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