Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Pintado en la pared No. 83




Parte 7: María
LA NOVELA DEL CATOLICISMO TRIUNFANTE
(Fragmento)


María es un relato de la intimidad; su narración evoca aquellas formas de escritura del siglo XIX teñidas por el recuerdo y la reconstrucción de una vida afectiva situada principalmente en el plano personal. Está, por tanto, muy cerca del diario, de la autobiografía, de las memorias, es decir, pertenece al plano de la reconstrucción de un yo y de su mundo inmediato, íntimo, de relaciones. Estas formas de lo auto-biográfico fueron tendencia escrituraria en aquel siglo en que hubo una predisposición, en el personal letrado, por la auto-representación como dispositivo que garantizaba la afirmación de unos valores, de una sensibilidad, de unos gustos propios de una élite de la riqueza y la cultura. La escritura de recuerdos sintonizaba, en consecuencia, con un afán de recomposición, de poner en orden su propia vida por la vía de un relato. La dedicatoria que antecede la novela, elidida en muchas ediciones, afianza el carácter que el propio autor quiso adjudicarle a su relato: “la historia de la adolescencia”, “el libro de sus recuerdos”.

Además de brindarse como un relato basado en nudos de recuerdos de un joven, la novela relata un mundo perdido; la nostalgia fue, especialmente en el relato costumbrista de los escritores conservadores colombianos de aquella época, el principal elemento organizador de sus “cuadros” dedicados a describir costumbres. Un tiempo pasado aplastado por las asunciones de un mundo moderno fue el motor que movilizó el tono “raizal” dominante de la literatura costumbrista. José María Vergara y Vergara, Ricardo Carrasquilla y José Manuel Groot, principalmente, defendieron en sus relatos las virtudes y las supuestas buenas costumbres de los tiempos coloniales, trastornadas o sepultadas por la instauración de la república. En María hay una armonía social y política, una vida idílica en la hacienda esclavista que ha quedado fija en el pasado y que solamente puede recuperarse por el ejercicio de la nostalgia literaria.

El relato es una continua presencia de un yo masculino, blanco, rico, culto y católico. La novela está hecha en esa única y dominante voz masculina que tiene algunos suspensos en los diálogos que acompañan el relato. Todo pasa por el filtro de esa voz, de ese yo que anuncia en las primeras líneas el recuerdo de su infancia y que termina, al final de la obra, con su propia partida “a galope en medio de la pampa solitaria”. Y aquello que no proviene directamente de sus emociones, de sus sentimientos, puede ser prolongación; entonces el paisaje, la naturaleza, son descritos con los ojos de ese narrador dominante. Como bien lo han dicho algunos críticos, esa naturaleza fue idealizada, a ella se han trasladado ideales de belleza, de armonía, de tranquilidad; pero también podía estar enlutada, oscurecida por la tristeza o el dolor del personaje principal del relato. La metaforización de la naturaleza para dar cuenta del estado sentimental de los individuos fue uno de los atributos que distinguieron la escritura romántica.

Quizás uno de los principales méritos estilísticos de la novela es que contenga una cierta armonía o síntesis entre el despliegue de una voz romántica y la descripción de un mundo exterior; es decir, María logra una amalgama de romanticismo y costumbrismo. Pasa del tono intimista concentrado en los afectos y las emociones al relato de asuntos de la vida cotidiana de una aldea o a la descripción de las labores propias del campo en aquella época. Aún más, podría afirmarse que la novela sintetiza géneros de escritura propios del individuo ilustrado del siglo XIX: la auto-biografía, el relato de costumbres, el informe de viajes. Y aunque toda la obra esté teñida por el tono dominante de la intimidad, de la historia de una frustrada relación amorosa, hay digresiones afortunadas para la estructura general de la obra que relatan sucesos del mundo rural; por ejemplo, el capítulo XIX introduce otro registro de lengua, el de los provincialismos, el del registro coloquial con que hablaban los trabajadores del campo. Otros capítulos, como el XLVIII y el siguiente, contienen entretenidos diálogos que, entre otras cosas, exhiben a un culto personaje que es capaz de conversar según los usos populares de la lengua. Estos vínculos con los sectores populares en la obra sirven, posiblemente, para edificar la idea de un personaje en alta sintonía con su medio, de una élite letrada cercana a los ritmos de la vida provinciana.1

