Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

sábado, 25 de febrero de 2023

Pintado en la Pared No. 278

El cambio no es fácil

En Colombia, cambiar no es fácil y menos si implica cambiar las costumbres y los valores de una sociedad. Hemos vivido durante tres décadas según las consignas, los procedimientos, las actitudes del neoliberalismo. La glorificación del mercado, de las lógicas del lucro, y la exaltación de la competencia y de las capacidades de adaptación y superación individuales moldearon a por lo menos dos generaciones de colombianos. Las costumbres, los valores y las actitudes no se modifican de la noche a la mañana con leyes, decretos o resoluciones.

Teresita Valencia tiene 82 años, fue promotora de salud en las veredas El Castillo y El Gigante del municipio de Montenegro, departamento del Quindío. Todo su tiempo de jubilación y más ha estado afiliada a la Nueva EPS y ha sabido soportar las precariedades del servicio de salud en un departamento pobre y corrupto. Cada vez que tiene una dolencia, cada vez que necesita un examen especializado, debe esperar casi un mes la autorización para pasar del médico general a un especialista y para que le aprueben el examen. Cuando le aprueban el examen o un procedimiento de cierta complejidad, por ejemplo un cateterismo, la han llevado a Pereira, a una hora de Armenia. En el año de pandemia, ni siquiera pudo ser atendida en Pereira, la llevaron a Manizales, a casi tres horas de Armenia. De manera que Teresita Valencia ha estado acostumbrada, durante tres décadas, a viajar de su vereda a la cabecera municipal de Montenegro, allí ha tomado un transporte público hasta Armenia y luego otro de Armenia a Pereira o a Manizales. Esos paseos por los hospitales del eje cafetero han salido de su bolsillo, de su mesada pensional que apenas llega a un salario mínimo.

Ella cuenta que una vez la llevaron en una ambulancia a exámenes médicos al hospital universitario de Caldas, en Manizales; la primera noche la pasó sentada en una silla, porque no había camas ni camillas disponibles. Cuando le hicieron los exámenes, la dejaron por fin en una cama durante tres días y tres noches. Teresita preguntó si podía regresar a su vereda en el municipio de Montenegro. Le dijeron que sí, claro que podía regresar a su casa, pero le advirtieron que nadie iba a venir a recogerla; ella debía resolver por su cuenta cómo regresaba de Manizales a Armenia y finalmente a su casa en la zona rural de Montenegro. Teresita tuvo que acudir a parientes con automóvil para que fuese literalmente recuperada del trasteo involuntario que la había dejado en una cama de un hospital a tres horas de su hogar.

Si le preguntamos a Teresita por la reforma a la salud promovida por el gobierno de Petro, ella responderá, palabras más o menos: “Yo me he sentido muy bien tratada por los médicos y enfermeras de Armenia, Pereira y Manizales; yo no le cambiaría nada al servicio de mi EPS”. A Teresita sólo le entusiasmó que en el actual proyecto de reforma renazca el oficio de promotora de salud que ella desempeñó con tanto esmero.

Los colombianos, individualistas y clasistas, no vamos a transigir fácilmente con los designios de un empadronamiento que nos afiliará al centro de atención primaria más cercano de nuestra residencia. Eso lo veremos como una conculcación de nuestras libertades y, peor, como una peligrosa igualación comunista, entonces en nuestro interior resonará con fuerza una voz que nos repetirá hasta el cansancio: "no te juntes con esa chusma". 

Persuadir acerca de las bondades de una reforma de la salud en Colombia va mucho más allá de las discusiones entre expertos o de las polémicas con los directivos de las EPS. Entraña demostrar que el Estado, históricamente insuficiente e incapaz en asuntos elementales, está en capacidad de asumir rápidamente responsabilidades de enorme magnitud; y eso, en Colombia, es muy dudoso. Exige, además, desempeñar una labor didáctica que contribuya a modificar comportamientos de una ciudadanía muy pasiva, poco conocedora de sus derechos. Cambiar el sistema de salud colombiano, después de tres decenios de primacía de la privatización de lo público, demanda pensar en un proceso de transición. Precisamente, las críticas a la reforma de la salud propuesta por el gobierno Petro se concentran en la ausencia de una explícita descripción de un proceso tranquilo y gradual de transición de un modelo a otro. Si hubiese una planeada transición, tendríamos hoy más certezas que inquietudes con lo que propone reformar el gobierno colombiano.

Es posible que de tanto afán sólo quede el cansancio.


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