Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

21 de noviembre: Primero los jóvenes


Colombia está marchando desde el 21 de noviembre; para muchos, esa fecha marca un hito en la historia política reciente del país por la magnitud de la protesta social, porque parece el inicio de un tiempo nuevo de agitación social, porque el gobierno recurrió al toque de queda, algo que no sucedía desde hace más de cuarenta años. Hoy, una semana después del paro nacional, las marchas y protestas continúan con el predominio de actividades pacíficas, multitudinarias y artísticas. Es cierto que ha habido violencia, pero no preparada ni promovida por la gran mayoría de las gentes que han salido a las calles.

La convocatoria del paro nacional desembocó en manifestaciones difusas de descontento con el gobierno, con una inmensa variedad de proclamas y de acciones colectivas en que se destacó el simbólico recurso del cacerolazo. En principio, se trataba de una protesta en contra de algunos proyectos de reforma laboral y social promovidos por el presidente Duque y en contra del asesinato de los líderes y lideresas sociales. Pero a eso se fue agregando el clamor por el cumplimiento, por parte del Estado, de los compromisos de implementación del proceso de paz, la indignación por el asesinato de líderes indígenas, el descontento por el incumplimiento de lo pactado con los estudiantes acerca de la financiación de las universidades públicas.

Luego de una semana de acciones colectivas, la incertidumbre nos asedia. No sabemos hasta dónde va a llegar una movilización popular aparentemente espontánea que no estaba en los cálculos ni de la derecha ni de la izquierda y tampoco sabemos hasta dónde podrá ceder un gobierno cuyas reacciones no han sido las más lúcidas y resueltas para afrontar una situación tan álgida. El presidente Duque parece presionado por diversos flancos, incluso miembros de su partido han pedido, a su modo, la cabeza presidencial. Por parte de las gentes que salen a protestar diariamente, parece que ningún político y ningún dirigente sindical puede ufanarse de la tutoría de esas acciones. Se trata de algo que ha emergido de las entrañas populares sin un cauce definido, con un variado temario en que es muy difícil precisar cuáles son las consignas prioritarias.

Sin embargo, alcanza a vislumbrarse algunas cosas claras y contundentes de estas acciones colectivas. Primero, los jóvenes van adelante en la animación de cada jornada y parecen los más implicados y afectados por las políticas económicas y sociales; el segundo asunto ostensible es el reclamo por la protección de la vida, sobre todo de aquellos que ejercen un arriesgado liderazgo en las regiones. En este aspecto se señala a un gobierno y un Estado incapaces de ejercer soberanía en el territorio, de ejercer control donde actúan grupos armados ilegales. Y a eso se une, en un tercer lugar, la necesidad de cumplir con la implementación del proceso de paz, tanto en la salvaguarda de las vidas de los guerrilleros desmovilizados como en los procesos de reparación a las víctimas de expropiación, de desplazamiento, de desapariciones y de ejecuciones extrajudiciales.

Sin duda, las exigencias de la población juvenil colombiana son las de más contenido social ahora, porque entrañan una modificación sustancial del modelo económico, del diseño del Estado; obliga a cambiar las prioridades del recetario neoliberal para garantizarles a los jóvenes el acceso a una educación pública de calidad, a un trabajo digno, a un horizonte de jubilación, e incluso a una participación en el ejercicio del poder. Por eso creo que cualquier agenda de diálogo debe convocar, primero, a los jóvenes. Es la manera más genuina de abordar el futuro de la sociedad colombiana.


Pintado en la Pared No. 205.

domingo, 24 de noviembre de 2019

América latina: modelo para armar




2019 ha sido año movedizo en el subcontinente latinoamericano. El balance merece espíritu crítico si queremos extraer una moraleja útil para el futuro. Nicaragua, Venezuela, Ecuador, Bolivia Chile y Colombia han vivido días, meses, de agitación en las calles; en casi todos los países, de México hacia abajo, hay ejemplos de altos niveles de corrupción de la clase dirigente. En todas partes han fallado los modelos económicos; ni el socialismo bolivariano, ni el populismo ecuatoriano, ni el recetario neoliberal, ni el autoritarismo político mezclado con libre mercado, ni los tintes de socialdemocracia, ni el izquierdismo sindical de Brasil, ni el populismo argentino, ni el sandinismo en Nicaragua. Todo eso ha producido más desigualdad económica, más distancia entre ricos y pobres, entre grupos dirigentes y sociedad civil. Ni la dirigencia de izquierda ni la derecha ni los aparentemente moderados; todos provocan desconfianza. Es una crisis de los liderazgos y de los modelos que promovían.

América latina está sin brújula política y parece que necesita reinventarse; reinventarse ella misma, sin apoyarse en muletas importadas. Necesita crear un modelo autóctono, basado en su propia experiencia, y para eso hay que empezar por fijarse un derrotero. Ese derrotero no puede salir de las experiencias fallidas de los últimos dos decenios. Todo eso ha producido demasiada política mezquina, enfrentamientos entre facciones, disputas internas por el botín estatal, una clase política mercenaria, dispuesta a vender los recursos de cada país al mejor postor internacional; los socialismos terminaron siendo nepotismos, mediocres interpretaciones del papel del Estado y ambiciones por perpetuarse en el poder.

