Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

martes, 28 de febrero de 2023

Pintado en la Pared No. 279

 (continuación de No. 277) Realidad y verdad en la ciencia histórica

Para el filósofo alemán, la ciencia histórica “tiene como objeto de estudio al hombre, no al hombre como objeto biológico, sino al hombre que realiza la idea de cultura a través de sus producciones espirituales y corporales”.[1] Luego precisa que esa creación cultural “discurre en el tiempo”. Más adelante destaca lo que él juzga como “una característica esencial de todo objeto histórico”; Heidegger dice que “el objeto histórico, en cuanto histórico, es siempre pasado; en sentido estricto ya no existe más”. Por tanto, se vuelve indispensable una relación entre pasado y presente, una relación que parte de admitir una distancia, una separación. Ese pasado se vuelve histórico, toma algún sentido según la perspectiva que imponga el presente o, mejor, cada presente.

Para el historiador francés, la ciencia histórica es “ciencia de los hombres en el tiempo”. Él subraya la condición plural de “los hombres”, por eso advertirá que la Historia es ciencia de lo diverso.[2] Los hechos producidos por los hombres tienen su principio de inteligibilidad en el tiempo; es en el tiempo de la historia que los hechos tienen una duración, sufren un proceso de cambio. El ser humano cambia y ese cambio sólo es perceptible en el tiempo, la duración nos permite reconocer qué permanece y qué sufre mutaciones. Comparar entre un antes y un después para establecer los cambios; la necesidad y posibilidad de comprender el presente por el pasado; la percepción de la diferencia entre el tiempo vivido por unos seres humanos y el tiempo vivido por otros seres humanos. Todo eso, según la reflexión de Bloch, vuelve indispensable la conversación entre los vivos y los muertos, entre el presente y el pasado, entre el tiempo del sujeto historiador y el tiempo de los seres humanos que ya no están. A su manera, el historiador francés asume que el presente tiene su primacía al momento de precisar qué le interesa examinar y por qué del pasado. En suma, Heidegger y Bloch coinciden en que el presente de los historiadores tiene la capacidad de seleccionar los hechos producidos por los seres humanos, tiene la capacidad de definir los procesos de cambio que someterá a su observación.

 

Punto 2. ¿Qué es la realidad histórica?

Al llegar aquí, podemos entonces acercarnos a las siguientes preguntas: ¿Es que todas las experiencias humanas vividas son realidad histórica? ¿Qué vuelve histórico lo sucedido en el pasado? Heidegger y Bloch nos siguen sirviendo de ayuda para responder; uno y otro, y muchos otros oficiantes de las ciencias humanas y sociales, nos dicen que el pasado es un mundo que ya no es. El historiador francés advirtió que hacer del pasado -algo que ya no es- objeto de una ciencia era una idea absurda.[3] Con respecto a otras ciencias, y esa comparación la hizo el mismo Bloch, la ciencia histórica está en una situación embarazosa. Claro, pretende tener como objeto algo que es difícil de aprehender. La realidad del pasado no es un árbol para el biólogo o una roca para el geólogo o el movimiento de un cuerpo para un físico. Ante un objeto vago y elusivo, se impone el recurso de un método de observación adecuado para afrontar la dificultad que el objeto impone.

Vago y difuso, el pasado no es, sin embargo, una ausencia plena. El pasado es, más bien, una mezcla muy compleja de ausencias y presencias, una mezcla que produce un peso sobre nosotros, en el presente, y eso hace que ese objeto llamado pasado se vuelva un objeto posible; pero esa condición del pasado intentaremos explicarla más adelante con la ayuda de Heidegger; por ahora, detengámonos en lo que es constitutivo de la realidad del pasado; la realidad humana pasada es una ausencia y, por serlo, lo que intentamos hacer los sujetos historiadores es traer lo que podamos de esa ausencia. Al intentar volver presente el pasado, entonces construimos re-presentaciones.

