Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

martes, 31 de enero de 2023

Pintado en la Pared No. 275


El servicio de salud de la Universidad del Valle

¿Estamos viviendo el peor momento del servicio de salud de la Universidad del Valle? Para quienes llevamos veinte o más años como pacientes y cotizantes de ese servicio es fácil decir que sí porque hemos percibido diferencias notorias entre un antes y un después. Hemos ido perdiendo en beneficios y, sobre todo, en certezas que hoy no tenemos. Para aquellos afiliados que recién llegan al servicio quizás no tengan puntos de referencia para comparar.

Una de las pérdidas -poco perceptible, pero importante- es la del estatus de pacientes. De un tiempo para acá comenzamos a ser tratados como clientes y por eso hay una oficina o, mejor, una dirección electrónica que se llama “servicio al cliente”. Esa mutación debimos haberla advertido como una mala señal. Luego nos fuimos acomodando a un modelo de médico familiar con sus baches; muchos pacientes no pueden elegir su médico, deben aceptar, a disgusto, aquel que es impuesto al grupo familiar. Antes de la pandemia ya era ostensible que había “médicos familiares” con agendas saturadas, con citas diferidas a un mes o más, mientras otros médicos, con agenda disponible, no los podíamos contemplar como alternativa porque la cita debía acordarse rigurosamente con el “médico de familia”. Una rigidez administrativa poco eficaz en situaciones prácticas.

En el difícil año 2020, y aun en el siguiente, el servicio de salud no pudo ser suficiente para garantizar la vacunación anti-covid de sus afiliados. ¿Hay alguna estadística de cuántos debimos resolver ese proceso, al menos las dos primeras dosis, sin la ayuda de nuestro servicio? Quienes estuvimos en esos días en sitios distintos a Cali tuvimos que lidiar con otras instituciones, tan o más rígidas que la nuestra, que no querían vacunarnos porque no éramos afiliados de las EPS autorizadas o porque no había convenios o porque no éramos oriundos del lugar en que nos puso el azar de la pandemia.

Después de la pandemia se han acumulado deficiencias mayores; algunas, es cierto, tienen parte de su explicación en las secuelas administrativas que dejó la peste en el funcionamiento del sistema de salud colombiano. Sin anuncios y sin explicaciones, nuestro servicio de salud perdió convenios muy viejos con muchos especialistas que nos han atendido y tratado durante decenios. Sería bueno que la dirección de ese servicio explicara por qué hubo casi una desbandada de esos especialistas; como también debe explicarnos por qué ya no hay convenios con clínicas de reconocido nivel y prestigio en la ciudad. Agreguemos a eso que ahora no hay convenio con el servicio de salud de la Universidad Nacional. Antes podíamos ser atendidos en la sede Bogotá; hoy, un viaje a la capital del país es más incierto en alternativas de atención médica. Igual, debería explicarnos por qué tardan tanto en renovar convenios con laboratorios y centros de diagnóstico.

Algunos pacientes (o clientes) hemos tenido que resolver de modo particular la necesidad inminente de alguna cirugía, porque no era posible esperar citas médicas diferidas a tres o cuatro meses por agendas saturadas de los pocos especialistas sostenidos en los cada vez más precarios convenios. En estos casos, el porcentaje de compensación o de reembolso establecido por la dirección administrativa es deplorable. Otros hemos tenido que pagar de nuestro bolsillo una medicación post-operatoria o una ecografía. Y mejor no embrollarse en los trámites de un pírrico reembolso.

A inicios de este año hubo convocatoria a la elección de representantes ante la Junta Administradora del servicio de salud de la Universidad del Valle. Ojalá esos organismos sirvan para que los miembros de la comunidad universitaria y, especialmente, los afiliados a ese servicio sepamos qué está y qué seguirá pasando con ese servicio. Lo peor de todas las deficiencias que logro mencionar aquí, muy de paso, es que no hay información ni oportuna ni confiable que nos sirva de advertencia para tomar decisiones como pacientes (y como clientes). Este modelo de servicio de salud en que, aparentemente, los funcionarios de las universidades públicas podíamos sentirnos privilegiados con respecto al resto de los mortales, se ha ido desvencijando. Quizás estemos ante un moribundo. 

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