Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

lunes, 29 de mayo de 2023

Pintado en la Pared No. 288

 

Paradojas, parábolas, aforismos

 

Siguiendo algunas pistas hermenéuticas de Leo Strauss (Persécution et l´art d´écrire), mucho del qué de algo está dicho en el cómo. Buena parte de la historia del pensamiento está signada por asuntos de estilo, por formas de escritura. La escogencia de una forma de escritura es la selección de una estrategia argumentativa y, aún más, la manera de señalar una postura ante la vida, una relación del pensador o la pensadora con la sociedad. En el estudio de esas formas de escritura no hemos avanzado mucho, pero alcanzamos a intuir que ha habido periodos culturales marcados por unas retóricas de la argumentación.

En América latina hubo un punto de inflexión de la retórica argumentativa basada en el ensayo razonado, deductivo, en que predominó la autoridad del letrado iniciado en los discursos de las ciencias naturales y sociales. Ese punto de inflexión asomó con los primeros años del siglo XX, cuando los intelectuales –sobre todo los jóvenes- tuvieron contacto con las obras de Nietzsche y Schopenhauer, principalmente. La lectura provocativa y provocadora de esos autores les permitió comunicarse con una tradición de escritura fundada en el reto a los lectores que era una manera de expresar un conflicto entre el individuo creador y las ortodoxias dominantes en la sociedad. Esos intelectuales se percataron de una tradición aforística, irónica, que podría remontarse a Sócrates y Platón, pasar por el escepticismo de Montaigne, el anti-cartesianismo del Pascal de Les Pensées. Y a ellos podría sumarse el ateo Spinoza.

En esos autores, y otros más, la paradoja, la parábola y el aforismo cumplieron unas funciones argumentativas muy precisas; fueron los instrumentos de un afilado raciocinio contra verdades establecidas, contra instituciones, contra maestros consagrados, contra autoridades hasta entonces incuestionables. Con la paradoja hubo un desafío al sentido común, a las supuestas grandes verdades. Algunos prosistas ingleses del siglo XIX fueron leídos con fruición por la intelectualidad latinoamericana que asomaba al siglo siguiente. Wilde, Shaw, Chesterton fueron aprendidos y aplicados en la escritura paradojal. La lectura de Así habló Zaratustra inclinó el interés por las parábolas, por esa forma ficcional e indirecta de cuestionar valores morales. Y el aforismo, esa piedra lanzada al estanque o ese martillazo sobre la mesa que sacude al lector.

La densidad de esas formas breves y punzantes de la argumentación estaban anunciando una nueva sensibilidad y quizás, en el caso latinoamericano, estaban esbozando el nacimiento de una tradición argumentativa. En la primera mitad del siglo colombiano hubo practicantes más o menos sistemáticos de esas escrituras, me refiero a Luis Tejada (1898-1924), para quien el “espíritu de contradicción” estaba sustentado en las paradojas. En 1916, Fernando González (1895-1964), publicó Pensamientos de un viejo, quizás el primer gran libro de un escritor colombiano sostenido por parábolas y aforismos. En 1925 apareció El tonel de Diógenes, por Enrique Restrepo, de quien ni siquiera podemos aventurar sus fechas de nacimiento y muerte. Con él se consolidó el vínculo del pensamiento cínico con las parábolas y los aforismos. Luego vendrá el oficiante más asiduo y generoso del aforismo en Colombia y tal vez en el mundo, se trata de Nicolás Gómez Dávila; poco estudiado entre nosotros y, sin embargo, examinado con casi devoción por varios filósofos e historiadores europeos. Colombia dejó una honda huella de esos géneros argumentativos breves que no debemos despreciar.

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