Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

viernes, 3 de julio de 2020

Ciencia y política en tiempos de pandemia (2)


La pandemia volvió a la ciencia indispensable para tomar decisiones de gobierno. Incluso aquellos jefes de Estado más escépticos e irresponsables han tenido que aceptar, aunque sea a regañadientes, la asesoría de epidemiólogos. La pandemia les devolvió protagonismo a las ciencias de la salud y puso en debate las políticas de salud pública; los jefes de la función ejecutiva, a todo nivel, han recurrido a los diagnósticos y pronósticos de profesionales de diversas áreas de las ciencias de la salud. Y no sólo han recurrido a médicos y especialistas en infecciones y virus, también ha sido necesario acudir a psicólogos, sociólogos, antropólogos, historiadores. ¿Por qué? Porque la pandemia del coronavirus ha impactado a la salud pública, a la economía, a la vida cotidiana, a las relaciones entre gobernantes y la sociedad, a los vínculos entre la población y las instituciones. En fin, el mazazo de la pandemia ha movilizado, según los casos, la precaria o sofisticada maquinaria estatal de cada país.    

Es muy posible que muchas buenas o malas decisiones de los gobiernos hayan sido tomadas con base en los cálculos acertados o fallidos de los epidemiólogos, porque, entre otras cosas, la ciencia misma ha tenido que reconocer que nos enfrentamos ante un enemigo diminuto pero desconocido. Así como hay reparos sobre la lentitud o la displicencia o la hostilidad con que algunos presidentes de países asumieron la expansión de la Covid-19, también hay críticas por cuarentenas mal sincronizadas, tomadas con apuro, sin medir correctamente qué etapa de crecimiento de los contagios se estaba viviendo.

Los economistas, acostumbrados a imponer sus modelos y reformas, a reinar en el control de los procesos de intercambio del mercado global, han sido relativizados en sus funciones por las advertencias provenientes de la medicina. Eso ha implicado una relación improvisada, obligada por las circunstancias que ha provocado tensiones y enfrentamientos. La decisión de estrictas cuarentenas que redujeron la movilidad ciudadana ha sido motivo de discusión en torno a la restricción de libertades, a la vulneración de derechos, al detenimiento abrupto de las actividades económicas, a la pérdida masiva del empleo.

Ahora, en muchos países, no sólo preocupa el virus, a eso se agregan las consecuencias de toda índole de la cuarentena. Los Estados mejor dotados con sistemas de salud pública supieron afrontar los desastres económicos de sus cuarentenas, repartieron recursos a los hospitales, otorgaron remuneración adicional al personal de la salud, subsidiaron a las pequeñas y medianas empresas, mitigaron con un salario básico la incertidumbre de los trabajadores. En otros países, como el nuestro, el Estado no estuvo dotado de un sistema de salud pública y no pudo satisfacer demandas elementales de los hospitales y sus trabajadores siguen laborando en condiciones precarias de bioseguridad; tampoco contó con bases de datos confiables que permitiese establecer con certeza y rapidez quiénes eran y dónde estaban los sectores sociales más pobres. Por eso, en el balance de estos días quedó en evidencia que un 80 % de la población económicamente “vulnerable” no recibió ningún tipo de ayuda; en este punto falló la ciencia estadística y sus técnicas de medición y localización de la pobreza. Allí hay una discusión inaplazable que permita recomponer los criterios de definición socio-económica de los grupos poblacionales en aras de la equidad y la justicia; en esa recomposición de criterios tendrán que intervenir profesionales del trabajo social, de la sociología y de la antropología, por lo menos.

La cuarentena fue un esfuerzo colectivo basado en la confianza; pero hubo una población que hizo un sacrificio mayor que otros sectores de la sociedad, se trata de aquellos que afrontaron la cuarentena en condiciones de penuria económica. El Estado colombiano debió actuar con reciprocidad en ese gesto de apoyo colectivo a una medida tan drástica en términos de bienestar económico. La pobreza y la informalidad tuvieron que salir a la calle a desafiar las restricciones policivas y al mismo virus, porque tenían que resolver de modo apremiante lo que el Estado no les ayudó a resolver en los días de confinamiento. Eso lo resumió la gente del pueblo en una frase contundente: “Preferimos morir por el virus que morir por hambre”.

Ahora viene un desafío enorme para un Estado insuficiente como el nuestro; si el señor presidente Duque toma unas cuantas buenas decisiones, sabrá asesorarse para que aquellos que más han perdido en estos tiempos de pandemia recuperen sus empleos, sus empresas, su dignidad social y económica. Las soluciones no saldrán ni exclusiva ni principalmente del ministerio de Hacienda o de la ciencia farmacéutica, sino más bien de una visión multidisciplinaria de las dificultades por venir. 

Pintado en la Pared No. 213.

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