Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 14 de abril de 2024

Pintado en la Pared No. 311

El olvidado José Vasconcelos

Presumo que José Vasconcelos es un escritor olvidado o, por lo menos, descuidado. Las ciencias humanas mexicanas no han dicho mucho en los últimos decenios acerca del autor de La raza cósmica. Un indicio de ese descuido es que hoy no contamos con una compilación cuidadosa de las obras completas del escritor y político mexicano. Sus Obras completas datan de 1957, en una edición limitada que no llegó a las bibliotecas del continente. Hoy no se le ocurre a nadie, ni siquiera al Fondo de Cultura Económica, preparar una edición crítica de sus escritos. Tampoco se sabe mucho, por no decir que no sabemos casi nada del legado de su biblioteca personal. 

Otro indicio ostensible de olvido o descuido es que la bibliografía mexicana sobre Vasconcelos es pobre y mediocre. Hay poco y lo poco no es convincente. Por lo menos eso puedo asegurar en torno al examen de su ensayo de 1925, La raza cósmica. Un par de tesis doctorales recientes pasan rápido, demasiado rápido, por su ensayística del decenio 1920. El único ensayo que se salva es el del profesor Guillermo Zermeño que le concede a José Vasconcelos una gran capacidad de difusión del concepto de mestizaje.

Quizás la mejor excusa o explicación es que Vasconcelos es un autor muy complejo; admitamos que la vida y la obra del escritor nacido en Oaxaca no es fácil de abordar por varias razones. En la trayectoria biográfica de Vasconcelos es difícil discernir entre un intelectual y un político; él fue lo uno y lo otro. Ocupó varios cargos públicos, quiso ser presidente del país, lideró transformaciones institucionales muy importantes en la educación. Los reveses políticos lo obligaron a exiliarse en varias ocasiones y la escritura fue, en esas situaciones, una especie de refugio. Total, osciló entre la acción y el pensamiento. Y, al parecer, ni lo uno ni lo otro lo vivió a plenitud. Por eso, posiblemente, su pensamiento no cumpla con el rigor que le reclamamos a un filósofo o a un sociólogo o a un historiador.

Sin embargo, sospecho que estamos pidiéndole a Vasconcelos que satisfaga una anacronía. Le estamos pidiendo lo que no podía ser. Él es de esos intelectuales forjados en la vida pública, en la conversación cotidiana de los periódicos, en lecturas apresuradas y desordenadas con tal de darle un urgente sustento a algún proyecto político. Así se educó filosóficamente, buscando en Pitágoras, en Bergson, en Kant, en Nietzsche, en Ortega y Gasset, en Uexkull una utopía movilizadora.

Para un académico cuadriculado de nuestro tiempo, un intelectual como Vasconcelos no puede ser tomado en serio. Ese es nuestro error. Si leyéramos la obra de Vasconcelos como el vestigio, como el síntoma de una época de la cultura intelectual, podríamos entender su vocación auto-didacta, su propensión ecléctica, su deseo de inventar y aplicar una teoría del mestizaje. Muchos intelectuales de la primera mitad del siglo XX latinoamericano quisieron hacer diagnóstico de su tiempo y enunciaron proyectos de solución a lo que llamaron crisis o decadencia o degeneración. Unos mejor que otros lograron plasmar eso que alguien llamó “la inquietud de nuestra época”. La década de 1920 fue efusiva de esa sensibilidad que arrastró a muchos intelectuales a ser individuos con vocación de hablar y actuar en público.

Hace mucha falta leer detenidamente la obra de Vasconcelos y tantos otros intelectuales que nos obligan a cruzar las fronteras disciplinares. Si los estudiáramos como vestigios documentales y no como obras filosóficamente coherentes, hallaríamos muchas explicaciones acerca de las relaciones entre el mundo intelectual y el mundo político, acerca de la vida relacional de la gente letrada, acerca de los diálogos entre autores y obras hasta producir esos libros raros, aparentemente incomprensibles y hasta innecesarios en nuestras bibliotecas latinoamericanas como La raza cósmica o Indología.


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