Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 13 de junio de 2021

Memoria de la peste


Un país históricamente bloqueado

Pintado en la Pared No. 232.

 

La sociedad colombiana ha vivido bloqueada durante más de treinta años. Lo que ha venido sucediendo en los dos últimos meses en Colombia es el resultado de una acumulación histórica de bloqueos, de frustraciones que han provocado la irrupción, casi volcánica, de múltiples movimientos sociales que desde hace muchos años han estado tratando de desbloquear un régimen político cerrado, hostil.

Es poco serio y honesto atribuir esta heterogénea protesta callejera a la locuacidad de Gustavo Petro o a los dineros de las disidencias de las antiguas Farc o al influjo venezolano; tampoco es serio y honesto pensar que los manifestantes son milicias con una disciplinada organización militar dispuesta a dar un golpe de estado o que el máximo propósito de todo esto es tumbar al presidente Duque. Todas esas afirmaciones delirantes son muy útiles para aquellos que quieren banalizar o desprestigiar las raíces de la protesta social; también lo son para aquellos que quieren atizar la reacción armada en contra de las manifestaciones pacíficas. Todas esas formas delirantes de explicar las causas, las motivaciones y los agentes provienen de publicistas muy degradados cuya capacidad de engaño y distracción, en estos tiempos de las redes sociales, es desafortunadamente muy grande. Una especie de delincuencia organizada de la desinformación asedia cualquier tentativa de interpretar esta difícil coyuntura colombiana.

El gobierno Duque ha puesto como condición de un pre-acuerdo, antes de iniciar cualquier negociación con el comité del paro, el levantamiento de todos los desbloqueos que habían paralizado la economía en el último mes; las “gentes de bien” (una categoría de muy dudoso valor en estos días) y los empresarios clamaban por dejar mover por las carreteras del país sus jugosos negocios. Aceptemos que esos bloqueos han atentado contra la salud y la vida de mucha gente humilde que requería recibir con urgencia un servicio hospitalario y que muchos pequeños comerciantes han sido arruinados por las barricadas en las carreteras y en las calles de las ciudades. Sin embargo, estos bloqueos son algo episódico, circunstancial y mucho menos pérfidos que los bloqueos históricos que ha padecido la sociedad colombiana por varias décadas. Caerán los actuales bloqueos, pero seguirán los bloqueos propios de un régimen político que ha impedido que la sociedad colombiana disfrute plenamente sus derechos a la vida, a la paz, a la salud, a la educación, al empleo.

Este paro es la convergencia de múltiples movimientos sociales con sus historias particulares; convergencia provocada por la incapacidad del gobierno Duque para sentir los padecimientos cotidianos del pueblo colombiano; si Duque y su gabinete ministerial hubiesen sido sensibles ante los ruidos de la calle, habría evitado este desborde popular o al menos lo habría postergado. Un ministro de Hacienda que ignoraba el precio del huevo -un elemento que para la gente pobre del país  (21 millones de habitantes) es la única proteína importante en su alimentación diaria- es el más patético testimonio de la brecha que separa en Colombia a una clase dirigente, cuya única gran preocupación es mimar la inversión extranjera, de las carencias básicas de los sectores populares. Haber presentado un proyecto de reforma tributaria en medio del aumento de la pobreza, del crecimiento desempleo juvenil y de la caída de los ingresos de la clase media es triste ejemplo de la insensibilidad y arrogancia del gobierno de Iván Duque.

Y si esos movimientos sociales, tan distintos, han coincidido en las protestas callejeras que iniciaron el 28 de abril, es porque la magnitud de los problemas acumulados es muy grande como para despreciarla. La raíz de las masivas movilizaciones de agentes sociales y étnicos tan diversos se halla, en muy buena medida, en un régimen político bloqueado que desde hace mucho rato perdió conexión con las aspiraciones ciudadanas. Los jóvenes de orígenes populares tienen bloqueado el acceso a la educación superior de calidad. Las mujeres siguen bloqueadas para actuar libremente sobre sus mentes y sus cuerpos, porque sigue encima de ellas la cerrazón del Estado, de la religión y del machismo. Los artistas e intelectuales llevan varias décadas bloqueados en el acceso a recursos para financiar sus actividades de creación e investigación, porque el control de las burocracias del ministerio de la cultura y de la ciencia y la tecnología sigue en manos de políticos que ignoran las prioridades en el arte, en la ciencia y en la educación. La mayoría de los colombianos sigue sin tener acceso al sistema de salud de calidad, sin acceso a medicamentos baratos, a tratamientos con especialistas. El sistema bancario sigue cerrado para la ciudadanía; sus clientes le aportamos recursos en cada transacción (verbigracia, el impuesto del 4 por mil), pero los bancos han sido despiadados con aquellos que no han podido cumplir con el pago de onerosos créditos. Los jóvenes profesionales tienen cerrado desde hace muchos años el acceso a empleos bien remunerados; esos jóvenes, en tal condición, no tienen el derecho a soñar con un futuro de bienestar porque sus empleos son de bajos salarios y contratación inestable. En suma, son muchos los bloqueos persistentes que han agobiado a la sociedad colombiana cuyo detonante fue el gesto despectivo y ramplón de un gobierno que no ha sabido, ni sabrá, sintonizarse con las necesidades de ciudadano común.  

La sociedad colombiana lleva varios decenios atascada. Varias generaciones hemos vivido frustraciones enormes, como el genocidio de la Unión Patriótica en la década 1980; presenciamos los magnicidios de Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro León-Gómez, Bernardo Jaramillo Ossa y con ellos se fueron las pocas ilusiones de cambio. Quienes éramos estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia, en 1984, vimos cómo para sabotear las negociaciones entre el movimiento guerrillero M-19 y el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986) cerraron casi un año el campus y eliminaron los servicios de restaurantes y de residencias estudiantiles; desde entonces, la principal universidad pública colombiana dejó de ser universidad para los jóvenes de las provincias y regiones lejanas del país. Más recientemente asistimos a la eliminación sistemática de guerrilleros desmovilizados, de líderes y lideresas sociales, de dirigentes ambientalistas protectores de nuestra biodiversidad, de miembros de las comunidades indígenas. Las ambiciones de inversionistas extranjeros, de transnacionales que pretenden el control de territorios ricos en minerales y en agua han impuesto a sangre y fuego sus lógicas de depredación y lucro sobre nuestra nación con la connivencia de legisladores y ministros. La sociedad colombiana ha estado obstruida violentamente por mucho tiempo; sobre ella se ha impuesto la violación sistemática de los derechos humanos, la clausura de cualquier posibilidad de una vida digna para la población, el despojo armado, el destierro, la desaparición forzada.

Podemos seguir con el largo inventario de bloqueos históricos; por algo este país ha logrado ser el segundo país más desigual de un continente que es la región más desigual del mundo. Para lograrlo no ha necesitado los empujones ficticios del “castro-chavismo”; Colombia está bloqueada desde antes de que el coronel Hugo Chávez asumiera el poder en Venezuela. Ante esos bloqueos, las barricadas de hoy son hechos menores y hasta fáciles de resolver porque las gentes inmiscuidas en esos puntos de resistencia piden cosas muy elementales: vida, educación, salud, derechos fundamentales consagrados en la Constitución política de 1991. Pero este gobierno es incapaz de comprometerse con satisfacer las peticiones de esos pequeños bloqueos y tampoco podrá, por supuesto, con los grandes bloqueos que arrastramos por largas décadas.

Agradezcan, agradezcamos que la sociedad colombiana ha sido demasiado paciente hasta ahora, cuando la sacudió la indignación por el precio ignorado de un huevo.

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