La base del relato es la narración de una tragedia amorosa; el presentimiento de una pérdida emocional; un amor frustrado por la muerte temprana de la mujer que le da título a la novela. De principio a fin, el relato fundamental es la relación amorosa entre Efraín y María. A partir de este tono intimista y auto-biográfico, la novela restituye unos mundos conexos o paralelos que dotan de riqueza simbólica el relato; por ejemplo, como ya lo han percibido otros estudiosos, alrededor del romance entre María y Efraín hay otras cinco parejas que gravitan con sus expectativas y sentimientos.2 Algunas de esas parejas amorosas constituyen digresiones narrativas de enorme significado; y también hay que agregar las constantes alusiones a un ambiente intelectual, a ciertas formas de recepción de la literatura romántica que fue, en muchos casos, inspiración para el mismo autor; esa alusión a autores y obras, esas semejanzas con ciertos pasajes de otras novelas no son solamente un bagaje erudito que contribuye a explicar la filiación de María con tal o cual corriente literaria, sino, y sobre todo, nos restituye un ambiente de simpatías y gustos literarios, una sensibilidad alimentada por ciertas formas de escritura, unos paradigmas acerca de las relaciones amorosas y, además, acerca de las relaciones de esos individuos con formas de trascendencia divina.

En varios pasajes de la obra, sobre todo en las relaciones de María y Efraín, aparece el despliegue de símbolos anticipatorios de la muerte temprana de la protagonista. La presencia de un ave negra, elemento simbólico presente en otras novelas sentimentales; la cabellera negra de María se añade al triste presagio; pero también el amor casto e inalcanzable queda asociado con cartas y flores, especialmente rosas y azucenas. Trozos de azucenas eran guardados en los libros de novelas y en las cartas. No solamente el amor casto tiene su repertorio preciso de signos evocadores; la conversación entre Salomé y Efraín tiene, por contraste, matices sensuales. La belleza de Salomé es carnal y seductora, mientras la de María es lejana y pura. En fin, en la novela de Isaacs hay un repertorio de recursos narrativos que fijan el indudable sello romántico de la novela.

Sin embargo, María no es solamente una novela a tono con las exigencias narrativas del romanticismo literario. La novela no se reduce a la exposición y solución de un conflicto amoroso; no agota su riqueza significativa en la fatalidad de una relación trunca entre un hombre y una mujer que se amaban. En María está expuesto un código de afectos, de creencias, de adhesiones. La solución novelesca pasa por la valoración, de principio a fin, del culto católico y su preponderancia en la vida íntima, en el terreno de los sentimientos. Los personajes y sus dilemas están envueltos en una matriz cultural dominante bien orientada en todo el relato y que no es otra cosa que el catolicismo; en otras palabras, la situación romántica expuesta en la novela está vertida en los códigos sentimentales y morales del catolicismo. Es según ese sistema de creencias que se entiende el destino de todos los personajes, las relaciones entre ellos, las diferencias o proximidades de grupos sociales en el sistema esclavista, las nociones acerca del amor y la muerte, en fin.

María, el personaje, está impregnada de eso que nos permitimos llamar trascendentalismo católico; ella es mujer redimida. Es una mujer judía, huérfana y enfermiza; la conversión al catolicismo y la acogida en un hogar que también se ha vuelto católico la redimen; pero la fatalidad de su enfermedad es el lastre de su origen. Ella no anuncia vida sino muerte, porque arrastra una desgracia original. “María puede arrastrarte y arrastrarnos a una desgracia”, le advierte el padre a Efraín y luego este expone así el dilema entre el amor y la muerte en su relación con María: “Mía o de la muerte, entre la muerte y yo”.3 La cabellera de María era tan oscura como el ave premonitoria que atraviesa el relato.4 Al morir ella, Efraín ha quedado solo, sí, pero libre y con un horizonte menos desgraciado. La desgracia era atribuible a una relación perdurable con María. Pero María también era como La Virgen pintada por Rafael, ella rezaba siempre a la virgen, ella leía, como otras mujeres devotas, la Imitación de la virgen. La virginidad de María concuerda bien, en la obra, con la reiteración del amor casto, siempre sublimado. En fin, María está rodeada de redención católica y presagio de muerte, de fe y desdicha.


