Parte 7: María
LA NOVELA DEL
CATOLICISMO TRIUNFANTE
(Fragmento)
María es un relato de la intimidad; su narración evoca
aquellas formas de escritura del siglo XIX teñidas por el recuerdo y
la reconstrucción de una vida afectiva situada principalmente en el
plano personal. Está, por tanto, muy cerca del diario, de la
autobiografía, de las memorias, es decir, pertenece al plano de la
reconstrucción de un yo y de su mundo inmediato, íntimo, de
relaciones. Estas formas de lo auto-biográfico fueron tendencia
escrituraria en aquel siglo en que hubo una predisposición, en el
personal letrado, por la auto-representación como dispositivo que
garantizaba la afirmación de unos valores, de una sensibilidad, de
unos gustos propios de una élite de la riqueza y la cultura. La
escritura de recuerdos sintonizaba, en consecuencia, con un afán de
recomposición, de poner en orden su propia vida por la vía de un
relato. La dedicatoria que antecede la novela, elidida en muchas
ediciones, afianza el carácter que el propio autor quiso adjudicarle
a su relato: “la historia de la adolescencia”, “el libro de sus
recuerdos”.
Además de brindarse como un relato basado en nudos de recuerdos de
un joven, la novela relata un mundo perdido; la nostalgia fue,
especialmente en el relato costumbrista de los escritores
conservadores colombianos de aquella época, el principal elemento
organizador de sus “cuadros” dedicados a describir costumbres. Un
tiempo pasado aplastado por las asunciones de un mundo moderno fue el
motor que movilizó el tono “raizal” dominante de la literatura
costumbrista. José María Vergara y Vergara, Ricardo Carrasquilla y
José Manuel Groot, principalmente, defendieron en sus relatos las
virtudes y las supuestas buenas costumbres de los tiempos coloniales,
trastornadas o sepultadas por la instauración de la república. En
María hay una armonía social y política, una vida idílica
en la hacienda esclavista que ha quedado fija en el pasado y que
solamente puede recuperarse por el ejercicio de la nostalgia
literaria.
El relato es una continua presencia de un yo masculino, blanco, rico,
culto y católico. La novela está hecha en esa única y dominante
voz masculina que tiene algunos suspensos en los diálogos que
acompañan el relato. Todo pasa por el filtro de esa voz, de ese yo
que anuncia en las primeras líneas el recuerdo de su infancia y que
termina, al final de la obra, con su propia partida “a galope en
medio de la pampa solitaria”. Y aquello que no proviene
directamente de sus emociones, de sus sentimientos, puede ser
prolongación; entonces el paisaje, la naturaleza, son descritos con
los ojos de ese narrador dominante. Como bien lo han dicho algunos
críticos, esa naturaleza fue idealizada, a ella se han trasladado
ideales de belleza, de armonía, de tranquilidad; pero también podía
estar enlutada, oscurecida por la tristeza o el dolor del personaje
principal del relato. La metaforización de la naturaleza para dar
cuenta del estado sentimental de los individuos fue uno de los
atributos que distinguieron la escritura romántica.
Quizás uno de los principales méritos
estilísticos de la novela es que contenga una cierta armonía o
síntesis entre el despliegue de una voz romántica y la descripción
de un mundo exterior; es decir, María
logra una amalgama de romanticismo y costumbrismo. Pasa del tono
intimista concentrado en los afectos y las emociones al relato de
asuntos de la vida cotidiana de una aldea o a la descripción de las
labores propias del campo en aquella época. Aún más, podría
afirmarse que la novela sintetiza géneros de escritura propios del
individuo ilustrado del siglo XIX: la auto-biografía, el relato de
costumbres, el informe de viajes. Y aunque toda la obra esté teñida
por el tono dominante de la intimidad, de la historia de una
frustrada relación amorosa, hay digresiones afortunadas para la
estructura general de la obra que relatan sucesos del mundo rural;
por ejemplo, el capítulo XIX introduce otro registro de lengua, el
de los provincialismos, el del registro coloquial con que hablaban
los trabajadores del campo. Otros capítulos, como el XLVIII y el
siguiente, contienen entretenidos diálogos que, entre otras cosas,
exhiben a un culto personaje que es capaz de conversar según los
usos populares de la lengua. Estos vínculos con los sectores
populares en la obra sirven, posiblemente, para edificar la idea de
un personaje en alta sintonía con su medio, de una élite letrada
cercana a los ritmos de la vida provinciana.1
La base del relato es la
narración de una tragedia amorosa; el presentimiento de una pérdida
emocional; un amor frustrado por la muerte temprana de la mujer que
le da título a la novela. De principio a fin, el relato fundamental
es la relación amorosa entre Efraín y María. A partir de este tono
intimista y auto-biográfico, la novela restituye unos mundos conexos
o paralelos que dotan de riqueza simbólica el relato; por ejemplo,
como ya lo han percibido otros estudiosos, alrededor del romance
entre María y Efraín hay otras cinco parejas que gravitan con sus
expectativas y sentimientos.2
Algunas de esas parejas amorosas constituyen digresiones narrativas
de enorme significado; y también hay que agregar las constantes
alusiones a un ambiente intelectual, a ciertas formas de recepción
de la literatura romántica que fue, en muchos casos, inspiración
para el mismo autor; esa alusión a autores y obras, esas semejanzas
con ciertos pasajes de otras novelas no son solamente un bagaje
erudito que contribuye a explicar la filiación de María
con tal o cual corriente literaria, sino, y sobre todo, nos restituye
un ambiente de simpatías y gustos literarios, una sensibilidad
alimentada por ciertas formas de escritura, unos paradigmas acerca de
las relaciones amorosas y, además, acerca de las relaciones de esos
individuos con formas de trascendencia divina.
