Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

jueves, 30 de marzo de 2023

Pintado en la Pared No. 282

 

La experiencia electoral colombiana

Nhora Patricia Palacios Trujillo. La elección de la República. Historia del sufragio en Colombia entre 1809 y 1838, Bogotá, Editorial Universidad del Rosario, 2022.

Por fin, en la historiografía colombiana vuelve a aparecer un estudio concentrado en el examen de la experiencia electoral. Ha sido muy curioso el descuido del tema electoral, porque la documentación en archivos es abundante, porque las elecciones han sido una práctica constante y muy productiva en conflictos en la vida pública. El descuido o abandono del tema ha sido una consecuencia de la muy mediocre profesionalización de la ciencia histórica en nuestro país. Pero, bien, por fin estamos ante un estudio bien sustentado que le da bríos a un área de investigación que merece volverse una línea constante en la historiografía política colombiana.

La historiadora Nhora Patricia Palacios ha publicado los resultados de su tesis doctoral en Francia en que estudia “todo el proceso electoral”. La primera gran contribución del libro es el periodo estudiado, 1809-1838, un periodo complejo por lo creativo y, sobre todo, porque señala un momento inaugural del funcionamiento del sistema electoral, cuando la imaginación política de aquellos años buscaba la cimentación de un nuevo orden luego de la liberación del dominio español.

Con acierto, la historiadora Palacios vislumbra unas tres etapas más o menos bien definidas. La primera, de 1810 a 1815, incipiente pero rica en discusiones acerca de la legitimidad y legalidad de los procedimientos de representación de la voluntad soberana del pueblo. La segunda, entre 1818 y 1832, un momento híbrido, de tránsito entre prácticas electorales de antiguo régimen y tentativas de asentar una ciudadanía moderna. Y la última, entre 1832 y 1838, de una supuesta modernización o, mejor, democratización del sistema electoral que amplió la participación electoral y les dio importancia a las parroquias (distritos o municipios, luego) en la vida electoral.

Entre las certezas bien documentadas de esta historia destaco la temprana, casi natural inclinación, del personal político de entonces por el sistema de representación política. La autora no lo dice así, pero deja suponer que esos criollos de los primeros decenios republicanos confiscaron rápidamente la soberanía del pueblo y fijaron los principios de una ciudadanía capacitaría con la eficaz distinción entre ciudadanía activa –la de electores y elegibles- y la ciudadanía pasiva. En todo caso, el miedo al número, el miedo al pueblo, activó un sistema de selección de una minoría capacitada para el ejercicio electoral.

También, muy claramente, la autora constata que hubo una transición de valores en las prácticas electorales. Por lo menos hasta inicios de la década 1830 prevaleció un sistema de elecciones anclado en el protagonismo de las familias ricas de provincias, en apellidos que habían sido dominantes en los antiguos cabildos. Es a partir de 1832, con un nuevo código, que hubo un aumento significativo de los participantes en el proceso electoral y en que se afianzó la importancia básica de la parroquia. Y alcanza a sugerir que desde ese momento asoma una sociabilidad política propia de la despiadada competición por el voto.

Cuando Palacios anuncia desde las primeras páginas que va a examinar “todo el proceso electoral”, creo que asume un grueso compromiso ante sus lectores. Considero que el libro colma esa expectativa creada. A la autora le preocupó mostrar el preludio, el durante y el desenlace de las elecciones, especialmente en los decenios 1820 y 1830. Eso quiere decir que su estudio se detuvo en el ardor de las pasiones en las campañas, pasó por la jornada que se depositaba el voto y llegó a las incertidumbres del escrutinio. Lograr esa extensión en su análisis fue posible a su esmerada labor en los archivos colombianos.