1 La aguda editora de la novela nos recuerda, además, que el propio Jorge Isaacs fue un laborioso colector de coplas populares. Fue una afortunada decisión de la editora anexar, al final de la novela, un inventario de los provincialismos desplegados en la narración.
2 Esto lo explica en detalle Gustavo Mejía en su prólogo a la edición de la novela preparada por Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1988, pp. IX-XXXII.
3 María, cap. XVI, pp. 51 y 54.
4 “Algo oscuro como la cabellera de María”, al referirse de nuevo a la “ave negra”; María, cap. XLVII, p. 249.

sábado, 9 de febrero de 2013

Pintado en la Pared No. 82




Parte 6: María

JORGE ISAACS,

UN ESCRITOR CONSERVADOR QUE SE VOLVIÓ LIBERAL



Mientras la vida y la obra de Eugenio Díaz Castro han sido muy débilmente ponderadas, la vida y la obra de Jorge Isaacs han sido motivo de un voluminoso desparrame de críticos de aquí y de acullá. Saturación, lugares comunes y diversidad en la modulación crítica son algunos rasgos previsibles de la abundante bibliografía acerca de María y su autor. Sin embargo, a pesar de la abundancia, es muy reciente la compilación rigurosa de su obra con notas críticas y precedida de una laboriosa indagación que ha culminado en los tomos publicados por la Universidad Externado de Colombia, bajo el cuidado de la profesora María Teresa Cristina, la investigadora más juiciosa sobre la obra de Isaacs; por eso la edición de María que hemos preferido utilizar es aquella amparada en la edición crítica que acabamos de mencionar y que nos devuelve la versión original legada por Isaacs que había sido olvidada por los descuidos y omisiones de las ediciones sucesivas1. Tampoco existe, a pesar de los intentos tan variados, una biografía confiable y hemos decidido aferrarnos a los datos escuetos que acoge y reproduce la investigadora Cristina. Digamos, para empezar, que el autor de María nació en 1837 y murió en 1895; hijo de un comerciante inglés de origen judío que llegó a la entonces Gran Colombia, cuando hubo una estrecha relación económica y política entre la naciente república y el imperio británico. La fortuna inicial de su familia provino de la explotación de minas de oro en el suroccidente de la Nueva Granada en el decenio 1820. Luego se estableció en el valle del gran Cauca donde compró dos haciendas, una de ellas aún hoy famosa por haber devenido un próspero ingenio azucarero.2 En la biografía de Isaacs asoma de inmediato un rasgo diferenciador con respecto a Díaz Castro; Isaacs provenía de manera conspicua de una familia acaudalada; su trayectoria pública, en buena parte, fue la de un funcionario con encargos importantes principalmente durante su vínculo con los gobiernos radicales; ocupó cargos de representación política, fue designado además en cargos relacionados con la diplomacia, la instrucción pública y las expediciones científicas. Su parábola política fue excepcional en comparación con otros hombres públicos colombianos del siglo XIX; fue de los muy pocos, por no decir el único, que de ser dirigente del partido conservador, decidió hacia 1870 ingresar en las filas del partido liberal y más estrictamente en la órbita de la facción radical. Rareza ostensible cuando fue frecuente dar el paso contrario. Pocas explicaciones plausibles asoman para semejante caso excepcional; nosotros aventuramos que su salto del conservatismo al liberalismo radical se debió, principalmente, a su precaria situación económica y a la necesidad de tener acceso a puestos públicos por designación que eran posibles si había algún vínculo con el liberalismo radical entonces en el poder; los cargos que ocupó casi inmediatamente después de su transformación política pueden contribuir en la explicación de su conducta.


Cuando escribió María, valga precisarlo, Jorge Isaacs era un notable del conservatismo colombiano; y antes de escribirla había cumplido con un proceso de legitimación literaria ante el círculo letrado bogotano guiado por la dirigencia conservadora y, especialmente, por el ya ineludible José María Vergara y Vergara. Es decir, su novela no fue, como en el caso de Díaz Castro, su primera carta de presentación ante los letrados establecidos en Bogotá; en 1864, Isaacs se aproximó a la tertulia ya consolidada del periódico El Mosaico con una compilación de su obra poética que había concebido desde fines del decenio 1850. La aprobación pública de sus poemas, registrada en el mencionado periódico, lo ratificaba como un joven escritor del cual se esperaba, para entonces, próximas y mejores producciones literarias.3 Esta es otra diferencia sustancial en la génesis de ambas novelas; mientras Díaz Castro, completamente desconocido, llegaba con su novela en busca de un mentor que la aprobara, en un momento en que aún no se había establecido una institución literaria que reuniese un círculo más o menos consolidado de escritores, Jorge Isaacs, en cambio, llegó a Bogotá en un momento en que ya había un círculo letrado reunido en una tertulia, con una publicación que sumaba varios años de existencia y cuando José María Vergara y Vergara, escribiendo principalmente en El Mosaico, se había erigido en el conductor del canon literario. En las páginas de aquel periódico, el dirigente conservador dictaminaba con sistema acerca de obras que debían o no ser leídas según los criterios moralizantes del dogma católico y según, sobre todo, el ascenso de los lemas de un catolicismo intransigente. En suma, Jorge Isaacs va a presentar su María, en 1867, cuando ya era un escritor conocido y aceptado por el círculo letrado legitimador anclado en Bogotá; es más, cuando ya acumulaba una trayectoria de hombre público que, incluso, había tenido participación muy activa en la guerra civil de 1860 en contra de los liberales. Por tanto, era en el momento de poner a circular su novela un distinguido escritor y un reconocido dirigente del conservatismo colombiano.

