Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

martes, 27 de septiembre de 2016

Pintado en la pared No. 147

Bienvenida la incertidumbre

En examen muy lúcido, el profesor de Filosofía de la Universidad del Valle, Delfín Grueso, dice que el acuerdo entre el gobierno Santos y las Farc-Ep fue el triunfo de la política. La letra menuda e ilegible de ese acuerdo es, ahora, lo menos importante. Lo importante es que dos enemigos largamente confrontados hayan acordado el fin del conflicto, la dejación de las armas y la entrada en una nueva etapa de la vida pública. Es cierto, será una etapa incierta, imprevisible, llena de novedosas tensiones, pero basada en la rara apuesta de hacer uso de las formas persuasivas de la política, con sus bondades y perversiones.
No ganó el gobierno, no ganó el Estado, no ganó la guerrilla, todos negociaron y concedieron algo para darle fin a un largo conflicto que ha dejado tanta muerte, tanta herida, tanto dolor. Nadie quedó completamente satisfecho, nadie ganó ni perdió del todo; aunque creo que la guerrilla fue la vencida. Viéndolo bien, su proyecto revolucionario estuvo basado en el dogma de la lucha armada como la forma superior de lucha, así que entregar las armas y tratar de adaptarse a la vida civil y a las prácticas de la democracia representativa me parece una gran claudicación.
Vamos a comenzar a vivir tiempos de transición; a los historiadores nos encanta narrar esos momentos. Pero esta vez, en vez de narrarlos, vamos a vivirlos. Son tiempos de mezclas, de mutaciones, de cosas inesperadas. Vamos a empezar a vivir la continuidad política de la guerra o, como dijo Michel Foucault, tenemos que dedicarnos a “descifrar la guerra” que habrá debajo de la paz. El escepticismo puede ser, en adelante, el mejor antídoto de cualquier desastre. No hay que ilusionarse con el porvenir, pero tampoco creer que se avecinan tiempos peores. Una cosa es cierta, un grupo armado se desmoviliza y eso es un alivio para muchas gentes de Colombia, pero muchos conflictos perviven y se agudizarán. No hay paraíso a la vuelta de la esquina, y menos una revolución como las que soñamos en nuestras militancias despreciadas.
Por ejemplo, las carencias estructurales del Estado colombiano quedarán al desnudo. Quizás se haga notorio, entonces, que la reconstrucción estatal sea una de las tareas prioritarias. En la búsqueda de las causas del conflicto armado colombiano, la condición históricamente precaria del Estado se ha impuesto como uno de los factores más evidentes. Desaparecida la excusa de la guerra contra un enemigo interno, queda expuesto el Estado colombiano con todas sus miserias: su escasa majestad, su limitado poder simbólico, su débil capacidad para servir de árbitro ante la sociedad, su carencia de proyectos a largo plazo, su dificultad para garantizar la soberanía territorial. No es la repetida idea del Estado fallido, porque algo se ha construido, porque algo hemos podido ser gracias a instituciones como las universidades públicas; se trata de una labor reconstructiva que no sabemos aún ni cómo ni quiénes podrán realizarla. Un Estado que haga cambiar la sociedad, pero también una sociedad que pueda cambiar el Estado.

Como lo supo decir el profesor Grueso, el acuerdo de La Habana pone término a algo y le da inicio a otra cosa. Sabemos más o menos bien qué terminó, la lección ha sido despiadada, como en los lúgubres relatos de Kafka; pero no sabemos mucho acerca de lo que vendrá. Entre todos haremos algo que no le gustará a nadie; esa es la bendita historia política de cualquier lugar del mundo.

sábado, 24 de septiembre de 2016

Pintado en la Pared No. 146

National Museum of African American History and Culture

Estados Unidos vive sus paradojas; el gobierno del racialmente híbrido Barack Obama parecía la mejor esperanza para la golpeada población afroamericana. Sin embargo, durante su lapso presidencial se incrementó el crimen policial contra la gente negra. En el exterior, el alicaído imperio norteamericano ha sido varias veces burlado por el cinismo de Vladimir Putin, todopoderoso en el este de Europa y con influjo perverso sobre zonas geoestratégicas de África y Asia. Obama se despide dejando la impronta de un gobierno internamente muy débil, a pesar de la voluntad risueña y democratizadora del presidente mulato.
En estos días pre-electorales se han juntado vida y muerte, eros y tanatos, en la convulsa vida pública de Estados Unidos. Los intelectuales afroamericanos se regocijan de un sueño hecho realidad institucional, acaba de inaugurarse el National Museum of African American History and Culture. La tierra de Franklin Frazier, Louis Armstrong, George Gershwin, Martin Luther King, Claude Colvin, Nina Simone, Angela Davies,  Aretha Flanklin y de tantos otros activistas, pensadores, artistas y deportistas con vínculos afrodescendientes que han dejado huella universal, esa tierra que ha expoliado, masacrado y discriminado la sociedad negra esclavizada celebra hoy la inauguración de un museo. No es solamente el triunfo de la perseverancia intelectual de las comunidades afrodescendientes y sus organizaciones, es cierto. También ha participado en este logro las demás diversidades étnicas, sociales y religiosas de ese país.
Buena parte de la historia cruenta, segregacionista y racista del Estados Unidos contemporáneo está encerrada en piezas, instrumentos, dispositivos que evocan los tiempos lúgubres del Ku Klux Klan o las confrontaciones callejeras en la lucha por los derechos civiles. Al lado de eso están aquellos elementos que informan de las tradiciones y legados africanos que le han dado colorido al continente americano: músicas, creencias, bailes, pinturas, palabras, todo ese inmenso repertorio de símbolos que han hecho, no sólo de Estados Unidos, un paisaje multi-étnico.
La historia larga y dolorosa que va desde la humillante esclavización, pasando por los hitos emancipadores, hasta la contradictoria consolidación de la población afro-descendiente en el esquema del capitalismo avanzado. Todo eso está relatado o, mejor, representado paso a paso en el naciente museo cuya construcción comenzó hace algo más de una década, en el gobierno de George W. Bush, y que hoy hace parte del corazón de Washington.

