Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

viernes, 13 de diciembre de 2019

Un poema





La vie

C´est la pluie qui tombe
Les feuilles mortes et les arbres nus
Un jardin fleuri, des enfants perdus
La grisaille après le soleil, la lumière suit la nuit
Le temps qui coule dans nos mains comme l´eau, comme le sable
La fenêtre fermée et l´horizon oublié   
Tout s´en va, tout revient
C´est la vie qui passe, c´est la mort qui nous dépasse.

Jeanne Akelelé (Paris, 2019)

jueves, 5 de diciembre de 2019

Hace falta Estado



 El Estado es un gran problema, sino el principal problema en el acertijo de lo que hoy padece Colombia. Algunos colegas creen que estudiar lo político es abrirle el campo a un temario variopinto, por no decir light, de ocupaciones y preocupaciones adendas que dudo que nos lleven al meollo del asunto. Sin embargo, el Estado, que no es un fantasma o una cosa exótica o un embeleco que no quiere decir nada es, como el ogro de los relatos infantiles, el gigante que nos devora. En el caso colombiano, la historia del Estado es completamente desconocida, aunque nos refiramos a él con frecuencia coloquial. Sabemos poco del Estado y si averiguásemos un poco, estoy seguro de que eso ayudará a comprender la acumulación de conflictos sin resolver y que brotan en la superficie de la sociedad, a veces de un modo explosivo.

El Estado colombiano ha sido, desde sus inicios republicanos, insuficiente, ruinoso, incompleto. La fundación de la república, luego de la separación española, estuvo hipotecada por la falta de recursos, por la deuda externa, especialmente con el imperio británico; cualquier sueño de una grandiosa nación americana se diluyó porque no había ni el dinero ni los individuos ni la formación de una burocracia racional, técnica y moderna para cumplir tareas de control de la población y del territorio. Desde la década de 1820 ya era imposible, para algunos dirigentes en apariencia esclarecidos, sostener un ejército, tampoco había recaudadores eficientes de impuestos, no había científicos para elaborar censos, estadísticas, mapas; tampoco ingenieros para hacer carreteras y, aún más, ni siquiera había manuales y reglamentos que dijeran cómo seleccionar a un empleado para la secretaría (denominación antigua para los ministerios) de Hacienda o para la de relaciones exteriores. El nacimiento estatal fue improvisado e incompleto, sobre la marcha, siempre tratando de responder a las afugias de cada circunstancia.  

Desde entonces, el Estado era incapaz de situarse en las fronteras territoriales y decir "aquí están las instituciones y los funcionarios que guían a la sociedad". Al contrario, la sociedad ha sido más móvil y rápida que el Estado, tanto que esa sociedad, en muchos puntos del mapa (hubo tardanza en tener mapas) colombiano, se acostumbró a vivir sin las normas que dicta el Estado. La iniciativa ha venido de los individuos, de la fuerza de las costumbres lugareñas con sus propias pautas de orden o de desorden y, luego, el Estado lejano y lento, que intenta enviar una abstracta idea de armonía.

En un libro muy sugerente y actual, Mauricio García Villegas examina las “raíces de nuestro desprecio por las reglas y el orden”; su búsqueda de una explicación histórica lo lleva a admitir que hemos tenido un “Estado endeble” que intenta envolver su debilidad en autoritarismo y, mientras tanto, hemos tenido una sociedad briosa, muy difícil de sujetar. Pero quizás la mayor debilidad de ese Estado que examina García reside en el ámbito simbólico, en su incapacidad para distribuir lenguajes de inclusión y de cohesión, de convivencia y legitimidad.  

Hoy se nota por todas partes la falta de lo que podríamos llamar una cultura estatal, una cultura del servicio público, de la eficiencia administrativa para cumplir propósitos que legitimen al Estado y le brinde confianza a la sociedad. Quienes llegan a los cargos de dirección del Estado no están imbuidos de nociones básicas de compromiso, piensan en el usufructo personal de un puesto público; llegar a cargos del Estado es una oportunidad de ascenso social o político o económico; ninguna idea elemental de bien común. Por eso el Estado no cumple fácilmente con lo que pacta y firma, está acostumbrado a fallarle a la sociedad; pero no podemos olvidar que aquello que hoy es el Estado está hecho de lo que somos como sociedad, y como tal hemos estado demasiado acostumbrados a sacar ventaja, en una especie de sálvese quien pueda.  Con esos principios como lemas de acción es muy difícil que el Estado, tal como es hoy, pueda garantizar memoria, justicia, verdad, reparación, inclusión, equidad, protección a desmovilizados de la guerrilla y a líderes sociales.

Tenemos, parece, mucha sociedad fragmentada en intereses diversos y un Estado insuficiente e impedido para saber entender las múltiples caras de la multitud. La tarea, por tanto, es ardua y ocupará varias generaciones.

(Mauricio García Villegas, El orden de la libertad, 2017).

Pintado en la Pared No. 206.

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