Pero, precisemos: la génesis de la novela, según los datos biográficos, podemos situarla en un momento liminar de las adhesiones políticas y de la situación económica del autor; entre la guerra civil de 1860, en que había luchado contra el general Mosquera, y 1867, año de la primera edición de la exitosa novela, hubo mutaciones en su vida personal muy ostensibles y, a nuestro modo de ver, determinantes. Una de ellas fue la muerte de su padre, el 16 de marzo de 1861, algo que lo obligó a encargarse de los negocios familiares que iban, en ese momento, en inminente decadencia; la dedicación a las actividades comerciales y principalmente a resolver las deudas que dejó su padre, le impidió continuar con sus estudios auto-didactas de medicina y botánica. Poco después de la muerte de su padre, su familia perdió dos haciendas; para 1864, el entonces presidente Mosquera lo nombró inspector de caminos para el trayecto entre Cali y Buenaventura, puerto sobre el océano Pacífico; se supone que en el desempeño de ese cargo, en condiciones climáticas muy adversas, inició la redacción de María. La escritura de la novela siguió en Bogotá, en 1865, mientras atendía una tienda de mercancías importadas. Es decir, María fue escrita en un momento crítico para el autor; un padre recién fallecido, una ruina económica plasmada en la pérdida de las haciendas, un cargo oficial obtenido del gobierno radical presidido por su otrora enemigo político, el general Mosquera, y una dedicación a las actividades de comercio que debieron permitirle e incentivarle la escritura de una obra que tuvo, de inmediato, un éxito en ventas. En fin, la escritura y aparición de la novela debemos situarla en el umbral de su salida del partido conservador y de su adhesión al partido liberal, oficializada en 1869, cuando ya preparaba la segunda edición de María.

La novela fue escrita, no lo perdamos de vista, por alguien que estaba cerca de volverse un dirigente liberal y que tenía algún conocimiento de los ritmos comerciales de la época; no podemos despreciar, en cualquier análisis, que Isaacs, sin duda, conocía o intuía las posibilidades de su manuscrito en un momento de ascenso propagandístico de la prensa conservadora, por entonces mucho más exitosa que la prensa liberal. Las posteriores ediciones de la novela dieron cuenta de la ambivalencia política de Isaacs. Por ejemplo, en aquellos aspectos auto-biográficos vertidos en su obra, el autor osciló entre suprimir o registrar ciertas precisiones; una muy evidente está expuesta en el primer párrafo de la novela; las tres primeras ediciones suprimieron el nombre del colegio de Bogotá donde hizo sus primeros estudios, luego, protegido por el aura de su nueva militancia en el liberalismo radical, se decidió por colocar el nombre del colegio de Lorenzo María Lleras, un trasegado educador, fundador de los primeros clubes políticos liberales a fines del decenio de 1830.4

1 Anunciamos que nuestra lectura de María se apoya en la edición preparada por la Universidad Externado de Colombia de las Obras completas de Jorge Isaacs, vol. 1, María, Bogotá, 2005.
2 Se trata de la hacienda Manuelita, adquirida hacia 1840; la otra hacienda, famosa por ser el principal escenario de la novela María, llamada hacienda El Paraíso, fue propiedad de la familia Isaacs entre 1855 y 1858.
3En una solemne velada, se hizo la presentación del “nuevo literato”, quien leyó treinta de sus composiciones y luego “se determinó que los versos del señor Isaacs salieran a luz en un tomo costeado por las trece personas que lo oyeron”, “Novedad literaria”, El Mosaico, Bogotá, No. 21, 4 de junio de 1864, p. 163.
4 Jorge Isaacs, María, Universidad Externado de Colombia, 2005, p. 3. Véase en esa página la nota crítica de la editora al respecto.

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