A propósito de esto, Paul Ricoeur nos dirá que la realidad de lo ya sucedido (acciones, palabras, momentos, agentes de esas acciones y palabras) suele volver de dos maneras; la una, mediante el recuerdo inconsciente, involuntario e inesperado; la otra, mediante el recuerdo intencionado, conscientemente elaborado. En esta segunda modalidad nos situamos, por supuesto, los historiadores.

Esa realidad del pasado que los sujetos cognoscentes intentamos volver presente es la realidad histórica; es decir, cuando elaboramos intencionadamente recuerdos, re-presentaciones del pasado, estamos obrando mediante una selección de aquellos aspectos del pasado que, por una u otra razón, tienen algún interés para nosotros. Aquí se impone, por tanto, una importante distinción entre el tiempo pasado como una totalidad inconmensurable e inefable y el tiempo histórico como una totalidad  mensurable, aprehensible, narrable.

Cuando Paul Ricoeur evoca a Wilhelm Dilthey para hablar del pasado histórico como una realidad sometida a una situación interpretativa, nos está diciendo que el objeto de estudio de las y los historiadores es aquel o aquellos fragmentos de la realidad pasada que han escogido para hacer una tentativa de re-presentación. Someter la realidad del pasado a una situación interpretativa implica unas operaciones cognoscitivas que las hará, claro está, el sujeto cognoscente interesado en elaborar un recuerdo. El objeto que estudian las y los historiadores es el tiempo recordado, seleccionado, interpretado y, diría Heidegger, el tiempo “objeto de cuidado”.

Las reflexiones previas conducen de modo inexorable a concebir la existencia de un sujeto muy activo en el presente; el tiempo histórico es una elaboración producida por un sujeto cognoscente, por un sujeto situado en una condición temporal distinta a la realidad pasada que pretende re-presentar. Por supuesto, esa re-presentación que logra hacer ese sujeto no será jamás el pasado tal como fue; el pasado nunca volverá a ser. Sin embargo, ese sujeto producirá un conocimiento acerca del pasado, una re-presentación que procura ser aproximada y convincente en el mejor de los casos.  

En definitiva, para recapitular, la realidad histórica es una elaboración subjetiva provocada por la acción consciente, sistemática de interpretación producida en el diálogo entre el pasado y el presente.

(La versión íntegra de este ensayo podrá consultarse luego en revista especializada).

[1] M. Heidegger, Tiempo e historia, Madrid, Editorial Trotta, 2009 [1925], p. 31.

[2] M. Bloch, p. 4.

[3] M Bloch, Apologia por la historia, p. 54.

sábado, 25 de febrero de 2023

Pintado en la Pared No. 278

El cambio no es fácil

En Colombia, cambiar no es fácil y menos si implica cambiar las costumbres y los valores de una sociedad. Hemos vivido durante tres décadas según las consignas, los procedimientos, las actitudes del neoliberalismo. La glorificación del mercado, de las lógicas del lucro, y la exaltación de la competencia y de las capacidades de adaptación y superación individuales moldearon a por lo menos dos generaciones de colombianos. Las costumbres, los valores y las actitudes no se modifican de la noche a la mañana con leyes, decretos o resoluciones.

Teresita Valencia tiene 82 años, fue promotora de salud en las veredas El Castillo y El Gigante del municipio de Montenegro, departamento del Quindío. Todo su tiempo de jubilación y más ha estado afiliada a la Nueva EPS y ha sabido soportar las precariedades del servicio de salud en un departamento pobre y corrupto. Cada vez que tiene una dolencia, cada vez que necesita un examen especializado, debe esperar casi un mes la autorización para pasar del médico general a un especialista y para que le aprueben el examen. Cuando le aprueban el examen o un procedimiento de cierta complejidad, por ejemplo un cateterismo, la han llevado a Pereira, a una hora de Armenia. En el año de pandemia, ni siquiera pudo ser atendida en Pereira, la llevaron a Manizales, a casi tres horas de Armenia. De manera que Teresita Valencia ha estado acostumbrada, durante tres décadas, a viajar de su vereda a la cabecera municipal de Montenegro, allí ha tomado un transporte público hasta Armenia y luego otro de Armenia a Pereira o a Manizales. Esos paseos por los hospitales del eje cafetero han salido de su bolsillo, de su mesada pensional que apenas llega a un salario mínimo.