Sin embargo, esa celebración lleva su luto; otras muertes violentas de jóvenes negros perseguidos por agentes de la policía. Nuevos disturbios y las cifras de excesos policiales con la población negra se acrecienta como un dato vergonzoso de la historia reciente del país del norte. Regocijo y dolor, celebración y muerte. El museo de la historia y cultura afroamericanas tendrá que narrar, desde hoy, 24 de septiembre de 2016, el triste recuerdo del racismo institucional contemporáneo, a pesar de la buena voluntad del mulato Obama, el presidente que acaba de inaugurar el majestuoso edificio, “un sueño hecho realidad” para la gente negra de Estados Unidos. 

viernes, 9 de septiembre de 2016

Pintado en la pared No.145-La investigación en ciencias humanas (V)

El asedio externo

Hay un frecuente y a veces muy molesto asedio externo a la investigación en las ciencias humanas. En apariencia, es la sociedad, desde muy diversos flancos y con muy diversos intereses, que le pide a la institucionalidad científica que se ponga al día con las discusiones o dilemas de esa sociedad; esa es la apariencia, porque creo que, más bien, es una sociedad que quiere contar con la ciencia para dotar de sentido sus luchas cotidianas. Es decir, desea que la ciencia cumpla una función ancilar para determinados grupos organizados de la sociedad cuyos intereses van a un ritmo muy diferente de lo que las ciencias humanas hacen. La agenda del científico no puede ser la misma de la sociedad; puede coincidir parcial o generalmente, pero las ciencias humanas tienen su propia tradición, su propia discusión de objetos y problemas que no tienen por qué coincidir con la volubilidad de las coyunturas de discusión de una sociedad. Eso no es fácil de entender ni para los grupos sociales que invocan a cada rato una ciencia comprometida ni para los científicos que nos sentimos en muchas ocasiones arrastrados por el oleaje de las circunstancias.
Esa sincronía entre dilemas de la sociedad y dilemas de la ciencia no tiene por qué existir, no puede volverse una exigencia. Sin embargo, esa sincronía es cada vez una petición de varias partes que agobia la vida de las disciplinas científicas. ¿Las ciencias humanas tienen que estar prestas a resolver las encrucijadas del ahora? Digamos que no, de entrada. Digamos, más bien, que unas, más que otras, pueden tener esa disposición, pero en general la prioridad de las ciencias humanas no está en atender los llamados circunstanciales de la vida pública, del ahora. Para muchos, es cierto, esos llamados son cantos de sirena, momentos oportunos para hacer brillar un saber, para demostrar que aquello que sabemos es útil para la sociedad, entonces nos volvemos acuciosos consultores o asesores.
Sin embargo, el presente y sus dilemas no son la brújula de la investigación en las ciencias humanas, es una simple  derivación, una afortunada coincidencia que puede diluirse en la velocidad del instante. Luego hay que regresar y recluirse en el ritmo casi silencioso de nuestros sub-mundos disciplinares. Esto no es una oda a la hiper-especialización, pero es una advertencia para no distraernos y confundir lo urgente con lo prioritario. Las ciencias humanas no están hechas para resolver asuntos inmediatos que no están en la agenda de las experiencias y trayectorias disciplinares; están hechas para examinar y proponer soluciones a problemas estructurales de cualquier sociedad. Eso las hace más consistentes de lo que sus detractores creen. Las ciencias humanas y sociales son formas de conocimiento que han nacido y caminado con los procesos de formación de los Estados burocráticos modernos, han acompañado los complejos procesos de formación nacionales y en tal medida tienen un acumulado simbólico, unas tradiciones y unos legados que les permiten tener un horizonte de expectativa mucho más lejano que las meras coyunturas de debate público.
Hoy, por ejemplo, en la Colombia que pretende cerrar un ciclo de violencia política y comenzar una etapa nueva, las ciencias humanas y sociales emergen como una genuina alternativa en la preparación de agentes y acciones estatales para esa fase casi inédita de la historia pública colombiana. Eso obliga a acudir a los legados de cada ciencia, a lo que ellas han podido averiguar acerca de nuestra sociedad.

Es posible que las modulaciones del presente hagan exigencias dramáticas, pero no pueden llegar a sacudir lo que cada ciencia ha ido acumulando silenciosa y tranquilamente, porque ese legado es su consistencia, su fundamento, y eso no puede abandonarse fácilmente.  

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