Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

miércoles, 10 de julio de 2019

El profesor universitario (1)



Creo que en Colombia no nos hemos preguntado, y menos dado respuesta, acerca de quién es el profesor universitario o, mejor, qué es un profesor universitario en términos sociológicos e históricos (y no excluyo de esta denominación general a las profesoras universitarias, al contrario). Quizás porque sea una profesión relativamente novedosa, quizás porque se considere, en un país tan desigual en oportunidades de ascenso económico y social, como una profesión privilegiada. Puede servir de adelanto a cualquier definición que quienes profesamos el oficio hablamos poco, muy poco, acerca de nuestra propia condición. Es decir, sabemos poco o deseamos saber poco de nosotros mismos. Esa ausencia de reflexión en el ámbito específico del profesor universitario es correspondiente con la ausencia de una reflexión mucho más amplia acerca de qué es un intelectual. Pero podemos apurarnos a decir que el mote intelectual es un término que parece no encajar del todo en la figura precisa del profesor universitario. Muchos de nosotros, creo, preferimos denominaciones menos pretenciosas y neutras: la de académicos o, muy simple, la de profesores. Alguien, muy exótico, preferirá que se hable de doctores o maestros, pero esas no son palabras de circulación común en nuestras conversaciones cotidianas.

La timidez vergonzante puede ser el rasgo que más salte a la vista. El poco deseo de exhibirse, de mostrarse. En una crisis financiera de una universidad pública, hace más de veinte años, unos colegas quisieron enseñarnos a sentirnos avergonzados de nuestra condición privilegiada. Esa crisis mostró que, al menos en el ámbito de las universidades públicas, el profesor universitario es una figura que tiende a sentir vergüenza por su condición, quizás porque cree que no ha hecho los merecimientos para establecerse en una institución. Ese cuestionamiento lo ha vuelto, parece, un individuo que siente que su oficio contiene atributos de muy difícil ostentación.

Asoma, entonces, una posible primera distinción importante, el profesor de universidades públicas puede ser diferente de aquel de universidades privadas. El de las universidades públicas tiene unos deberes y derechos que no son los mismos de aquel que trabaja en las universidades privadas. El primero tiene sobre sí las implicaciones de un funcionario público, el otro no. El uno le responde al Estado o, por lo menos, tiene una relación más directa con la agenda estatal. El otro le responde principalmente a su empleador que puede ser un grupo de empresarios, una comunidad religiosa, una familia propietaria de una institución universitaria. Pero, a pesar de esas diferencias, hay algo en común; en ambos casos se trata de un funcionario subordinado. Subordinación ante el Estado, ante el empleador (una familia, un grupo de empresarios, una comunidad religiosa); y también subordinación ante los estudiantes. Esto último es más o menos común en ambos tipos de universidades. En las universidades privadas, los estudiantes pagan matrículas suficientemente altas como para dejarlos ir, como para dejar perder ingresos en tesorería. En las universidades públicas, los estudiantes imponen los ritmos del calendario académico y el reglamento estudiantil, el menos vulnerado de todos, tiene prioridad sobre el estatuto profesoral.

Una primera aproximación nos dice, entonces, que el profesor universitario es un funcionario académico subordinado, está expuesto a las condiciones que impongan sus empleadores y rinde cuentas ante fragmentos de la sociedad representados, principalmente, por los estudiantes. Subordinación cuyos matices trataremos luego.

Pintado en la Pared No. 199.

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