Ella cuenta que una vez la llevaron en una ambulancia a exámenes médicos al hospital universitario de Caldas, en Manizales; la primera noche la pasó sentada en una silla, porque no había camas ni camillas disponibles. Cuando le hicieron los exámenes, la dejaron por fin en una cama durante tres días y tres noches. Teresita preguntó si podía regresar a su vereda en el municipio de Montenegro. Le dijeron que sí, claro que podía regresar a su casa, pero le advirtieron que nadie iba a venir a recogerla; ella debía resolver por su cuenta cómo regresaba de Manizales a Armenia y finalmente a su casa en la zona rural de Montenegro. Teresita tuvo que acudir a parientes con automóvil para que fuese literalmente recuperada del trasteo involuntario que la había dejado en una cama de un hospital a tres horas de su hogar.

Si le preguntamos a Teresita por la reforma a la salud promovida por el gobierno de Petro, ella responderá, palabras más o menos: “Yo me he sentido muy bien tratada por los médicos y enfermeras de Armenia, Pereira y Manizales; yo no le cambiaría nada al servicio de mi EPS”. A Teresita sólo le entusiasmó que en el actual proyecto de reforma renazca el oficio de promotora de salud que ella desempeñó con tanto esmero.

Los colombianos, individualistas y clasistas, no vamos a transigir fácilmente con los designios de un empadronamiento que nos afiliará al centro de atención primaria más cercano de nuestra residencia. Eso lo veremos como una conculcación de nuestras libertades y, peor, como una peligrosa igualación comunista, entonces en nuestro interior resonará con fuerza una voz que nos repetirá hasta el cansancio: "no te juntes con esa chusma". 

Persuadir acerca de las bondades de una reforma de la salud en Colombia va mucho más allá de las discusiones entre expertos o de las polémicas con los directivos de las EPS. Entraña demostrar que el Estado, históricamente insuficiente e incapaz en asuntos elementales, está en capacidad de asumir rápidamente responsabilidades de enorme magnitud; y eso, en Colombia, es muy dudoso. Exige, además, desempeñar una labor didáctica que contribuya a modificar comportamientos de una ciudadanía muy pasiva, poco conocedora de sus derechos. Cambiar el sistema de salud colombiano, después de tres decenios de primacía de la privatización de lo público, demanda pensar en un proceso de transición. Precisamente, las críticas a la reforma de la salud propuesta por el gobierno Petro se concentran en la ausencia de una explícita descripción de un proceso tranquilo y gradual de transición de un modelo a otro. Si hubiese una planeada transición, tendríamos hoy más certezas que inquietudes con lo que propone reformar el gobierno colombiano.

Es posible que de tanto afán sólo quede el cansancio.


lunes, 13 de febrero de 2023

Pintado en la Pared No. 277

 

Realidad y verdad en la ciencia histórica (1)

 

La ciencia histórica padece hoy varios asedios que la han vuelto muy relativa. De un lado, la proliferación de relatos de ficción que se reclaman como novelas históricas, supuestamente sustentados en una mezcla de imaginación y erudición. Las y los novelistas entonces aparentan, fingen o muestran una enjundiosa investigación en archivos, aunque es lícito que supongamos que eso hace parte de la trama ficcional. De otro lado, el empuje democratizador de las memorias enfrentadas que buscan reconocimiento, verdad, justicia en muchas partes del mundo y, por supuesto, con mucha fuerza aquí en Colombia. En medio de eso, las y los historiadores somos pobres sujetos cognoscentes bastante impopulares, por no decir que mediocres cuyo público o mercado –según como veamos el asunto- es muy limitado. Hoy es más fácil y atractivo leer un relato novelesco con un decorado de nombres y hechos que nos ponen a imaginar un pasado o escuchar un testimonio en que tenemos presente al ser humano que ha vivido una experiencia casi siempre, por desgracia, muy traumática. Y, por supuesto, siempre ha sido difícil y aburrido leer el circunspecto relato de un historiador repleto de citas documentales y notas al pie de página; relato que mezcla narración y explicación que sólo sirve para que tengamos una aproximación, tan solo eso, a la realidad del pasado.

