Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 2 de octubre de 2022

Pintado en la Pared No. 266

 

¿Qué puede ser el pensamiento en América latina?

 

Habrá que admitir que hablar de una historia del pensamiento sugiere un objeto de estudio mucho más elástico y hasta difuso en contraste con la supuesta pureza restrictiva de una historia de la filosofía. Pero intentemos precisar ahora qué puede ser lo constitutivo de una historia del pensamiento. Entenderemos por pensamiento aquellas manifestaciones conscientes, coherentes y elaboradas por el intelecto, manifestaciones motivadas, dotadas de intenciones que pueden plasmarse en conceptos, representaciones, símbolos, lenguajes. Por tanto, el pensamiento es una revelación de la relación de los seres humanos con la realidad circundante, da cuenta de sus maneras de concebir el mundo, de producir y resolver problemas. Según esta apurada definición, la filosofía es uno de los tantos elementos constitutivos de la acción de pensar, puede ser incluso el principal punto de referencia de esa acción, pero no el absoluto. Pensar es una creación intelectual en que pueden intervenir formas de conocimiento más o menos sistemáticas, como las ciencias humanas, pero también elementos propios de las creencias religiosas, de las prácticas políticas y artísticas.

No comparto del todo la connotación que Horacio Cerutti le concede a la actividad del pensamiento en América latina; según él, “la voluntad de pensar desde nuestra América es voluntad de pensar desde la tensión ideal/realidad, es voluntad de pensar utópico”(Cerutti, 1999, p. 70). A mi modo de ver, el filósofo argentino-mexicano anticipa una restricción a lo que haya podido ser la actividad de pensar en la historia de América latina. Juzgo que allí hay un determinismo que hace creer que el pensamiento latinoamericano y, en particular, el pensamiento filosófico, ha estado y estará siempre vinculado a la praxis y, en consecuencia, siempre ha sido y será un pensamiento político. Aún más, su reflexión sugiere que esa “voluntad de pensar utópico” hace posible no solamente la conexión sino la confusión de lo político y las formas de pensamiento. Según eso, ningún artista, ningún científico social, ningún filósofo puede pensar sin quedar atrapado en las redes de la acción política. Por supuesto, no negaremos que esa ha sido una tendencia fuerte en el pensamiento latinoamericano, pero no podemos anticipar que sea la única forma posible o admisible de pensar. También es cierto que la realidad socio-política latinoamericana es fuente de muchas insatisfacciones; sin embargo, las manifestaciones del pensamiento no se han circunscrito a la enunciación de ideales y soluciones a la vida en común en América latina.

Me inclino, en definitiva, por orientarnos mediante una hipótesis menos restringida que admita que pensar en América latina ha sido una actividad mucho más plural, basada en tensiones de muy diverso tipo, en enfrentamientos de pensamientos hegemónicos y contra-hegemónicos, en disputas simbólicas más plurales que hablen de una sociedad mucho más heterogénea que revela las discusiones entre el Estado y la sociedad, entre grupos humanos muy activos en la vida pública, entre agentes de epistemologías dominantes y agentes de epistemologías emergentes, entre intelectuales consolidados e intelectuales en ascenso, entre saberes afiliados al poder y saberes disidentes. En fin, sugiero una historicidad del pensamiento latinoamericano con mayores matices y que obliga al investigador a ser más atento a la percepción de las regularidades y de las dispersiones, de lo institucional y de lo marginal.

Ahora bien, luego de esta tentativa de delimitación de lo que puede contener el pensamiento en América latina, se vuelve indispensable establecer qué alcances puede tener el adjetivo “latinoamericano” como caracterización de ese pensamiento; qué singularidades pueden dotarlo de una personalidad histórica más o menos definida.

  

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