En los decenios que estudia funcionó un sistema electoral piramidal, indirecto que hizo prevalecer una división del trabajo en la sociedad; aquellos que podían elegir y ser elegibles, aquellos que apenas lo primero, aquellos que ni lo uno ni lo otro. Fue el tiempo de la consolidación de personal político casi profesional que cierta literatura que circuló en esos años supo recrearlo; a eso se añadió la eclosión de una sociabilidad representativa de grupos de individuos interesados en el acceso al control del Estado. Y, por supuesto, de enfrentamientos entre esos grupos que el resultado electoral no lograba suavizar. Todo eso aparece bien explicado en este libro novedoso.

Hay, sin embargo, defectos de estilo, errores de una edición descuidada por pasajes. Se nota demasiado que hubo una traducción apresurada del francés al español. Destaquemos, de paso, que esta es la versión en español de la tesis doctoral que presentó Palacios Trujillo en París bajo la dirección del profesor Patrice Gueniffey, toda una autoridad en la historia de las elecciones en el proceso de afirmación de las repúblicas.

Esperemos que esta novedad bibliográfica se vuelva lectura indispensable en las universidades colombianas.

domingo, 26 de marzo de 2023

Pintado en la Pared No. 281

 Primer periodo: Ilustración moderada y emergencia del nuevo orden republicano.

 

El archivo.

Un lector fiel y atento me ha peguntado cuál es el archivo del primer periodo que recientemente he esbozado aquí de una pretendida historia del pensamiento. La pregunta exige que enuncie con alguna precisión cuáles pueden ser los autores y obras que pueden ayudarnos a reconstituir los aportes al pensamiento latinoamericano en un periodo de tránsito del antiguo régimen monárquico a la instalación de las repúblicas bajo las coordenadas genéricas de un sistema político representativo. Sin ánimo de ser exhaustivos, podemos esbozar un corpus documental básico.

Un primer conjunto documental lo hallamos en las memorias científicas del personal criollo ilustrado que tuvo protagonismo durante las reformas administrativas borbónicas. Los ingenieros, geógrafos, botánicos, físicos que recorrieron los territorios político-administrativos de capitanías y virreinatos, algunos de ellos siendo al tiempo sacerdotes católicos, científicos y funcionarios sometidos a las autoridades españolas. En la segunda mitad del siglo XVIII hispanoamericano, esos individuos renovaron relativamente la enseñanza de las ciencias naturales y la filosofía en las universidades o colegios de aquel tiempo; en el caso de Nueva España, podríamos pensar en Joseph Antonio de Alzate y Juan Benito Díaz de Gamarra. Para Perú, Hipólito Unanue y José Baquijano y Carrillo.

En la transición revolucionaria, algunos de esos proto-científicos de fines del siglo XIX devinieron pensadores del nuevo orden republicano; su pensamiento fue una hibridación de fórmulas del antiguo régimen con preocupaciones por la legitimación de las tesis de la soberanía fundada en la voluntad del pueblo. A esa transición pertenecen José Joaquín Fernández de Lizardi, en Nueva España; Antonio Nariño y Miguel de Pombo en Nueva Granada; Mariano Moreno en Río de la Plata. Algunas publicaciones periódicas surgidas entre 1808 y 1820 son tan importantes para el investigador como algunos nombres propios; pienso en la Gaceta de Buenos Aires, la Gaceta de Caracas, El Argos de la Nueva Granada, entre muchos otros títulos de prensa.

En el proceso de consolidación de la independencia y la formación de instituciones republicanas, deberíamos tener en cuenta las obras de José María Luis Mora para México, Francisco Javier Yanes para Nueva Granada y Venezuela. Más claramente, entre los decenios 1820 y 1830 es indispensable detenerse en aquellos que quisieron hacer innovaciones en los derechos penal y administrativo, muchos de ellos bajo el influjo del utilitarismo de Jeremy Bentham. Pienso, por ejemplo, en Pedro Alcántara de Somellera en Argentina, Ezequiel Rojas y Florentino González en Colombia.