A pesar de o debido a esos asedios, yo me he permitido reflexionar en la naturaleza del conocimiento histórico, aunque parezca una tardía reflexión tanto para la trayectoria personal como para la condición general de la ciencia histórica en este presente atiborrado de tantas supuestas verdades y, a la vez, de tantas incertidumbres. Esa reflexión la he hecho tratando de responder a la pregunta compuesta siguiente: ¿qué es realidad y verdad en la ciencia histórica? Les invito a leer lo que pude responder.

Empiezo con unas palabras de Paul Ricoeur que juzgo pertinentes. Para el pensador francés, preguntarnos por la realidad del pasado o qué es real aplicado al pasado histórico es la cuestión más complicada y al tiempo la más inevitable cuando tratamos de establecer la diferencia entre ciencia histórica y ficción. Ricoeur también advertirá que la respuesta a esa pregunta es muy difícil. Esta advertencia nos facilita anunciar que este ensayo será, por tanto, una tentativa. En buena medida, esta tentativa la tomo como un auto-examen, como un ejercicio de necesaria reflexividad en torno a lo que las y los historiadores solemos hacer. En mi tentativa de respuesta vislumbro cuatro niveles de análisis, así:

Punto 1: ¿Qué puede ser la realidad para la ciencia histórica?

Esa pregunta puede ir acompañada de esta otra: ¿qué tipo de realidad puede ser esa a la que dirige su mirada la ciencia histórica? Para intentar responder aquí he partido de un par de supuestos que he leído en Hans-Georg Gadamer en su ensayo titulado El problema de la conciencia histórica (1957), un escrito anterior a su libro consagratorio Verdad y método. Apoyándose en Aristóteles y Hegel, Gadamer dice que el objeto determina el método para conocerlo y que todo método está ligado al objeto mismo. Siguiendo esto, agrego que la naturaleza del objeto determina tanto el método como el conocimiento que se produce. Ese vínculo de determinación me parece importante advertirlo para evitar que nos ilusionemos tempranamente.  Si el objeto es difícil de definir y atrapar, igualmente difícil debe ser obtener verdades que podamos guardar como tesoros. Muy cerca de esa reflexión, evoco a propósito a Marc Bloch, cuando decía que una ciencia como la Historia debería definirse tanto por su objeto como por los métodos que necesita utilizar para acercarse a ese objeto.

Ahora bien, para tratar de precisar cuál es la realidad a la que dirigen su mirada las y los historiadores me apoyaré en las definiciones contiguas de Martin Heidegger y Marc Bloch; cercanía que no sorprende si tenemos en cuenta que el uno y el otro compartieron la misma inquietud cultural de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX en torno al tiempo. Ellos vivieron una época en que las ciencias humanas y las ciencias naturales experimentaron nuevas percepciones y relaciones con el tiempo, tanto así como para volverlo un objeto muy diverso. Heidegger y Bloch coinciden, grosso modo, en definir la ciencia histórica como la ciencia de los hombres en el tiempo.

(Sigue).


miércoles, 8 de febrero de 2023

Pintado en la Pared No. 276

 

 

El desastre editorial de la Universidad del Valle

En la Universidad del Valle no hemos aprendido, ni aprenderemos, a editar libros. Nuestro Programa Editorial es un desastre desde hace por lo menos veinticinco años. Ningún rector ha enderezado una unidad cuya misión más trascendente es la difusión del conocimiento que producimos estudiantes y profesores. Al contrario, ha ido más bien acumulando una condición errática, casi espuria, como si no fuese parte de las prioridades organizativas de una universidad tan importante.