En varios pasajes de la obra, sobre todo en las relaciones de María
y Efraín, aparece el despliegue de símbolos anticipatorios de la
muerte temprana de la protagonista. La presencia de un ave negra,
elemento simbólico presente en otras novelas sentimentales; la
cabellera negra de María se añade al triste presagio; pero también
el amor casto e inalcanzable queda asociado con cartas y flores,
especialmente rosas y azucenas. Trozos de azucenas eran guardados en
los libros de novelas y en las cartas. No solamente el amor casto
tiene su repertorio preciso de signos evocadores; la conversación
entre Salomé y Efraín tiene, por contraste, matices sensuales. La
belleza de Salomé es carnal y seductora, mientras la de María es
lejana y pura. En fin, en la novela de Isaacs hay un repertorio de
recursos narrativos que fijan el indudable sello romántico de la
novela.
Sin embargo, María no es solamente una novela a tono con las
exigencias narrativas del romanticismo literario. La novela no se
reduce a la exposición y solución de un conflicto amoroso; no agota
su riqueza significativa en la fatalidad de una relación trunca
entre un hombre y una mujer que se amaban. En María está
expuesto un código de afectos, de creencias, de adhesiones. La
solución novelesca pasa por la valoración, de principio a fin, del
culto católico y su preponderancia en la vida íntima, en el terreno
de los sentimientos. Los personajes y sus dilemas están envueltos en
una matriz cultural dominante bien orientada en todo el relato y que
no es otra cosa que el catolicismo; en otras palabras, la situación
romántica expuesta en la novela está vertida en los códigos
sentimentales y morales del catolicismo. Es según ese sistema de
creencias que se entiende el destino de todos los personajes, las
relaciones entre ellos, las diferencias o proximidades de grupos
sociales en el sistema esclavista, las nociones acerca del amor y la
muerte, en fin.
María, el personaje, está impregnada de eso que
nos permitimos llamar trascendentalismo católico; ella es mujer
redimida. Es una mujer judía, huérfana y enfermiza; la conversión
al catolicismo y la acogida en un hogar que también se ha vuelto
católico la redimen; pero la fatalidad de su enfermedad es el lastre
de su origen. Ella no anuncia vida sino muerte, porque arrastra una
desgracia original. “María puede arrastrarte y arrastrarnos a una
desgracia”, le advierte el padre a Efraín y luego este expone así
el dilema entre el amor y la muerte en su relación con María: “Mía
o de la muerte, entre la muerte y yo”.3
La cabellera de María era tan oscura como el ave premonitoria que
atraviesa el relato.4
Al morir ella, Efraín ha quedado solo, sí, pero libre y con un
horizonte menos desgraciado. La desgracia era atribuible a una
relación perdurable con María. Pero María también era como La
Virgen pintada por Rafael, ella rezaba
siempre a la virgen, ella leía, como otras mujeres devotas, la
Imitación de la virgen.
La virginidad de María concuerda bien, en la obra, con la
reiteración del amor casto, siempre sublimado. En fin, María está
rodeada de redención católica y presagio de muerte, de fe y
desdicha.
1
La aguda editora de la novela nos recuerda, además, que el propio
Jorge Isaacs fue un laborioso colector de coplas populares. Fue una
afortunada decisión de la editora anexar, al final de la novela, un
inventario de los provincialismos desplegados en la narración.
2
Esto lo explica en detalle Gustavo Mejía en su prólogo a la
edición de la novela preparada por Biblioteca Ayacucho, Caracas,
1988, pp. IX-XXXII.
3
María, cap. XVI, pp. 51 y 54.
4
“Algo oscuro como la cabellera de María”, al referirse de nuevo
a la “ave negra”; María, cap. XLVII, p. 249.
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