Pero me atrevo a sugerir que hay, además, una documentación preciosa poco aprovechada que proviene de los archivos de colegios y universidades de los decenios 1820 y 1830. Se trata de los programas de cursos y certámenes de las carreras de Derecho de esa época; allí suelen aparecer esquemática pero nítidamente enunciadas las corrientes filosóficas y las obras que estuvieron en el centro de la enseñanza y del debate público en torno a la construcción del Estado republicano. En esos años se había vuelto apremiante enseñar la “ciencia de gobierno” plasmada en las áreas del derecho constitucional, administrativo y penal. Allí hay, entonces, una veta documental digna de mejor uso para reconstituir posiciones en esas discusiones. Acudir a ella puede librarnos de reproducir lugares comunes en la historia del pensamiento latinoamericano de este periodo. 

domingo, 12 de marzo de 2023

Pintado en la Pared No. 280

 (continuación de Apuntes para una historia del pensamiento latinoamericano).

Primer periodo: Ilustración moderada y emergencia del nuevo orden republicano.

Este periodo cubre cronológicamente, y con las variantes de cada lugar específico, de 1750 a 1830, y comprende tres momentos discursivos que ya hemos descrito (ver Pintado en la Pared Nos. 269, 271,273). Inicia con lo que fue la recepción moderada de la Ilustración mediante el filtro de España. Científicos y escritores vasallos de la Corona española exhibieron la voluntad de participar de las tareas organizativas del reformismo borbón, aportaron sus conocimientos, basados en “las ciencias útiles”, acerca de la población y el territorio. En este primer momento, determinadas ciencias contribuyeron a las labores de gobierno; en tal sentido, las ciencias fueron instrumento político de la monarquía. En esa condición, el criollo ilustrado cumplió una labor subordinada y logró discutir con algunas teorías sobre el mundo natural y social; especialmente interesante fue el debate con el determinismo climático de Montesquieu.

Ese criollo ilustrado fue, en la coyuntura de la crisis monárquica, especialmente entre 1808 y 1814, el nuevo agente político, principal beneficiario de las mutaciones políticas de aquella coyuntura. Su desplazamiento de las ciencias útiles a las teorías de gobierno estuvo nutrido por su conocimiento del pensamiento político de Grecia y Roma, de autores del mundo anglosajón mediante el filtro de la experiencia revolucionaria de Estados Unidos y del pensamiento político francés, especialmente Montesquieu, Rousseau, Sieyès y Constant. En esta etapa se impone la propuesta de una república basada en la representación política, en una soberanía del pueblo delegada en los supuestos representantes genuinos de la voluntad popular.

Este primer periodo cierra con la estabilización de un Estado que ha construido su propia codificación en señal de ruptura definitiva con los remanentes de la legislación española. La lectura de Bentham, de los empiristas ingleses y franceses contribuyó a fijar la racionalidad de un Estado moderno regido por una ciencia constitucional y una ciencia administrativa. En este punto de la historia, el abogado se ha erigido en el baluarte de la transformación jurídica del Estado, en el principal receptor de los postulados modernizadores de los teóricos de la legislación.

La política, en este momento, devino ciencia con sus métodos de indagación aplicados al cuerpo social. Y es posible que estemos ante un paso seminal de las ciencias del hombre, inspiradas por la lectura por el grupo de los ideólogos, intelectuales franceses provenientes de diversas ciencias que impulsaron el conocimiento del hombre. Con ese influjo, en los claustros universitarios del sur de América fueron leídos el Traité de législation de Francois-Charles Comté, los varios tomos de Éléments d`idéologie de Destutt de Tracy, los Principios de moral y legislación de Jeremy Bentham. Al lado de ellos, las obras de Charles-Jean Bonnin, Helvetius, Maine de Biran, Cabanis y Broussais.

Con un Estado relativamente organizado en su codificación, emergió la necesidad consecuente de salir a conocer su dominio, de estudiar el territorio y la población. Cuando el Estado intenta conocer la nación que debe gobernar, estamos ad portas de un nuevo periodo.

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