Todo el proceso de edición está plagado de dificultades: la presentación de la propuesta de libro, la evaluación académica, la diagramación, la corrección, la impresión, la distribución. Todo ese proceso es sinuoso y lento porque, entre otras cosas, nunca ha sido una división compuesta de un equipo profesional y estable de especialistas en cada uno de esos campos. No hay editores ni correctores por áreas de conocimiento, como hacen desde hace rato otras universidades que nos aventajan en ese aspecto. No hay un trámite expedito en la evaluación de los manuscritos; esperar una evaluación durante uno, dos o más años no es nada alentador para quienes deseamos que nuestras investigaciones sean conocidas en otras latitudes y, claro, que sean justipreciadas por las oficinas de credenciales de nuestra universidad.

Sospecho que ha predominado un desinterés por algo que en otras partes es una actividad medular en el reconocimiento y prestigio de una universidad pública. Cuando una universidad es percibida de manera unilateral, según las prioridades, perspectivas y beneficios de ciertos campos del saber, entonces habrá unas actividades miradas de soslayo. Presumo que la preponderancia de médicos e ingenieros en la dirección de la universidad ha provocado un consecuente desprecio de los procesos de edición de libros. Claro, puede suponerse que aquellos colegas tienen sus ojos puestos en la producción, contante y sonante, de artículos en revistas especializadas. Para ellos, el libro es algo muy banal si se compara con el rendimiento productivo de papers o artículos en revistas.

La llegada a la dirección de la Universidad del Valle de los colegas de la Facultad de Administración nos ilusionó; pero los resultados de esta última rectoría son quizás peores que aquellos de rectorías anteriores. Con el actual rector hemos visto pasar tres o cuatro directores del programa editorial; en su gestión han aumentado los tiempos de tardanza en los procesos editoriales y me temo que ha aumentado la diáspora de aquellos estudiantes y profesores que han preferido tocar las puertas de los programas editoriales de otras universidades. Con la actual rectoría, la Facultad de Humanidades ha vivido la experiencia de la casi aniquilación del taller de impresión que teníamos, en condiciones muy precarias, en el primer piso del Edificio Estanislao Zuleta.

A esa debacle hay que sumarle otra que es un daño terrible para las comunidades académicas de la Facultad de Humanidades; en la medición de Publindex para el año 2022, tan solo una revista –Lenguaje- logró acomodarse en el mediocre rango C; las demás revistas desparecieron y tendrán que luchar para salir del ostracismo. Si alguien quiere medir la magnitud de la deficiente política de publicaciones de la Universidad del Valle, basta examinar el listado de Publindex de aquel año; nuestra universidad no logró colocar en los exclusivos rangos A1 y A2 a ninguna revista, apenas hay tres en el rango B y acaso 4 en C. Estamos por debajo de universidades públicas como la de Antioquia, la de Caldas y la UPTC.

¿Nuestra dirección universitaria, incluida la decanatura de Humanidades, habrá hecho un juicioso diagnóstico de esta calamidad, con mea culpa incluido? No solo eso, ¿la comunidad docente de Univalle ha percibido la magnitud de este fiasco y ha pensado en soluciones o estamos en una onda de insuperable molicie? Si creemos con devoción en el sistema de medición de Publindex, pues hemos sido muy malos competidores dentro de ese sistema. Si estamos en contra de ese sistema, entonces deberíamos inventarnos una alternativa. Hasta ahora, lo único que veo es una rara mezcla de devoción y pésima gestión para sobrevivir en el exigente esquema que nos impone Publindex. Los colegas médicos, ingenieros y administradores se sentirán conformes con el hecho de que sus revistas sobreagüen en B; con ese dato, poco les importará incluir en su diagnóstico el adverso horizonte de las revistas de la Facultad de Humanidades. Hemos “logrado” con esta comedia de equivocaciones que nuestra Facultad quede editorialmente bloqueada.

Mientras esperamos los resultados de la nueva medición de Publindex, tendremos que afirmar que la política de publicaciones de la Universidad del Valle ha sido un desastre.   

 

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