La búsqueda de la brújula hace más incierta y precaria la situación de nuestro presente; la salida de las gentes a las calles y, sobre todo, la ferviente multitud juvenil son un reclamo de un diseño urgente de un futuro esperanzador. Parece que hay que abrir la puerta de las oportunidades a una generación que siente que el capitalismo solo ofrece inestabilidad laboral, empleos precarios. La juventud latinoamericana reclama acceso a educación de calidad, reclama garantías de ascenso económico y social, reclama justicia para las víctimas de todo tipo de violencia, reclama gobernantes que sepan escuchar las necesidades de la gente común, reclama dirigentes comprometidos con sus deberes de representación política.

Un modo de empezar esta búsqueda es por el camino de la reflexión y la enmienda; muchas cosas han sido mal hechas en América y han provocado esta situación de protesta generalizada que, aunque sea pasajera, contiene mensajes contundentes acerca de lo que ha sido la actuación de nuestros supuestos líderes. Crisis de modelo y crisis de liderazgos que señalan otra crisis, la crisis intelectual de América latina. No tener ahora alternativas claras, la sorpresa que nos causa las movilizaciones callejeras hacen parte del desconcierto por no haber tenido sintonía con las realidades concretas de cada lugar.    


Pintado en la Pared No. 204.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Nuestras ciencias humanas



Las ciencias humanas y sociales en Colombia conocen un trayecto serio de consolidación institucional en las universidades colombianas; constituyen una comunidad crítica de muy diversa formación con muy diversas y muy interesantes perspectivas de investigación y producción intelectual. Se expresa de modo rutinario mediante una muy buena variedad y calidad de revistas cuyo mayor defecto es que son herméticas, hiper-especializadas; pero, en ellas, cada ensayo y cada reseña están sometidos a una juiciosa y hasta dispendiosa evaluación entre pares académicos. Los científicos sociales y humanistas promovemos cotidianamente eventos nacionales e internacionales de difusión de novedades; discutimos y proponemos soluciones para las circunstancias actuales de la sociedad colombiana; también examinamos el pasado para que el país sepa recordar y entender los procesos que hemos vivido como comunidad humana específica y, por supuesto, intentamos imaginar responsablemente las condiciones futuras de convivencia y conflicto inherentes a un país que no ha sabido resolver problemas desde su génesis como Estado-nación.

Esa riqueza acumulada merece, de nuestra parte, un balance crítico y colectivo, un ejercicio de introspección y retrospección que nos permita saber qué hemos venido siendo como sociólogos, como antropólogos, como filósofos, como historiadores, en fin, como estudiosos del ser humano en múltiples dimensiones; necesitamos examinar qué hemos producido, qué hemos dejado de hacer, cuáles pueden ser los objetos, los métodos y las prácticas que nos han ido distinguiendo, qué nos falta por aprender y entender. Y, sobre todo, nos hace falta captar la condición en que estamos, qué lugar estamos ocupando en las prioridades de las burocracias universitarias, de la educación y de la cultura en Colombia.

Ese auto-examen necesita, sin duda, un respaldo institucional que, es forzoso constatarlo, las ciencias humanas y sociales en Colombia han dejado de tener. ¿Desde cuándo Colciencias no convoca estímulos y financiación para proyectos de investigación en áreas específicas de las ciencias humanas? ¿Desde cuándo no le interesa convocar investigaciones sobre asuntos de la Lingüística o de la Filosofía o de la Literatura o de la Psicología o de la Historia o de la Sociología? ¿Desde cuándo Colciencias se ha dedicado a crear un cerco para la producción intelectual de los científicos sociales, a denigrar sus revistas, a colocar como modelos de escritura a lo que se produce en las ciencias exactas o “duras”? ¿Desde cuándo Colciencias ni los ministerios de Educación y Cultura no instituyen premios nacionales que estimulen y reconozcan la investigación y la escritura en nuestras ciencias en diferentes niveles de formación? A ese desprecio se agrega lo que algunas vicerrectorías de investigación hacen o dejan de hacer en algunas o muchas universidades colombianas, donde creen que las humanidades o las ciencias humanas son simple ornato de cultura general para los estudiantes o un conjunto de incómodas prácticas de investigación que no caben en los formatos de seguimiento, evaluación y financiación. Quizás haya que decir, para ir apurando algo del balance, que mucho de lo bueno e interesante que se ha producido en las ciencias humanas en Colombia se ha producido por fuera de la estrechez y hasta hostilidad de nuestras universidades.

En resumen, es indispensable un balance colectivo de nuestras historias disciplinares; exigir o inventarse un ambiente institucional de promoción de la investigación, de la publicación y difusión de obras; exigir o inventarse premios nacionales que valoren lo que mejor hacemos en la creación e investigación humanística en Colombia. Pero para eso hay que empezar por conversar entre nosotros y ponernos de acuerdo.

Pintado en la Pared No. 203 
  


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